Es un error conocido y entendible. El mundo académico entiende a la Transformación Digital como un mismo proceso complejo y versátil, pero entitativo en sí mismo. Se habla así de él con tan solo dos palabras, y con estudios y cifras que siempre refieren al fenómeno como un proceso delimitado y progresivo fácil de estudiar.
Sin embargo, la realidad dista de ser tan sencilla como la retratan los expertos y académicos que buscan modelos de estudio para reafirmar sus teorías y acrecentar su popularidad.
La digitalización no es solo la migración del mundo físico o analógico al creado por Internet. Es un cambio de paradigma que implica tanto pensar como actuar de formas diferentes. De ver el mundo desde una óptica distinta, apoyada por herramientas y soluciones que eran completamente utópicas hace tan solo dos décadas. Es vivir en carnes la renovación de la cosmovisión que los campesinos firmaron a finales del siglo XIX.
Y es que, la Transformación Digital no es más que un producto de lo que muchos ahora llaman Industria 4.0; un ahorro salival para un concepto con tanto simbolismo histórico como es la Cuarta Revolución Industrial. Uno del que sus principales abanderados quieren separarse para no caer en sesgos ideológicos o económicos.
Ahora bien, a diferencia de la locura por el vapor y los acontecimientos tecnológicos posteriores, esta mal llamada “revolución” nace con consciencia y dirección. Una que se sembró hace ya nueve años en Alemania, y hacia la que se ha caminado con determinación tanto desde la esfera pública como privada.
¿Con qué objetivo? Tal y como señala Deloitte, la “combinación de técnicas avanzadas de producción y operaciones con tecnologías inteligentes que se integrarán en las organizaciones, las personas y los activos”. Es decir, la creación de una fábrica global superior en la que todos los procesos estén informatizados y la interconexión entre recursos e inteligencias sea absoluta.
Es ahí, y no antes, donde entran en juego el Internet de las Cosas (IoT), su variante manufacturera, el Internet Industrial de las Cosas (IIoT), y, claro, la Inteligencia Artificial y sus cada vez más numerosos derivados algorítmicos. Menos conocidas, pero también comprendidas, son la fabricación aditiva, la visión artificial, o la robótica colaborativa.
Esta amalgama de innovaciones sería el eslabón que marcaría la separación entre la automatización industrial actual y la fábrica inteligente del futuro; una suerte de mecanización para la máquina de vapor, o de electricidad para la mecanización en sí misma.
Al fin y al cabo, la Industria 4.0 no dejaría de ser el ejercicio de pensamiento lateral que hace ya varias décadas comenzaba a hacerse necesario para romper el crecimiento geométrico de los últimos tres siglos. Y es que, tras cientos de años multiplicando recursos, posibilidades y satisfacciones, la demanda privada y pública hacia la industria está llegando a un estadio de intensidad al que la producción en cadena no puede llegar.
Es solo la apuesta por el ‘menos es más’ la que permitirá a las empresas afrontar la segunda mitad del siglo XXI con las herramientas competitivas y estratégicas necesarias para sobrevivir. Esta revolución, por tanto, parece una reacción natural a un problema lejano pero creciente. Y, sin embargo, su nacimiento dista de ser instintivo.
Solo tres años después de mostrar las cartas en la feria de Hannover, el gobierno alemán, respaldado por la Comisión Europea y su confianza sobre el músculo industrial histórico del país germánico, puso las bases de lo que hoy se conoce como Industria 4.0. Fueron los edificios de la Hannover Messe los que sirvieron de altavoz para unos políticos decididos a competir en la guerra moderna.
“Las cosas están cambiando y ahora se aprecia más el valor de la industria. Pero para cambiar el modelo, hace falta más Europa, no menos”. Las palabras del por entonces consejero delegado de Siemens Industry, Siegfried Russwurm a El Mundo, evidenciaban la verdadera naturaleza de lo que allí se estaba gestando para las décadas venideras.
“Nos encontramos en una competición con EEUU, China y otros países y tenemos que ganarla, pero para eso hace falta más industria, más innovación, menos burocracia y más Europa”. El Viejo Continente debía participar también en la heredera de la Guerra Fría que había sido capitalizada durante más de una década por el gigante asiático y el gigante occidental. Y para eso, claro, era necesario una solución alejada de la potencia, y volcada a la optimización y la eficiencia.
Aquella consigna político-económica, no obstante, fue deformándose a pasos agigantados con el tiempo. La idea de una industria inteligente y autosuficiente no tardó en atraer las miradas de la propia Estados Unidos, donde comenzó a etiquetarse como Smart Manufacturing o Industrial Internet. En tiempos de globalización, las reglas del juego tienden a ser homogéneas, y este idealismo ahora es compartido por gobiernos y empresas de todo el mundo.
Ahora, los pronósticos invitan a pensar en la materialización absoluta de la Industria 4.0. De acuerdo con un estudio de ABI Research, el mercado de la fabricación inteligente podría crecer hasta los 35.000 millones de euros para 2030, con más de 4.300 millones de dispositivos conectados entre sí. Eso, tal y como señala McKinsey, forzará a la reconversión laboral a 375 millones de personas, que buscarán ocupar entre 555 y 890 millones de puestos de trabajo nuevos.
Las personas, de hecho, serán una de las principales afectadas por la nueva industria; por la robotización, la destrucción del modelo laboral creado a principios del siglo XX, y la aparición de tecnologías capaces de suplantar parte del mercado de trabajo tradicional. Pero no serán las únicas. Esta revolución, a diferencia de las anteriores es multidisciplinar y sobrepasa las puertas de las fábricas.
Quedarse en los beneficios económicos, por muy atractivos que resulten, es perder de vista la magnitud del fenómeno económico que se está gestando en las principales potencias industriales. Primero, porque esta revolución se inscribe en un modelo de comunicación completamente nuevo, del que se desprenden aplicaciones y teorías desconocidas.
“Para los líderes tradicionales, acostumbrados a los datos y las comunicaciones lineales, el cambio que supone esta nueva revolución industrial —proporcionando acceso en tiempo real a los datos y la inteligencia de negocio— transformará la forma en que llevan a cabo sus negocios”, apuntan desde Deloitte. La desaparición de los tics naturales en los procesos llevará a nuevas lógicas competitivas.
“La integración digital de la información desde diferentes fuentes y localizaciones permite llevar a cabo negocios en un ciclo continuo. A lo largo de este ciclo, el acceso en tiempo real a la información está impulsado por el continuo y cíclico flujo de información y acciones entre los mundos físicos y digitales”. Es el conocido como PDP (physical-to-digital-to-physical) que terminará por difuminar las barreras entre lo digital y lo físico.
Toda la información del mundo material será digitalizada y compartida a través de un procesamiento analítico, inteligente y avanzado. Este paso perfilará y resaltará los atributos más interesantes, convirtiendo la realidad en un espacio ideal del que los algoritmos podrán extraer conclusiones a las que acudirán los líderes para tomar sus decisiones.
No sorprende, así, que los principales interesados en este Industria 4.0 sean los gobiernos. Las nuevas herramientas permitirán optimizar el análisis de la cantidad ingente de datos que manejan las instituciones, y aplicar así políticas y medidas más coherentes con el bienestar común y el idealismo social de las democracias modernas. Su interés en los últimos años se ha convertido en inversiones cruciales para que las empresas puedan encontrar la plataforma que demandan semejantes innovaciones.
Una vez se pone el foco sobre los agentes responsables del cambio, es posible entender el alcance que tendrá la interconexión de todos con todos en el entorno en el que vivimos. Proveedores, clientes, inversores, socios; todos se verán afectados por la inmediatez absorbente de la Industria. Los acuerdos e intereses cruzados, por tanto, habrán de reformularse para no tropezar en la gran carrera estratégica del futuro.
Se perderá la linealidad de las cadenas comerciales, logísticas e industriales, haciendo posible la conexión entre eslabones tradicionalmente separados entre sí. Los productos se fabricarán antes, mejor, más rápido, y estarán mucho más cerca de la demanda satisfactoria que portan los complicados consumidores digitales. Esto, a su vez, derivará en un nuevo crecimiento de las exigencias.
¿Cómo podrán responder las empresas? Gracias a las nuevas tecnologías podrán “ajustarse y aprender de los datos en tiempo real”. Es decir, serán más receptivas, productivas y predictivas. “Asimismo, permitirá a las organizaciones reducir sus riesgos en materia de productividad”, añade Deloitte.
Existirán productos y servicios más competitivos, pero para alcanzar dicha mejoría existirá la necesidad de destruir empleo. Las personas serán, al mismo tiempo, benefactoras y víctimas del cambio; por un lado vivirán una expulsión —parcial— del mercado laboral provocada por la automatización, y por otro tendrán a su alcance bienes de mayor calidad y cualidad.
Por todo ello gobiernos y corporaciones necesitan adoptar un enfoque distinto para abordar los efectos de esta revolución. Es necesaria una nueva forma de pensar, que abra las puertas de acceso a los recursos consumidos por las infraestructuras y sistemas de las próximas décadas. Sí, es importante pensar en aplicaciones concretas, en softwares y productos, pero también en el cambio de paradigma asociado a la inteligencia omnisciente.
No basta con querer. “Salirse del tiesto” implica ser consciente de que se está en uno, e identificar las barreras que lo delimitan. Para muchas empresas los mercados no son más que el resultado acumulado de distintos procesos y eventos históricos. Es la realidad que existe y la que hay que seguir recorriendo.
Sin embargo, el pensamiento lateral cree en la ruptura de ese determinismo, en la posibilidad de dejar de avanzar, para reflexionar cuál habría de ser el camino a seguir en una realidad distinta. No es sencillo, y requiere de un cambio cultural y filosófico profundo. Pero tal y como están demostrando empresas e instituciones de todo el globo, es más que posible.
“La Industria 4.0 dota a las empresas de medios nuevos para mejorar la productividad, pero no son fáciles de implantar debido a las inercias de años de funcionamiento y a la existencia de procesos fuertemente arraigados”, recuerda Rafael de Benito, director del Sector Aeroespacial de Sopra Steria España. La inercia tecnológica y el afán por conservar la idea de progreso histórico, llevaría a problemas de infraestructura.
“El principal obstáculo para la implantación de la Industria 4.0 es la adaptación de los sistemas de las plantas existentes”, añade. “No es posible optimizar un poco un sistema, sino que hay que cambiarlo e introducir cosas nuevas y disruptivas”. Por suerte, no es necesario lanzar ninguna trayectoria horizontal a tenor del punto de inflexión futuro.
Bernard Marr, quien ha trabajado con empresas como Accenture, Barclays, BP, Cisco o Gartner, esboza algunas propuestas más concretas que ya se pueden seguir.
“Los ordenadores están conectados y se comunican entre sí para, en última instancia, tomar decisiones sin la participación humana”, apunta el experto y consultor alemán. “La combinación de sistemas ciberfísicos, IoT y IoS (Internet de Sismtemas) hacen posible la Industria 4.0”. Y en esa consecución, las empresas habrán de ser directoras, árbitros y jueces del mundo que se dibujará.
En Yoigo Negocios no contamos con una herramienta para ver el futuro, pero sí con los recursos que acercarán a las organizaciones a él. Si tú también estás interesado en abrir las puertas para la interactividad y la inteligencia de procesos, no dudes en absorber toda la información posible, y apoyarte en nuestros servicios y conexiones. Llama al 900 676 535 o visita nuestra web para informarte.