Gianni Agnelli, el príncipe que se merecían los italianos


El 9 de mayo de 1946, Víctor Manuel III abdicó en su hijo, Humberto II, como último recurso para salvaguardar la continuidad de la Casa de Saboya en el trono italiano. Un deshonroso papel por parte del patriarca desde que Mussolini marchase sobre Roma había colmado la paciencia de los ciudadanos que, cuando tuvieron la posibilidad de decidir sobre la forma de Estado unas semanas más tarde, se decantaron por la república.

Desde entonces, Italia no ha vuelto a tener reyes, pero sí que ha tenido una familia de «príncipes», los Agnelli que, a diferencia de lo sucedido con la dinastía Saboya, sí supieron conciliar sus intereses personales y empresariales con el bien común, en épocas tan complicadas como la postguerra y las tensiones sociales de los años 70.

El prestigio social de los Agnelli se remonta a mediados del siglo XIX cuando la prosperidad del negocio de sedería de Edoardo Agnelli permitió a la familia convertirse en una de las más importantes del país. Edoardo, el único hijo Gianni, optó por la carrera militar, pero los avances en automoción de la época le hicieron interesarse por la mecánica. De este modo, en 1899 y junto a un grupo de importantes hombres de negocios italianos, fundó en Turín la Società Anonima Fabbrica Italiana Automobili di Torino a la que posteriormente se le cambiaría el nombre por Fabbrica Italiana Automobili Torino: FIAT.

Aunque la empresa estaba participada por diferentes socios, Agnelli fue uno de los más activos y curiosos. Atento a las innovaciones que se estaban produciendo en la industria estadounidense, y muy especialmente en los métodos que Henry Ford había puesto en marcha en sus factorías de automóviles. El italiano importó esas soluciones que fueron aplicadas a las cadenas de montaje de FIAT.

Así, además de hacer prosperar la empresa, Agnelli fue adquiriendo más poder dentro de la compañía: primero fue nombrado director general, después presidente del grupo y en 1922 se convirtió en el máximo accionista de la compañía que, para entonces, ya no solo fabricaba automóviles sino que había ampliado su producción a tractores, trenes, motores para submarinos, motores para aviones y comenzó a abrir filiales en otros países como España, Francia o Argentina.

La posición de Gianni Agnelli en FIAT le permitía tomar decisiones sin apenas oposición y manejar la empresa como un negocio familiar que pasaría de padres a hijos sin mayor problema. De hecho, su idea siempre fue que tras su retiro, la empresa fuera a parar a manos de su hijo, Edoardo Agnelli, casado con Virginia Bourbon del Monte y padre de siete hijos, uno de ellos Gianni Agnelli, nieto del fundador. Sin embargo, en 1935, un desgraciado accidente con la hélice de un hidroavión hizo que Edoardo falleciera y los planes de sucesión diseñados por el fundador se desbaratasen.

A ese hecho imprevisto se sumó el ascenso del fascismo y la entrada de Italia en la contienda europea, dos hechos históricos en los que FIAT no se mantuvo neutral, sino que decidió participar del lado de Mussolini. De este modo, derrotado el fascismo a manos de los Aliados y los partisanos, Gianni Agnelli fue depurado y apartado de la empresa. A partir de ese momento, FIAT pasó a ser dirigida por sus hombres de confianza en espera de que su nieto Gianni Agnelli, que por entonces acababa de rebasar la veintena, pudiera hacerse cargo de la empresa familiar.

La dolce vita

Gianni Agnelli había nacido en 1921. Aunque era el segundo de los siete hijos de Edoardo Agnelli, el hecho de ser el primer varón lo colocaba, tras la muerte de su padre y la inhabilitación de su abuelo, por delante de su hermana Clara a la hora de asumir las obligaciones derivadas de la gestión de la empresa familiar.

Sin embargo, los directivos de la FIAT consideraron que era demasiado joven para hacerse cargo de una de las empresas más importantes de Italia, más aún cuando el país estaba sumido en plena reconstrucción después de la Guerra. Por esa razón, le invitaron a que continuase su formación sin urgencias y, lo más importante, que disfrutara de su juventud. Y a fe que lo hizo.

En pleno milagro económico italiano, Gianni, joven, apuesto y millonario, conducía un Ferrari a alta velocidad por las calles de Roma, tenía los mejores modelos de FIAT, comía en los mejores restaurantes de Milán, viajaba a Nueva York por placer, frecuentaba en verano los enclaves turísticos de costa en los que veraneaba la alta sociedad mundial y, en invierno, era un asiduo de las estaciones de esquí más exclusivas. Además era un personaje habitual de las revistas de actualidad gracias a sus romances con modelos y estrellas de Hollywood como Anita Ekberg.

Aunque para él todo eso era una mera diversión, los responsables de FIAT sabían que con tanta fiesta, tanto cóctel y tanta recepción, Gianni también estaba tejiendo una red de contactos que, antes o después, acabarían resultando útiles para la compañía. Al mismo tiempo, Agnelli era el mejor embajador de la marca por el mundo y una figura a admirar por parte de sus compatriotas que, cuando tuvieron que comprarse un automóvil, optaron por un FIAT. Además de resultar económico y fiable, si un personaje como Gianni Agnelli, referente de elegancia y estilo, conducía uno, tenía que ser necesariamente un buen automóvil.

Una época turbulenta

En 1966, Agnelli asumió la presidencia de FIAT. Durante los años siguientes, la empresa logró ventas por encima de su principal competidor en Europa, Volkswagen, y en 1967, se convirtió en la cuarta compañía automovilística más importante por detrás de General Motors, Ford y Chrysler.

Sin embargo y a pesar de estos buenos resultados, durante los años 60 aún estaban muy recientes los estragos e la Guerra. Por esa razón, Agnelli consideró que su función al frente de FIAT no era únicamente la acumulación de riqueza sino, en cierta forma, la redistribución de la misma aunque solo fuera a través de mejoras en las condiciones laborales y de vida de sus trabajadores. De este modo FIAT creó barrios para alojar a sus empleados, construyó colonias de vacaciones en las que podían pasar los periodos de descanso, financió instalaciones y actividades deportivas, mejoró las condiciones laborales en las fábricas e incluso puso en marcha un seguro médico para los trabajadores y sus familias.

Todas estas iniciativas, de marcado sesgo paternalista, buscaban no solo mejorar las vidas de los trabajadores, sino también neutralizar las aspiraciones de los sindicatos de clase en los centros de producción, en un momento en el que el Partido Comunista Italiano (PCI) era, con diferencia, el más poderoso de Europa occidental. Además, después de los años de bonanza, a principios de los años 70 se avecinaba una crisis derivada de los precios del petróleo, agravada por una situación social convulsa en la que no faltaban los secuestros y atentados en las calles de las ciudades italianas.

A las manifestaciones y reclamaciones salariales, se les sumó, durante los llamados años de plomo, las acciones de los terroristas de ultraderecha y las de los grupos guerrilleros de izquierdas, los cuales establecieron como objetivo de sus atentados y secuestros a la cúpula empresarial italiana. La situación era tan complicada y peligrosa, que muchos propietarios o directores de fábricas decidieron abandonar el país o sus respectivas ciudades.

Agnelli, sin embargo, consideró que era parte de su trabajo transmitir tranquilidad a los ciudadanos y, no solo permaneció en Turin, sino que se dejaba ver paseando por las calles de la ciudad o conduciendo su FIAT con el que, en muchas ocasiones, daba esquinazo a sus escoltas porque, si bien la carrocería era de un utilitario convencional de la marca, el motor era el de un Ferrari. Igual que daba esquinazo a su seguridad personal, también hubiera dado esquinazo a un grupo terrorista.

La mejor solución, no la más sencilla

Estrechamente vinculado con Turín, Agnelli se convirtió también en propietario de la Juventus, el club de fútbol local. Cada domingo en San Siro, él y muchos de los trabajadores de FIAT disfrutaban de los triunfos o fracasos del equipo. Sin embargo, comenzada la semana, se retomaban las hostilidades y las reclamaciones salariales.

Una de las consignas más repetidas en las manifestaciones de la época era «Agnelli y Pirelli ladri gemelli» (Agnelli y Pirelli, gemelos ladrones), un mensaje que no siempre resultaba justo. En plena crisis del petróleo y con las ventas cayendo en picado, el Consejo de Administración de FIAT propuso despedir a 60.000 empleados, pero Agnelli se opuso. “No dudo que sea necesario, pero no estoy aquí para resolver nuestros problemas a expensas de la situación italiana. Si despido a estas personas, ¿quién les va a dar trabajo?”, argumentó y decidió buscar una solución más arriesgada pero menos lesiva para los trabajadores y la sociedad italiana.

La encontró en Libia, a cuyo gobierno, encabezado por Gadafi, vendió acciones de FIAT por valor de 400 millones de dólares (casi 370 millones de euros) pero sin poder real sobre la administración de la empresa. Una operación que caló positivamente entre los empleados de la compañía y que tuvo su reflejo unos años después cuando, en 1980, todas las factorías de FIAT se declararon en huelga como respuesta al despido de 60 trabajadores muchos de los cuales eran miembros de Brigadas Rojas.

Durante 34 días la plantilla mantuvo la huelga sin fisuras, pero el día 35, los cargos intermedios de FIAT decidieron organizar una manifestación en Turín en apoyo de la compañía y reclamando el fin del conflicto. La convocatoria fue seguida masivamente y la huelga desconvocada sin que los trabajadores obtuvieran ninguno de los beneficios que reclamaban y fortaleciendo aún más la imagen de Agnelli.

Tras esos años convulsos, durante la década de los 80 la sociedad italiana disfrutó de nuevo de una época de bonanza económica. Las ventas de automóviles volvieron a crecer y Agnelli decidió recomprar la participación libia como paso previo para la adecuación de la empresa a los nuevos tiempos y su retiro de los negocios, debido a un cáncer de próstata que se le había diagnosticado. Sin embargo, una serie de problemas financieros agravados por una serie de desdichas familiares estuvieron a punto de estropearlo todo.

Asuntos de familia

Los bancos que apoyaban económicamente a FIAT, se negaron a renovar esas ayudas si Agnelli dejaba la empresa en manos en su hermano Umberto, heredero natural del imperio familiar. Ante esa oposición, que Gianni vivió como una desconsideración hacia su familia, la siguiente opción era la de colocar en el puesto al hijo de Gianni, Edoardo, pero en ese caso era el propio Gianni el que se oponía. Desde siempre, padre e hijo habían tenido una relación complicada. A diferencia de Gianni, Edoardo era un muchacho tímido, introvertido, al que no le gustaban los deportes de acción, ni las juergas, ni navegar en yates, ni socializar con la alta sociedad.

Esas diferencias habían provocado un gran distanciamiento entre ambos y generado en el joven Edoardo problemas de conducta y adicción a las drogas que, lejos de generar empatía en Gianni, le alejaba aún más de él. Por esas razones, se decidió finalmente que la dirección de la empresa fuera a parar al hijo de Umberto, Giovanni Alberto. No obstante, cuando todas las partes estaban conformes con la solución, un cáncer fulminante acabó con la vida del joven y volvió a poner sobre la mesa el problema de la sucesión.

A pesar de la complicada situación, Edoardo no estuvo entre los posibles candidatos. Si bien había estudiado en los mejores colegios y universidades, su ánimo depresivo y sus adicciones lo excluían de cualquier cargo de responsabilidad. Consciente de ese distanciamiento con su padre y de la desconfianza de su familia, en noviembre de 2000 se suicidó lanzándose al vacío desde un viaducto.

La muerte del hijo dejó a Gianni Agnelli devastado anímicamente. Sumido en una gran tristeza, se recluyó en su casa no sin antes pasar el testigo de FIAT a su nieto John Elkann que, por entonces, apenas tenía 21 años. Cuando algunos miembros del Consejo de Administración de la empresa hicieron referencia a este hecho, Agnelli respondió que él tenía esa misma edad cuando su abuelo le puso a cargo de la empresa.

El 24 de enero del 2003 Gianni Agnelli falleció en Turín a consecuencia del cáncer de próstata. Por delante del féretro, expuesto en las instalaciones de FIAT en Milán, desfilaron miles de turineses que acudieron a dar el pésame a la familia y reconocer la labor que el empresario había realizado a lo largo de su vida.

Incluso meses antes de morir había sido capaz de sacar fuerzas para supervisar el traspaso de poder a una nueva generación de Agnelli que, por el momento, ha sabido adaptar la empresa automovilística a los nuevos tiempos, que no están solo marcados por el diseño, la velocidad o la seguridad, sino también por la sostenibilidad y el ahorro energético. Ahora solo falta saber si también serán capaces de conciliar los intereses económicos particulares con el beneficio social y continuar esa dinastía de príncipes oficiosos que, en cierta manera, «reina» en Italia.