Ahora, las mascotas pueden generar ingresos que hagan que sus dueños se conviertan en sus «empleados». La relación entre los humanos y los animales ha pasado por diferentes fases a lo largo de la historia. Desde la interacción propia del estado de naturaleza al cuidado mutuo, pasando por la domesticación de diversas especies con objeto de obtener de ellas nutrientes, materias primas o fuerza motriz destinada a activar ingenios mecánicos como norias, molinos o arados.
Esta relación comenzó en el Neolítico, hace alrededor de 10.000 años, y se mantuvo, más o menos sin cambios notables, hasta la revolución industrial que experimentaron los países occidentales en el siglo XIX.
A partir de ese momento, los animales dejaron de tener una utilidad puramente agrícola o industrial, lo que permitió que fueran apreciados por sí mismos, entrasen en las familias como un miembro más y se incorporaran a las nuevas actividades surgidas de la economía de mercado.
Por ejemplo, la cría de animales con usos recreativos, como los caballos de carreras o los perros de raza, cuyos sementales pueden llegar a percibir verdaderas fortunas por una monta, algo que, por otra parte, no era nuevo, pues ya sucedía con determinadas variedades de vacas lecheras en el uso agrario.
Un ejemplo de ello es California Chome, caballo de carreras que llegó a ganar 14 millones de dólares (algo menos de 12 millones y medio de euros) durante el tiempo que estuvo en competición y que, tras su retirada de las pistas en 2017, fue dedicado a la monta de yeguas.
El caballo realizaba tres montas diarias, a las 7:30 de la mañana, a las 13:30 y a las 17:30 de la tarde, con un coste de 15.000 dólares (alrededor de 12.000 euros) cada una. Se estima que California Chome montó a 150 yeguas, lo que habría generado a sus criadores 18 millones de euros de beneficio.
Como demuestra California Chrome, animal que es objeto de todos los cuidados y atenciones, la autoridad de los humanos sobre los animales se ha ponderado en la actualidad y, si bien aún no han triunfado teorías que reclaman para algunas especies los mismos derechos que los que disfrutan los humanos.
Tal y como lo defiende el Proyecto Gran Simio, son muchas las regulaciones nacionales que ya incluyen leyes que defienden su bienestar y persiguen el maltrato animal.
De hecho, en algunos casos, los animales han dejado de ser la parte más débil de esa relación y se han convertido en «empresarios», hasta el punto de tener pendientes de ellos a sus dueños, estilistas, jefes de prensa, entrenadores, cocineros y a miles de admiradores.
«Nunca trabajes ni con niños, ni con animales ni con Charles Laughton», afirmaba Alfred Hitchcock. Sin embargo, desde los comienzos del cinematógrafo, los productores se dieron cuenta de que los animales eran un reclamo para los espectadores tan eficaz como los actores convencionales o incluso más.
Desde 1910, el vaquero Tom Mix estuvo asistido de su fiel caballo Old Blue, el primer animal que se convirtió en estrella de Hollywood. Old Blue acompañó al actor a lo largo de 87 filmes, muchos de los cuales fueron rodados en el rancho del propio Mix donde el caballo vivía a cuerpo de rey.
A Old Blue le siguieron en la gran pantalla los perros Pete the Pup que, a partir de 1922, interpretó el papel de Petey en la serie de películas Our Gang (traducida en España como La pandilla) y Rin Tin Tin, un pastor alemán que ganaba 2000 dólares a la semana (unos 1700 euros) y llegó a estar nominado al Oscar al mejor actor en 1929.
De hecho, las leyendas de Hollywood cuentan que las votaciones le daban como ganador, pero al final y para no crear un incómodo precedente, el premio fue a parar al actor Emil Jannings. Para subsanar semejante injusticia, en la actualidad hay una asociación que lucha porque la Academia de Hollywood reconozca el talento del animal, concediéndole un Oscar honorífico.
1938 fue el año de Toto, el perro de Dorothy de El mago de Oz, que reportó al animal un salario de 125 dólares (unos 110 euros) a la semana, cantidad bastante superior a la de muchos de los actores que participaron en la adaptación de la novela de Frank L. Baum.
Sin embargo, a pesar de la popularidad de Old Blue, Pete the Pup, Rin Tin Tin y Toto, en 1943 hubo un animal que batió todos los récords de popularidad y taquilla de Hollywood: Lassie.
Creada por el escritor británico Eric Knight en el folletín Lassie vuelve a casa publicado por The Saturday Evening Post, esta perrita collie fue interpretada en la gran pantalla por un perro macho llamado Pal que, en la primera entrega de la serie, estuvo acompañado de una debutante Elisabeth Taylor.
El éxito de la película catapultó a la fama a ambos actores, cuyos cachés se dispararon hasta alcanzar, en el caso de Pal, los 4000 dólares por semana (alrededor de 3500 euros). A esta cantidad habría que sumar los ingresos generados con la venta de merchandising con la imagen del animal.
Desde cuentos, a álbumes de cromos, pasando por juguetes, ropa o caramelos, que hicieron de Pol mucho más que una mascota y lo convirtieron en una marca de prestigio.
Su importancia en el mundo del espectáculo fue tal que, cuando en 1958 falleció el primero de los muchos Pol que interpretaron a Lassie, Hollywood honró al animal con una estrella en el paseo de la fama de Los Ángeles, que fue inaugurada en 1960.
“En el futuro, todos serán famosos mundialmente por 15 minutos”, afirmó Andy Warhol a mediados de los años 60. Más de cuatro décadas después, las predicciones del artista no solo se han cumplido, sino que han sido rebasadas con creces.
Desde la aparición de las redes sociales y con la incorporación de cámaras de foto y vídeo a dispositivos tan populares como los teléfonos móviles, ya no es necesario, como sucedía en el pasado, la participación de técnicos o grandes estudios de Hollywood para crear buenas imágenes o pequeñas películas. Eso permite que, hoy en día, cualquiera pueda ser una estrella y esto vale tanto para humanos como animales.
La artista Taylor Swift, por ejemplo, ha hecho que su gata Olivia Benson sea casi tan popular como ella. El animal, que cuenta con su propio perfil en Instagram, más que una mascota es una socia de la artista con la que comparte beneficios al 50%.
Prueba de ello son las apariciones conjuntas en los videoclips de Swift, la colección de zapatillas Sneakers Cat diseñada por la cantante, pero inspirada por la gata, la línea de productos con la imagen de Olivia Benson y las campañas de publicidad que ha protagonizado el animal.
Unas actividades que han generado beneficios de 50 millones de dólares (algo más de 44 millones de euros), que colocan a la gata por encima de las facturaciones de algunos de los miembros de la familia Kardashian, epítome del influencer de hoy en día.
Algo semejante sucede con Choupette, la gata de Karl Lagerfeld que, en vida del diseñador, disfrutó de lujos que abarcaban desde un chófer personal, a un estilista o un nutricionista y que, tras fallecer su dueño, sigue manteniendo de esas comodidades, no solo porque ha sido beneficiaria de parte de la herencia de Lagerfeld en forma de renta vitalicia, sino porque se lo gana con su propio trabajo.
Choupette, cuya residencia es el piso parisino de su antiguo amo, tiene asistente, agente de prensa y representante que la cuidan, filtran y seleccionan las propuestas que le llegan para protagonizar campañas de publicidad o prestar su imagen para cualquier otra causa.
Entre esas actividades está «escribir» un libro titulado The Private Life of a Hig-Flying Fashion Cat, inspirar una línea de moda creada por Lagerfeld y realizar campañas de publicidad por las cuales percibió en 2014 la cantidad de 2,2 millones de libras esterlinas (casi 2,5 millones de euros) por dos días de trabajo.
Una cantidad que colocaba al animal por delante de modelos como Cara Delevigne que, aunque facturó 2,4 millones de libras (algo más de 2,6 millones de euros), no lo hizo en 48 horas sino a lo largo de los doce meses de ese año.
También en el mundo de la moda, aunque con una estética menos sofisticada que la que ha hecho famosa a Choupette, destaca Bodhi, un pastor alemán conocido también como Menswear Dog. La historia empresarial de este perro comienza en 2013, cuando sus dueños, Dave Fung y Yena Kim, publicaron en Facebook una imagen del animal vistiendo ropa de humano.
«Estábamos aburridos un sábado y decidimos disfrazar a Bodhi con ropa masculina. Cuando le pusimos las prendas se animó y comenzó a posar para nosotros», declararon.
Lo que comenzó como un pasatiempo para remontar un fin de semana aburrido, se ha convertido hoy en un próspero negocio. Menswear Dog factura más de 180.000 dólares al año (unos 150.000 euros), ingresos que derivan, no solo del merchandising con la imagen del animal.
También de una línea de productos para mascotas con su nombre, de los posados que Bodhi realiza para marcas como Coach y de los editoriales de moda para GQ, Time Magazine y otras prestigiosas cabeceras.
Pero no todos los animales empresarios están vinculados a una celebridad o a la moda. Algunos se han forjado su popularidad sin más ayuda que su talento o carisma. El caso más representativo es el de Grumpy Cat, una gata cuyo nombre real era Tartar Sauce, que saltó a la fama en 2012 después de que sus dueños pusieran una de sus fotos en la web de noticias Reddit.
En ella, el animal mostraba un peculiar gesto que invitaba a pensar que era un gato gruñón, aunque no era así. En realidad, Tartar Sauce/Grumpy Cat sufría enanismo gatuno y una mala oclusión de la mandíbula que le hacían tener ese rictus de enfado permanente.
Sea como fuere, las fotografías de Grumpy Cat se viralizaron y comenzaron a protagonizar memes, lo que hizo pensar a sus dueños que sería una buena idea vender productos con su imagen.
Tras registrar Gumpy Cat como marca comercial y crear la empresa Grumpy Cat Limited, su dueña, Tabatha Bundesen comenzó a vender camisetas, sudaderas, tazas, pegatinas, calcetines, imanes de nevera, calendarios, globos, cuadernos, bañadores, bolígrafos, libros para colorear y hasta una fragancia. También se organizaban sesiones de fotos con los admiradores de Grumpy/Tartar que pagaban por fotografiarse con el animal, hasta su fallecimiento en 2019.
En apenas 7 años, su impacto mediático y sus rendimientos económicos, cercanos a los 90 millones de dólares (casi 80 millones de euros), fueron tan inusuales, que muchos los medios de comunicación hablaron del fenómeno Grumpy Cat, que en 2013 llegó a protagonizar una portada de The Wall Street Journal.
A pesar de todo lo anterior, es un hecho que los animales no emprenden. No dan de alta empresas ni contratan asistentes. La mayor o menor rentabilidad de un animal estará directamente relacionada con la mayor o menor implicación de sus dueños en el negocio. Asimismo, la presencia de unas u otras especies dependerá de su popularidad en la sociedad en la que viven sus propietarios.
De esta forma, en un entorno urbano será complicado que los animales más populares sean gallinas, vacas o elefantes. Lo normal es que, como se ha podido ver, abunden las pequeñas mascotas como perros, gatos o pájaros. Sin embargo, gracias a las redes sociales, ese escenario de operaciones se ha ampliado, dando así cabida a animales menos convencionales. Por ejemplo, los cerdos.
Ese es el caso de Chris P. Bacon, un cerdito que nació sin patas traseras, razón por la cual sus dueños le diseñaron, empleando piezas de juguete, un accesorio con ruedas que, acoplado al animal, le permitía desplazarse sin dificultad. En 2013, las imágenes del chanchito con su ingeniosa prótesis fueron compartidas por internet y, en cuestión de días, Chris P. Bacon se convirtió en una estrella de la televisión estadounidense.
Asimismo, Chris P. Bacon, cuyo nombre es un juego fonético de palabras que suena como Crispy Bacon, Beicon crujiente en castellano, es todo un influencer en las redes sociales. Su cuenta de Instagram tiene casi 12.000 seguidores y su página web oficial, chrispbcon.org, comercializa diferentes productos relacionados con él, como cuentos, peluches, decoración para Navidad y camisetas.
Si bien su propietario nunca ha querido desvelar a cuánto ascienden los beneficios de Chris, dado el tipo de productos y actividad que realiza, los expertos estiman que no son inferiores a los 100.000 dólares anuales, aunque posiblemente esta cifra sea bastante superior.
El problema de Chris P. Bacon, sin embargo, es que, como sucede con las estrellas del mundo del cine, especialmente con los niños y niñas prodigio, el que fuera un cerdito pequeño, delicado e indefenso en 2013 es hoy, siete años después, un gorrino de decenas de kilos que ya no puede desplazarse con unas simples ruedas de juguete, sino que necesita moverse en un remolque.
Aunque sus peluches y el resto del merchandising siguen reproduciendo al animal como cuando tenía pocos meses de edad, sus imágenes de Instagram no engañan. Como sucede con cualquier otra empresa, Chris P. Bacon tendrá que adaptarse a los ciclos económicos y al gusto de los clientes, o se verá obligado a cerrar.