Aunque resulte paradójico y hasta extraño, a medida que se perfecciona el algoritmo de Netflix aumentan los paralelismos entre sus producciones y la realidad que viven los espectadores. Eso acrecienta la empatía, favorece la aparición de nuevos fenómenos sociales, y refuerza arquetipos que creíamos olvidados.
¿Qué importancia tiene todo este proceso para las empresas? Aunque de primera mano parezca que nada, en realidad la compañía de Reed Hastings y Ted Sarandos está proporcionando con sus aciertos estratégicos, muchos recursos para los responsables de recursos humanos.
Las series y películas de Netflix suelen ser simplificaciones extremas de problemas sociales, económicos y culturales; temas, en definitiva, que definen a generaciones y países enteros. Por eso no resulta bizarro pensar que un departamento laboral o una asesoría del sector pueda encontrar en las obras de la plataforma una fuente de inspiración.
Cabría atribuir el origen de este ciclo a los guionistas, ya que al final son ellos los encargados verdaderamente de crear la plataforma de ideas sobre las que tienen que trabajar tanto directores como actores. Sin embargo, la compañía norteamericana lleva años metiendo la mano en el proceso creativo, para que nada se escape a su “fórmula”.
De ahí que durante sus primeros años fuera la elección de los proyectos lo que definía su esencia, y que desde finales de 2017, principios de 2018, sea su propia esencia la que está moldeando las producciones a conveniencia. El ejemplo más claro de ello lo encontramos en “Élite”, uno de los mayores aciertos recientes de Netflix España.
La compañía de streaming es consciente de que el algoritmo genera cierto rechazo entre aquellos que buscan frescura y originalidad en la plataforma, pero también saben que la adicción termina superando a la desavenencia, y que otras series suyas del pasado han conseguido triunfar sin replicar el consenso de clásicos del cine y la televisión.
He ahí la obra de Carlos Montero y Darío Madrona (puesto ahora ocupado por Jaime Vaca). “Élite” no tiene un guion de culto ni maneja ideas trascendentales o de poso. Su reparto ha sido ridiculizado no pocas veces por la falta de profesionalidad, y algunas de sus tramas han terminado generando más de un revuelo por sus enfoques.
Eso, no obstante, no ha impedido a “Élite” convertirse en una suerte de “Por trece razones 2.0”; una obra que bebe del espíritu dramático y teen de aquella serie, pero que adopta formas y estilos propios.
Se puede hablar de un tono autorreferencial, y sin embargo, no deja de ser un pastiche de elementos visuales y narrativos que ya se han visto en “Rebelde Way”, “Rebelde”, “Física o Química” y hasta “Al Salir de clase” (por eso de buscar guiños más cercanos). A esa mezcla los showrunners le añaden un toque zeitgeist más apropiado y cierto amarillismo consciente.
Así es como las historias de Las Encinas International School se han convertido en las más vistas de Netflix de los últimos años. Desde que se estrenara en octubre de 2018, todas y cada una de sus cuatro temporadas hasta la fecha han estado al menos tres semanas ininterrumpidas en lo más alto del ranking de audiencias de la plataforma.
La primera píldora de episodios, por ejemplo, fue vista por nada más y nada menos que 20 millones de personas en el primer mes del estreno. Las sucesivas estarían en el top 10 de lo más visto que la compañía suele mantener en secreto a salvedad de intereses promocionales o comerciales.
Así es como un producto al que se suele calificar de “guilty pleasure” ha logrado sumar más de 30 episodios, lograr derivarse en un spin-off de historias cortas, y prometer un futuro de éxitos todavía asegurados para su elenco. Uno, por cierto, del que están saliendo cantantes de éxito, referencias actorales de moda y hasta iconos generacionales.
“Élite” puede ser “mala” desde un punto de vista audiovisual—ni sus fans lo cuestionan—, puede fomentar ciertas prácticas poco éticas o hasta ilegales entre los adolescentes, y llega a desdibujar valores fundamentales de la sociedad. Y a pesar de todo ello sigue sirviendo a la perfección como referencia para estudios cognitivos, conductuales y psicosociales.
Por todo ello con este artículo queremos alejarnos del tono y la línea habitual del blog de Yoigo Negocios, tratando de encontrar vínculos entre las personalidades de los protagonistas de la ficción y los perfiles habituales que se suelen encontrar en todas las empresas.
El personaje que interpreta Aron Piper es un chico talentoso y con buenas dotes sociales, lastrado por el cumplimiento de las formas y contenidos que imponen sus padres sobre él. Sabe estar y llegar a los objetivos de su entorno, pero no duda en dejar volar su personalidad cuando le dejan libre de ataduras.
Este tipo de personas son fáciles de identificar en una oficina: suelen cumplir todas las tareas y exigencias impuestas, y no acostumbran a destacar entre la plantilla. Eso, al menos cuando hay un supervisor de por medio. Actuando por su cuenta se mostrará egoísta e interesado.
¿Cómo gestionarlo? Ampliando la empatía en las reuniones one-to-one, entendiendo realmente cuáles son sus intereses más allá de lo impuesto e incentivarlo a que elabore iniciativas y encuentre nuevos métodos de trabajo por sí solo. Ahí sacará su verdadero potencial.
Es probable que aunque en la plantilla haya más de treinta personas, en el día a día la conversación la protagonicen solo unos cuatro o cinco empleados. Son las personalidades de cada uno las que dibujan una jerarquía interna aceptada de buen grado por todos.
De entre los que hablan pocos, algunos lo harán por voluntad y convencimiento propio, y otros porque o no les interesa o no les dejan participar. Omar, el personaje de Omar Ayuso, encaja en esta última definición. Proviene de una familia musulmana y es homosexual.
Encuentra por tanto el rechazo tanto de sus padres como del alumnado elitista y racista de Las Encinas. La salvación la encuentra en Ander, un chico con la suficiente empatía como para entender su situación.
¿Cómo gestionarlo? A un empleado tímido y conservador hay que darle lo que necesite. No forzarlo a que participe en las dinámicas, sino adaptando las formas y los objetivos a su forma de ser. En los momentos más difíciles estos empleados serán los que se muestren más comprometidos con la empresa.
Es la estrella de la oficina; está metida en los proyectos más importantes de la empresa y es una de las personas con más veteranía dentro de la plantilla. Nunca ha fallado y cuando está de vacaciones o de baja su ausencia se hace notar más que la del resto de empleados.
Frente a este marco cabría pensar que es el profesional perfecto. Y sí, puede serlo a nivel puramente empresarial, pero suspende estrepitosamente en el campo personal. Se muestra agresivo, ultracompetitivo y no alberga sentimiento de familia o equipo alguno. Por eso termina siendo temido por personal como Omar.
El personaje de Esther Expósito —aunque ya no está en “Élite”— encaja con esa definición; una mujer muy rica cuyo comportamiento solo responde al mantenimiento de su status quo; el de la riqueza de su padre y el de la nobleza aristocrática de su madre. Por eso, para ella los demás son solo herramientas. Tanto si lo son interesadas o hedonistas.
¿Cómo gestionarlo? Estos profesionales son extremadamente talentosos, pero pueden llegar a hundir al equipo si no se les guía en materia de relaciones interpersonales. Se suelen mostrar reacios a participar en dinámicas de grupo. No obstante, incluir en ellas metas y objetivos personales puede satisfacer su ego y vencer su voluntad bajo el interés de la empresa.
Para algunos empleados la empresa es mucho más que un espacio de trabajo; es el lugar en el que pasan la mayor parte del tiempo, y en la que conviven con amigos, padres e hijos. Todo ello hace que estén muy comprometidos con la empresa, pero que al mismo tiempo se muestren reactivos y compulsivos si se trastocan sus valores.
Es probable que el despido de un compañero haga cambiar por completo su actitud, y que alguna injusticia laboral termine haciendo mella en su fidelidad a largo plazo. Esto no los hace menos valiosos, sino más complicados de gestionar desde el departamento de recursos humanos.
Ese es el perfil que lleva hasta el extremo el personaje de Miguel Bernadeu. Aunque los fans lo calificaban de “villano” en las primeras temporadas, con el paso del tiempo se ha convertido en solo un alumno idealista, perseguido por sus fantasmas personales y con una fuerte convicción hacia el amor y la justicia.
¿Cómo gestionarlo? Para abordar a estos profesionales lo más importante es la comunicación. No ya la convencional o moralmente obligatoria, sino la voluntaria y dedicada. Se han de redoblar los esfuerzos en materia de dudas y preguntas, reuniones individuales y monitoreos periódicos de la esfera anímica y personal.
Entró en la universidad becado y lleva trabajando desde los 18 años para ayudar a su familia en casa. Ha conseguido entrar en una de las empresas más importantes del sector a pesar de que no tiene mucha experiencia en el campo. Es, sin embargo, muy trabajador y se esfuerza más que los demás para estar a su mismo nivel.
Aunque todo ese trasfondo personal no se deja ver en la oficina, su personalidad está marcada por unos orígenes humildes o muy asociados a valores familiares y protectores. Por eso apenas dará problemas y siempre responderá afirmativamente a las peticiones y exigencias de los responsables.
Ese es Samuel, el joven interpretado por Itzan Escamilla, que logra entrar en Las Encinas becado y termina convirtiéndose en una de las figuras centrales del grupo más popular del centro. Lo hace, eso sí, sin caer en los juegos mezquinos e inhumanos que maneja la clase alta.
¿Cómo gestionarlo? Es probable que genere bastante confusión entre los responsables laborales. Siempre será uno de los que más rindan, pero no estará en las conversaciones ni se vanagloriará de ello. Los responsables deben lograr establecer una línea de comunicación separada para poder intercambiar opiniones e intereses con él.
Clasista, egoísta e interesado. Este profesional pisará a quien haga falta para conseguir lo que quiere, y no mostrará ni un ápice de arrepentimiento en el proceso. No porque sea mala persona per se, sino porque tiene unos valores de corte protestante se separa con claridad el ámbito personal y profesional.
Eso significa que para él los compañeros no son personas, sino simplemente eso, compañeros de trabajo. Y como tales, todos competirán por quedarse con el mejor puesto y la remuneración más alta. Por eso él será el máximo exponente del dicho “el fin justifica los medios”.
Estas palabras son justo las que definen al personaje ruin y deleznable interpretado por Danna Paola. Lu es el arquetipo de villana de culebrón que no duda en traicionar mortalmente a sus compañeros y en mentir descaradamente si eso salva su cuello (aunque la defensa implique un asesinato).
¿Cómo gestionarlo? Lo normal es que este tipo de profesionales no duren más de dos o tres años en la misma empresa, a no ser que la propia organización promueva ese tipo de conductas (como por ejemplo ocurre en las “big four”). Por eso lo indicado es mostrarse duro, atar en corto y quedar a expensas de que acepte o se marche a otro proyecto.
Vulgar en sus maneras y honesto hasta las últimas consecuencias. Este empleado es conocido por su “falta de educación” y su escasa contención a la hora de tratar asuntos laborales y personales delicados. En materia de trabajo, sin embargo, siempre cumple con notable y nunca da problemas.
Es el tipo de persona que confunde la verdad con la mala educación, y que no es capaz de identificar en qué momentos hay que ser directo y en qué situaciones es mejor callarse o mostrarse más amable. Confabulará con otros empleados pero generará rechazo en buena parte de la plantilla.
La introducción del personaje de Claudia Salas en la segunda temporada de “Élite” dejó bien delimitados estos rasgos. Llegada a Las Encinas gracias al dinero conseguido por las actividades ilícitas de su madre, Rebeka se convertirá en la “choni” del instituto. Tanto por lo bueno —empatía— como por su falta de sensibilidad diaria.
¿Cómo gestionarlo? Es probable que esté bien integrado en el equipo. Ahora bien, este empleado puede convertirse con el tiempo en el mechero de muchos de los problemas laborales de la organización. De ahí que sea recomendable bajarle los pies al suelo con dinámicas que le permitan entender la personalidad de los demás.
Es completamente consciente de las consecuencias que pueden tener su actitud sobre los demás, pero también tiene la capacidad de sopesar y saber que algunos sacrificios resultan inevitables. Este profesional se verá constreñido por personalidades más fuertes, pero no dudará en aprovechar los huecos que vayan dejando libres.
Estamos hablando de un empleado cumplidor que no hace mucho ruido y que probablemente tenga mucho más talento del que le presuponen sus responsables. Sin embargo nunca hará nada para sobresalir, y los méritos los tratará de cosechar por sí mismo batallando directamente contra cada uno de sus compañeros.
No es extraño que tenga una gran valoración de la impresión que genera en los demás y que trate siempre de aparentar para proteger su modo de vida. En “Élite” es Georgina Amorós la que interpreta a una joven que se cuela en el centro haciéndose pasar por rica, y que llegará a traicionar sus propios ideales para mantener la reputación ficticia creada.
¿Cómo gestionarlo? En este caso el éxito radicará en la rapidez con la que los responsables identifiquen su personalidad. Evitando que se deje influenciar por los intereses de los demás, podrá ser un empleado modélico que inspire a los demás y ayude a establecer pautas y programas internos.
Podríamos seguir enumerando a miembros del elenco, pero creemos que estos personajes —en su mayoría presentes desde el inicio de “Élite”— son los que mejor representan a los arquetipos límpidos que han construido los showrunners. Es decir, los que tienen más potencial para inspirar las estrategias laborales de las empresas.
Ari, Mencía o Patrick, entre muchos otros, son solo combinaciones de los mismos valores que ya hemos expuesto más arriba. Como toda organización, ningún empleado se ajusta a una definición concreta. De ahí que el departamento de recursos humanos deba ejercer un trabajo proactivo de escucha y adaptación.
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