La proliferación de nuevas tecnologías amparadas en la llamada Inteligencia Artificial y el Internet de las cosas (IoT), permitió durante la década de los 80 y 90, generar un aumento generalizado en la productividad mundial. Las empresas tenían en sus manos herramientas que les permitían reducir tiempos de ejecución de procesos, modificando estos con funcionalidades que aportaban valor añadido.
Sin embargo, las innovaciones en términos productivos siempre estuvieron condicionadas por las estructuras socioconómicas mundiales. Durante esa época, las políticas de crecimiento flexible consignadas desde los gobiernos permitieron al crecimiento geométrico de la producción descansar sobre un terreno fértil y amable. Los números respondían y la transformación digital probaba ser tan efectiva como predecían los expertos.
Con la llegada del nuevo siglo, la aserción comenzó a enturbiarse. Si bien la automatización, la Inteligencia Artificial, la robótica, y el resto de campos de esta primavera tecnológica seguían optimizando los procesos de las empresas, el contexto económico ya no era tan favorable para el crecimiento. Curiosamente, más de un siglo antes, William Stanley Jevons había predicho este efecto con la paradoja que lleva su mismo nombre.
A mayor eficiencia energética —derivada de la implementación de tecnologías—, mayor es el consumo total de la propia energía. La demanda continuaba creciendo, y los rendimientos de la revolución digital cada vez eran más estrechos. La crisis económica de 2008 terminó de dinamitar la situación, estancando la productividad mundial, y paralizando los procesos sociales necesarios para asimilar los cambios derivados de las nuevas tecnologías.
La destrucción de empleo debido a los cambios del mercado laboral no se compensaba, y el valor añadido de las TIC se perfilaba claramente asimétrico. Y, sin embargo, las voces críticas hacia el pesimismo se multiplicaban. El beneficio de la tecnología sobre la productividad era evidente —un aumento del 2,6% entre 1997 y 2007—, y las empresas seguían acogiendo nuevas herramientas de optimización, entendiendo su dependencia en el entorno socioeconómico.
En 2005 un estudio liderado por Bain & Company demostró un manifiesto gap entre la percepción de la productividad de las empresas y los clientes. Mientras que el 80% de los negocios aseguraban estar ofreciendo una “experiencia superior” gracias a las nuevas tecnologías, solo un 8% de los consumidores aseguraban estar recibiendo esa mejora. Y ello, a pesar de que más del 95% de las compañías están comprometidas con sus demandantes.
La productividad es subjetiva y está sujeta a partes interesadas, mejoras parciales, y métricas cocinadas desde cientos de factores distintos. Oriol Aspachs, miembro de CaixaBank Research, asegura que “las estadísticas con las que trabajamos en el siglo XXI no recogen de forma adecuada el crecimiento económico”. Las variaciones en el PIB no reflejan la mayor o menor eficiencia tecnológica, sino la capacidad de las sociedades por llevar a cabo el cambio estructural necesario para mantener el equilibrio entre capital humano, capital tecnológico y capital público productivo.
"El paso de un televisor de 1956 valorado en 7.000 euros a uno actual de 300 euros es un claro reflejo de ganancias en productividad, pero la magnitud de esta mejora no es solo la diferencia de precios, sino que también hay que tener en cuenta la mejora de la calidad", añade.
A través de filtros cualitativos sí es posible percibir el valor añadido que la revolución digital no ha terminado de reflejar, en métricas cuantitativas, por el lastre derivado de culturas corporativas analógicas, estructuras organizativas anquilosadas, escasez de formación, y otros factores contextuales incapaces de seguir el ritmo dinámico del nuevo entorno tecnológico.
De hecho, la aparición de las GVCs (cadenas de valor global) surgidas en los años 90 del comercio internacional, solo ha sido posible gracias a mejoras de comunicación cocinadas desde las TIC y sus conectividades intrínsecas. Y estas a su vez
“han tenido efectos notables en el desarrollo”, de acuerdo con el World Development Report 2020. “Los ingresos han aumentado, la productividad ha aumentado —en particular en los países en desarrollo— y la pobreza ha disminuido. La fragmentación de la producción y la transferencia de conocimientos inherentes a las GVC son en gran medida responsables de estos avances”.
La tecnología llama a más tecnología, multiplicando sus efectos sobre la eficiencia. “La hiperespecialización de las empresas en las diferentes etapas de las cadenas de valor aumenta la eficiencia y la productividad, y las relaciones duraderas entre empresas fomentan la transferencia de tecnología y el acceso al capital y los insumos a lo largo de las cadenas de valor”. De ahí que sea fácil extrapolar porcentajes objetivos de esos efectos sobre el rendimiento de las compañías.
Un estudio de London Economics encargado a Cisco Systems en 2003, demostraba que la inversión en tecnología del gobierno de Reino Unido entre 1992 y el año 2000, fue responsable del 47% del incremento total de la productividad laboral. En Estados Unidos el National Bureau of Economic Research reflejaba unas conclusiones similares; durante la primera mitad de los años 90 la productividad tecnológica aumentó a un ritmo anual del 1,2%, y no dejó de prosperar durante los años siguiente.
Cabe, pues, reflexionar sobre cuáles son las aplicaciones y campos que más contribuyen al aumento de la productividad en las empresas. Siempre teniendo en cuenta el abanico de factores que influyen en la misma, y cómo se mide esta. La revolución digital es una concepción muy amplia que engloba herramientas y campos muy distintos, de los que es posible recoger conclusiones individuales. Todas, claro, reflejan la incidencia de la tecnología en la eficacia de unas empresas constreñidas por el entorno de competitividad más extremo de las últimas décadas.
El llamado Internet de las Cosas no solo conquistará el mundo empresarial en los próximos años. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) pronostica que para el año 2022, el planeta ya contará con 14.000 millones de dispositivos digitales; es decir, exactamente el doble de los que circulan en la actualidad a nivel internacional, y el doble también de la propia población mundial. “El IoT será un elemento clave del futuro digital, ya que permitirá a las tecnologías digitales integrarse cada vez más en todos los aspectos de nuestras economías y sociedades”, sostiene.
Las velocidades de conexión se incrementarán, favoreciendo la transmisión de datos circular entre departamentos, procesos, y necesidades de cualquier índole. Cifras de la GSMA indican que en 2018 este campo tecnológico ya aportó 175 mil millones de dólares a la productividad de las empresas (un 0,2% del PIB mundial). Para 2025 la estimación asciende hasta los 370 mil millones de dólares, presentando una importante incidencia entre los negocios de manufacturación.
Al mismo tiempo, el número de conexiones ascenderá hasta los 25 mil millones, con un crecimiento promedio del 21% en años previos. La productividad acompañará esa tendencia como resultado directo de las ventajas que ofrece el IoT en las empresas; minimización de errores, sistemas predictivos, herramientas de monitorización y mejora de rendimiento, geolocalización y ahorro de tiempos logísticos, seguridad por interconexión, movilidad empresarial, etc. Incluso el cliente ganará en productividad gracias al ahorro de tiempos.
No es ‘cuánto’ sino ‘cómo’. El Big Data se suele contemplar desde dimensiones cuantificables. La magnitud de esta técnica comprende cantidades de datos casi incalculables, y eso empuja a obnubilarse con cifras sin aporte real sobre las compañías. De acuerdo con un estudio de Gartner, más del 87% de las empresas poseen un Business Inteligence, una madurez analítica, baja. Esto impide que la información sea procesada correctamente, y se pueda extraer de ella algo de rendimiento. Es más, el informe refleja que la calidad de los datos puede afectar a la productividad laboral hasta en un 20%.
"La baja madurez del BI limita de forma importante a los líderes analíticos que intentan modernizarse", explica Melody Chien, directora analista senior de Gartner. "También afecta negativamente a cada parte del flujo de trabajo de análisis”. Este obstáculo hacia el Big Data se explica por la presencia de tecnologías de la información anquilosadas, y una muy baja interconectividad entre los consumidores y la empresa. Un Chief Marketing Officer (CMO) sin herramientas adecuadas —Hadoop, Spark—, es probable que no pueda realizar análisis de Data Lakes (información almacenada en crudo).
Una alta capacidad de análisis proporcionada por recursos y formación elevada abre las puertas a mejorar el proceso de la toma de decisiones, a una mayor democratización operativa entre departamentos, a un feedback constante a través de KPIs, a un refuerzo de la relación con los clientes, a un mejor conocimiento de la competencia. El Big Data no aporta un incremento directo de la productividad, pero sí evita los agravantes que la merman. Precisamente, un estudio de Vanson Bourne indica que la rentabilidad y eficiencia de los trabajadores de una empresa se ve mermada en un 16% cuando estos dedican una media de 2 horas al día gestionando datos.
Su terminología invita a divagar entre conceptos de significados muy distintos. La IA es la conjunción de algoritmos volcados hacia la creación de sistemas autónomos (máquinas o robots) con las mismas capacidades que el ser humano. No se aproxima al ideal que ha perfilado la ficción en medios como el cine o la televisión, pero sus aplicaciones empiezan a descubrir cierta ruta de progresión encaminada hacia las utopías más surrealistas. Hoy por hoy las empresas ponen sus focos en esta rama digital buscando beneficios más materiales.
El 24% de las compañías creen que en el futuro la IA tendrá un papel importante en todo lo relacionado con interacciones con el cliente. Los expertos consultados por Encamina descubren otras aserciones igual de interesantes: el 20% de las empresas apuntan a la aceleración de procesos y aplicaciones, mientras que el 19% lo hace hacia la precisión en la toma de decisiones. En términos de productividad un 31% piensan en corregir comportamientos y prácticas, el 23% en descubrir fallas, y el 16% en descubrir talento.
Helen Poitevin, vicepresidenta de investigación en Gartner asegura que en los próximos años “los líderes del puesto de trabajo digital implantarán de manera proactiva tecnologías basadas en IA, tales como asistentes virtuales, otros agentes conversacionales y robots, para dar apoyo y mejorar las tareas y la productividad de los empleados”.
Esta misma consultora pronostica que en 2021 ya serán 7 de cada 10 las empresas que contarán con algún sistema de IA para respaldar la productividad de sus trabajadores. Y entre sectores, será el financiero el que despunte con un 20% del personal (por banco) dedicado a labores que no requerirán de contacto con el cliente, a través de alguna tecnología basada en Inteligencia Artificial.
Aunque la generalización y la búsqueda de soluciones prácticas a bajo coste ha llevado a construir la conversación únicamente en torno a la nube, la Inteligencia Artificial y otros conceptos vagos, lo cierto es que, saliendo del marco teórico, se puede hablar con mayor concreción de las prácticas que reflejan la transformación digital en las empresas. El Enterprise Resource Planning o sistema de planificación de recursos empresariales, sirve para comprender la incidencia de las TIC en la gestión de las compañías.
Este software de información gerencial, a diferencia de los suits tradicionales, permite integrar administración, recursos humanos, ventas, logística, contabilidad, distribución, y otros departamentos de forma coordinada y monitorizada a un coste cero. El acceso a Internet, una vez más, ha impuesto una democratización no solo en términos de información, sino también de recursos digitales. Con un programa de ERP, tanto una multinacional como una startup pueden beneficiarse del valor añadido de este tipo de herramientas, siempre considerando el grado de personalización que se desee en el servicio del programa.
El sistema ofrece a la empresa la posibilidad de automatizar procesos, y con ello ahorrar tiempos. Permite organizar la información en una sola plataforma, para posteriormente proyectar los análisis y las estrategias que se requieran siguiendo lo marcado por las bases de datos. Es decir, ofrecen integración con soluciones de Business Intelligence, abriendo las puertas a la confección de informes increíblemente útiles en términos competitivos. Y todo ello lleva a un aumento indirecto de la productividad.
De acuerdo con una encuesta de Panorama Consulting en 2013, un 40% de las empresas que adquieren uno de estos programas percibe un aumento de la tan mencionada y deseada productividad. Aunque no es baladí el principal inconveniente de este recurso: la compleja implementación en empresas que arrastran organigramas y metodologías obsoletas. Las que lo consiguen, se enfrentan además al sobrecoste de las actualizaciones, y acaban empujadas a ahorrar quedando competitivamente rezagadas. Un 34% de las empresas padecen este problema, ignorando la solución que ofrece la nube.
Los sistemas ERP en la nube se actualizan de forma automática sin sobrecoste alguno, y su acceso está regido a pagos mensuales que dependen del número de usuarios inscritos y de funcionalidades contratadas. Esto ofrece una flexibilidad mayor a la empresa que se decide por ese formato, permitiéndolas diversificar esfuerzos en otros procesos de mayor complejidad cualitativa no dependientes del programa. La empresa puede, así, trabajar con sus departamentos sincronizados y los recursos optimizados.
La tecnología ha demostrado ser un valor añadido que posibilita la consecución de metas y ventajas competitivas. Es dependiente del contexto, y su medición viene condicionada por las métricas elegidas. No sorprende que tanto empresas como gobiernos de todo el mundo estén cubriéndose las espaldas con medidas de precaución. La realidad social lo demanda: un 27% de los adultos se consideran adictos a la tecnología, y un 48% siente dependencia hacia el intercambio de mensajes con sus smartphones, de acuerdo a un estudio de Common Sense.
En términos empresariales, son los trabajadores los que deben ser capaces de emplear las nuevas herramientas que posibilitan el aumento de la productividad. Y en ese sentido la motivación derivada de un entorno saludable juega un papel determinante en la eficiencia de la fuerza laboral. La Universidad de Yonsei en Corea descubrió que el desgaste continuado que se produce ante la exposición de información elevada, produce tensión física y psicológica en los empleados. La tecnología puede torpedear la productividad si se acoge con demasiada efusividad.
En España, desde el pasado 2018 la Ley Orgánica de Protección de Datos Personales y Garantía de los Derechos Digitales regula el derecho de los trabajadores a la desconexión digital en el ámbito laboral. No es alarmismo, tan solo la señal que buscan miles de expertos en todo el mundo. El esfuerzo de instituciones y empresas ávidas por adaptarse al mundo del futuro, poniendo a disposición de la tecnología los recursos que necesita para ser la llave de la productividad.
En Yoigo Negocios queremos que tu empresa pueda ponerse a la vanguardia de los numerosos cambios tecnológicos que se aproximan en la próxima década, y por eso te ofrecemos la mejor conexión y tarifas del mercado. Si quieres conocerlas puedes visitar nuestra web o llamar al teléfono 900 676 535.