Fnac: cultura para todos


Antes del desembarco de Amazon en Europa, Fnac era el referente de las empresas dedicadas a la venta de productos culturales. Además de una buena oferta de discos, libros, películas, videojuegos y algunos dispositivos electrónicos seleccionados con mejor criterio que el que suele ser habitual en las grandes superficies, los locales de la cadena francesa se convirtieron en dinamizadores de la escena cultural de las ciudades en los que estaban implantados.

En la actualidad, y gracias a una política expansionista a escala internacional, Fnac es una marca clave de la economía mundial, que ha sabido aprovechar también las ventajas de las nuevas tecnologías y el e-commerce para llegar allí donde no tiene locales. Una evolución que contrasta con los humildes orígenes de esta compañía fundada en Francia hace más de medio siglo.

Dos jóvenes entusiastas e idealistas

André Essel y Max Théret eran dos jóvenes militantes antifascistas afines al trostkismo que, si bien no se conocían entre sí, llevaban vidas más o menos paralelas. El primero había militado en partidos de izquierdas antes de la Segunda Guerra Mundial, lo que provocó que, al estallar el conflicto, se viera obligado a pasar a la clandestinidad para escapar de los nazis y del gobierno de Vichy.

El segundo había combatido en la Guerra Civil Española antes de regresar a Francia y sumarse a la Resistencia, lucha que compaginaba con su trabajo legal como fotógrafo en Grenoble, ciudad a la que tuvo que refugiarse para no ser capturado por la Gestapo.

Finalizada la guerra, Théter estudió para ser técnico de laboratorio fotográfico, fundó su propio negocio e incluso llegó a fabricar la primera máquina francesa para revelar fotografías en color. En paralelo a sus actividades fotográficas, en 1951 Théret puso en marcha una aventura empresarial que sería el germen de sus negocios posteriores.

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Se trataba de una compañía llamada Economie Nouvelle, que establecía acuerdos con establecimientos comerciales y así obtenía mejores precios para los asociados. Sin embargo, este concepto de negocio no acababa de convencer a Théret, que buscaba un modelo más ambicioso en el que las reglas del capitalismo y su ideología trostkista funcionasen de un modo más o menos armónico.

La solución llegó cuando Max Théret conoció a André Essel. Con concepciones del mundo afines, decidieron asociarse para desarrollar ese nuevo sistema, cuya clave no solo estaba en obtener buenos precios de los proveedores, sino en rebajar también los márgenes empresariales.

Un método que permitía poner a disposición del público productos de calidad, principalmente máquinas fotográficas y otros accesorios, a precios realmente competitivos. Para beneficiarse de esas ventajas solo era necesario hacerse socio del club, al que sus fundadores decidieron llamar Federation Nationale d'Achats des Cadres: Fnac.

Del club exclusivo al comercio abierto a todos

El 31 de julio de 1954, Fnac comenzó a operar en un piso subarrendado de la Rue Sebastopol de París y, muy pronto, se destacó entre los demás clubes de compras que existían en el país. La razón para este repentino éxito fue que, a diferencia de lo que sucedía con la competencia, los dependientes de Fnac estaban especializados en la categoría de productos que ofrecían.

Estos productos eran probados previamente por los responsables de la tienda para decidir si se vendían o no y, además, se servían con un año de garantía. De este modo, doce meses después de haber iniciado su actividad, Fnac ya había facturado quinientos mil francos (algo más de 76.000 euros).

Se trata de unos resultados inusuales para un negocio humilde y con márgenes de beneficio muy reducidos, que animaron a sus fundadores a ampliar el catálogo de productos incorporando televisores, equipos de música, radios y discos.

Durante la siguiente década, las ventas no pararon de crecer, por lo que Essel y Théret se replantearon el modelo de negocio. Abandonaron la fórmula club y, en 1966, inauguraron en París la primera tienda abierta al público, a la que seguirían dos más en esa misma ciudad antes de que la compañía iniciase su expansión por provincias a principios de los años 70.

La apertura de tiendas en otras ciudades de territorio francés coincidió con la incorporación a Fnac de un producto que hoy es uno de los más vendidos en sus tiendas pero que, en ese momento, no solo fue una novedad, sino que le generó no pocos problemas con empresas competidoras. Se trataba de los libros, que la empresa comercializó por primera vez en 1974 a través de una agresiva política de precios.

Con objeto de resultar notorios y darse a conocer como librería, Fnac aprovechó una laguna en las leyes francesas para aplicar en los libros descuentos que, en ocasiones, alcanzaban el 80% del precio marcado por el editor. Aunque la estrategia fue criticada por escritores, pequeñas librerías e incluso las propias editoriales, la compañía de Théret y Essel, lejos de rectificar, continuó con esa agresiva estrategia.

Los detractores de estos métodos tuvieron que esperar varios años hasta que el Gobierno francés promulgó una ley que establecía el precio fijo del libro y limitaba los descuentos a un 5% sobre el precio de portada.

Aunque la ley que establecía esa prohibición era la 81-766 de 10 de agosto de 1981 o Ley Lang, por haber sido Jack Lang, Ministro de Educación francés, el que la había impulsado, la norma fue conocida popularmente como Ley anti-Fnac.

No obstante, para cuando la ley fue aprobada, la empresa de Théret y Essel ya había conseguido hacerse un hueco entre las librerías más importantes de Francia, lo que contribuyó a su posterior expansión, aunque, para ello, tuviera que dejar por el camino a dos de las piezas claves de su éxito: sus dos socios fundadores.

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Del idealismo al pragmatismo empresarial

En 1972, y con objeto de buscar la financiación necesaria para poner en marcha el plan de expansión de la empresa, Théret y Essel se desprendieron del cuarenta por ciento de sus acciones. Cinco años después, y para afianzar el crecimiento de Fnac, los socios decidieron vender el resto de su paquete accionarial.

Esa estrategia de capitalización dio sus frutos y la compañía francesa creció hasta el punto de emplear a más de dos mil quinientas personas, facturar el equivalente en francos a trescientos mil euros al año y controlar el 4% de las ventas de discos en el país.

Todo ello, generó el ocho por ciento de las ventas de equipos de sonido y el diez por ciento de las ventas de equipos fotográficos. Los resultados económicos eran tan buenos que, en 1980, la empresa comenzó a cotizar en bolsa para vender a pequeños accionistas el veinticinco por ciento de la compañía que estaba en manos del Banco Paraibas.

Además, abrió tiendas en Bruselas, Amberes, Lieja, y amplió durante los años noventa el número de las que estaban en territorio francés. Nada menos que quince nuevos locales que se sumaron a la treintena ya existentes.

Para entonces, Fnac no se parecía nada al club de compras que, inspirado por los escritos de Trotsky, buscaba mejorar las vidas de los trabajadores, no por medio de la subida de salarios sino a través de la bajada de precios.

De hecho, no solo la inspiración socialista había quedado atrás sino que, como sucedió con empresas como Chupa Chups o McDonald’s, Fnac aprovechó la crisis del bloque soviético para abrir tiendas en el Berlín unificado que surgió después de la caída del Muro.

En definitiva, Fnac se había convertido en una multinacional muy rentable que cada día se alejaba más de esa imagen de empresa familiar dirigida por dos amigos entusiastas. De hecho, desde la salida de Théret y Essel, la cúpula de la organización estaba formada por directivos con sobrada experiencia en los negocios que, en lo único en que se parecían a los fundadores, era en su agresividad para los negocios.

Cuando a finales de los 80 y principios de los 90 se radicaron en Francia las compañías His Master Voice (HMV) y Virgin Megastore, Fnac decidió mantener su hegemonía en la venta de discos, películas y videojuegos a toda costa. En el caso de HMV, realizó una política de precios tan a la baja, que la compañía inglesa abandonó Francia un mes después de abrir las puertas de su tienda de París.

Por su parte, para competir con la tienda de Virgin, Fnac abrió un nuevo local en Paris de más de treinta mil metros cuadrados que costó casi veinte millones de euros y que fue conocido popularmente como «la catedral».

Dinamizador cultural

En 1993, Fnac abrió su primera tienda en Madrid. Lo hizo, además, en una de las mejores zonas de la ciudad. Concretamente en el icónico edificio de la plaza del Callao, que pertenecía a Galerías Preciados y que había sido adquirido a los grandes almacenes aprovechando que no pasaban por su mejor momento económico.

Desde su desembarco en la capital de España, Fnac se propuso ser motor de la vida cultural de la ciudad. De este modo, el Fórum de la Fnac acogió conciertos, presentaciones de libros, proyecciones de cine, cursillos y su implicación en la ciudad llegó a ser tan importante, que el local apareció incluso en películas como El Día de La Bestia de Álex de la Iglesia.

Tras la tienda de Callao, Fnac abrió un local en Barcelona –que también apareció en una película, esta vez en Mar rojo de Enric Alberich–, al que siguieron otros en San Sebastián, Valencia, Zaragoza, Marbella, Murcia y otras localidades. Superó la treintena de locales en el país y más de sesenta en la Península, pues otro de los territorios en los que Fnac se ha asentado con éxito ha sido Portugal.

A diferencia de otras empresas, cuyo objetivo es hacerse con las mejores localizaciones de una ciudad, el crecimiento de Fnac se llevó a cabo con criterios diferentes que, en ocasiones, recordaban al espíritu de sus inicios como pequeño club de compras que buscaba llevar la cultura a todo el mundo.

De ese modo, junto a los locales del centro de la ciudad o en aeropuertos, Fnac abrió tiendas en el extrarradio para hacer llegar su oferta cultural a esos lugares en los que apenas existen comercios especializados en este rublo.

Pero no solo Europa ha sido el objetivo de la compañía francesa a la hora de ampliar su presencia internacional. Aprovechando que muchos países comparten la cultura francófona, Fnac abrió tiendas en lugares como Martinica, Nueva Caledonia, Casablanca, Tánger, Túnez, Susa, Quatar, Costa de Marfil, Camerún y el Congo,

Por último y para aquellos territorios en los que no tiene presencia física, como, por ejemplo, Italia o Alemania, Fnac dispone de páginas web en las que están disponibles más productos de los que tiene expuestos en sus tiendas y a los que también se les aplican las ventajas de las que disfrutan los socios Fnac, un club de fidelización que en la actualidad ronda los dos millones de afiliados.

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La crisis de la música y otros pequeños sobresaltos

Una vez agotada esa política de expansión, Fnac ha continuado creciendo por otros cauces. En 2016, por ejemplo, después de varios meses de negociación y tras la intervención del organismo francés de la competencia –que estableció una serie de condiciones como la de vender algunas de las tiendas de París–, Fnac adquirió Darty, empresa francesa especializada en la venta de electrodomésticos.

La fusión buscaba compensar el descenso de ventas provocado por la crisis de la música en soporte físico, pero acabó fortaleciendo a la marca en su conjunto que, tan solo en Francia, península Ibérica y Benelux, llegó a facturar ese año trescientos millones de euros. De hecho, el único problema destacable experimentado por la compañía en los últimos años fue un descenso en la cotización de sus acciones en 2018.

La razón para ese descalabro, un nada desdeñable 4%, se debió no tanto a razones relacionadas con la fortaleza empresarial de Fnac, sino a las revueltas de los chalecos amarillos de París sucedidas en los últimos meses de 2018, que provocaron un descenso en las ventas de las Navidades de ese año de cuarenta millones de euros sobre los objetivos establecidos.

No obstante, dos años después de ese delicado momento, parece que todo ha vuelto a la normalidad. El pasado 8 de agosto de 2020, las acciones de Fnac subieron un 4% y el viernes 28 de agosto, al cierre de la Bolsa de París, la acción había subido un 0,83%, lo que da un acumulado en lo que va del año superior al 5%. Unos resultados que demuestran que, en contra de lo que pudiera parecer, vender cultura para todos es una actividad más que rentable.