El trabajo del mañana pasa por la automatización. La mayoría de los avances en inteligencia artificial conducen hacia ahí. Y cuando hablamos del futuro del mercado laboral y de la desaparición de funciones, nos referimos a aquellas que fácilmente pueden ser automatizables. Y lo mismo ocurre si mencionamos blockchain.
Probablemente antes se señale la seguridad y la trazabilidad que puede proporcionar el uso de esta red, pero no habrá que esperar mucho para que surja la automatización. Y si hablamos de la gran A, pocas herramientas hay con mejor potencial para optimizar procesos que los smart contracts.
Los también llamados contratos inteligentes son programas que están pensados para que activen unos procesos si se dan unas condiciones. Piensa en una zapatería que tiene un contrato inteligente por el que, llegado el día 29 de cada mes, se activa un programa que da la orden de ingresar las nóminas a sus trabajadores. No necesita que nadie lo active, sino que cada día 29 ejecuta varias órdenes: comprueba que hay dinero en la cuenta, corrobora los empleados que hay en la compañía y, por último, transfiere las cantidades a las cuentas corrientes de los empleados. Sin que nadie deba ocuparse de nada.
En realidad, no es tan sencillo, pues para que el smart contract pudiera funcionar, todos los elementos tendrían que formar parte de una red blockchain, que es el ecosistema donde se ejecutan, en exclusiva, este tipo de contratos. Pero quedémonos con el concepto.
Quien primero definió el concepto de contrato inteligente fue el criptógrafo Nick Szabo a mediados de los 90. Si cualquier contrato estaba lleno de condiciones y promesas, ¿por qué no pasar esas promesas a un ordenador para que, en caso de que se cumplieran unas condiciones determinadas, el propio contrato diera cumplimiento a tales promesas y penalizaciones? La idea estaba clara, pero la tecnología de entonces no podía ponerla en práctica. Hasta que, dos décadas después, llegó blockchain.
Si, pongamos por caso, un administrativo no tiene que preocuparse de hacer los ingresos de nómina empleado a empleado, sino que cuenta con un contrato inteligente para que lo haga por él, todos salen ganando: el propio administrativo, que dejará de hacer una tarea rutinaria y repetitiva; los empleados, que sabrán exactamente cuándo van a cobrar; y la persona que lidere la compañía, que tendrá la seguridad de que no va a producirse ningún error, despiste o retraso que pudiera derivar en un problema para la empresa. Automatizar las tareas rutinarias es la ventaja más evidente de usar contratos inteligentes.
Otra ventaja es el control. Volvamos a la zapatería del ejemplo anterior. Además de en la tienda, también venden zapatos a través de Internet. Y venden muchos, tantos que hay que llevar un cuidadoso seguimiento de cada par de zapatos para no vender a través de la web algo que ya ha sido vendido en tienda. ¿Y cómo se puede tener todo esto bajo control? Ya existen varios programas informáticos para gestionar inventarios que sirven para este propósito, pero lo que propone un smart contract va mucho más allá.
Gracias a blockchain, se puede identificar cada par de zapatos con un código, una identificación que puede acompañar al zapato desde la primera fase de su fabricación hasta su venta. Literalmente: el código se puede generar con la orden de pedido del zapatero (ni siquiera habría zapatos físicamente aún) e identificar el mismo par en su fabricación, transporte, almacenamiento en tienda y venta. Y todo ello geolocalizado, gracias a la red blockchain y su capacidad para digitalizar todos los procesos de un negocio, relación con proveedores y posventa incluidas.
¿Y qué se podría hacer aquí con un contrato inteligente? Por ejemplo, un smart contract podría hacer que con cada venta de un zapato se mandara automáticamente una nueva orden de pedido al zapatero. O se podría programar que, si un zapato se localizara en la tienda, automáticamente desapareciera del catálogo online. O incluso se podría usar un contrato inteligente para que, si un determinado zapato no entrara en almacén un día, automáticamente se enviase un correo pregenerado al fabricante preguntando la razón del retraso (e incluso dando orden para que se paralizara una transferencia bancaria programada). Las posibilidades que brindan los smart contracts sólo están limitadas por la imaginación de quien dirige la empresa (y por tener o no tener una red blockchain, claro)
Pero no todo es positivo. La naturaleza informatizada de los smart contracts conlleva que lo que está escrito en código se repita una y otra vez. Y si hay un error, este se replicará hasta el infinito salvo que alguien lo note y lo corrija. Pero incluso en ese momento ya habrá sucedido el mal. Este es el gran problema de este tipo de herramientas: que vinculan su eficacia al talento del programador y a que haya escrito un código infalible.
Además de las ventajas a nivel interno para las pymes, los contratos inteligentes plantean algunas mejoras al negocio que pueden redundar directamente en los clientes y que las propias pymes pueden vender como un valor añadido.
Por ejemplo, el servicio de posventa de un eCommerce. Un cliente pide algo por correo y no llega a la hora acordada. Hoy ya no resulta sorprendente que se pueda seguir el paquete casi en tiempo real, pero sí es menos común que una compañía utilice su puntualidad como garantía: que una empresa esté tan segura de que va a entregar a tiempo su producto que, de no ser así, automáticamente el cliente reciba en su cuenta un porcentaje del precio del producto a modo de compensación. ¿Cómo se puede hacer? Con un smart contract que se active si el producto, identificado con un código, no se encuentra geolocalizado a la hora acordada en el domicilio del cliente. De nuevo, todo es automático.
Otro caso: un supermercado que garantice que todos sus productos son de kilómetro cero. Pero que lo garantice no solo en el etiquetado, sino que, de forma totalmente transparente, permita a sus clientes observar el recorrido en tiempo real del producto a través de una web. Desde que ese producto es recogido hasta que llega al punto de venta, pasando antes por todos los procesos de transformación y transporte.
Otro caso, esta vez relacionado con el aparentemente caduco modelo de pago por uso. Spotify o Netflix, con sus tarifas planas, han conseguido que casi no recordemos que antes se podía pagar por escuchar un disco o ver una película, es decir, por consumir un bien concreto. Las tarifas planas son muy rentables si se hace un uso intensivo de los servicios, pues pagar individualmente el consumo de cinco películas por semana sería impensable hoy en día.
Sin embargo, hay servicios donde es mejor pagar sólo por el uso que hagas de ellos, sin cuotas fijas. Como en los vehículos de alquiler sin conductor. Pagar sólo por los kilómetros que recorras o la gasolina que consumas. Vale, esto no es ninguna novedad. Profundicemos entonces: que la compañía de alquiler te hiciera un descuento porque hubiera detectado que has llevado el coche de forma segura y medioambientalmente responsable, respetando siempre los límites de velocidad y sin pisar demasiado el acelerador.
¿Es ciencia ficción? No, algunas compañías de alquiler de vehículos ya están trabajando con fabricantes en proyectos de este tipo y se plantean ofrecer descuentos y premios como vales para el alquiler de bicicletas. Algo parecido ocurre con corredurías de seguros, que se plantean pólizas dinámicas cuyas primas vayan cambiando según el uso que hagan los usuarios de sus bienes o el propio desgaste de los bienes asegurados, información que recibirán gracias a dispositivos IoT.
Los tres ejemplos anteriores (garantía de entrega bajo reembolso, cadena de suministro visible en todo momento y pago por uso) son prestaciones que ya funcionan o que están en avanzados procesos de investigación. Una idea un poco más futurista tiene que ver con la identidad digital, un proyecto también relacionado con blockchain y que vendría a poner en práctica el concepto ciudadano/a del mundo: estés donde estés, tu persona estaría asociada a una identidad digital reconocible en cualquier país a través de una red blockchain.
Una identidad digital así podría hacer la vida más sencilla a las personas. Para empezar, no habría que identificarse con usuario y contraseña en los servicios web ni en las redes sociales. Bastaría con introducir un código y que el sistema lo reconociera. A este código se podría asociar la cuenta corriente, el permiso de conducir o incluso el número de la seguridad social, de forma que sólo con identificarte pudieras pagar, acceder a tu cuenta bancaria o demostrar que el coche que estás conduciendo es tuyo. ¿Te imaginas todos los procesos que se podrían automatizar gracias a smart contract si todos estos elementos tuvieran su versión en blockchain?
Esta prestación sería un regalo para los bancos obligados por la verificación KYC (Know Your Constumer), que obliga a las entidades financieras a asegurarse de que sus clientes son quienes dicen ser antes de poder ofrecerles servicios.
Los expertos explican que depende del caso. Si el smart contract resulta ser la traslación en código de un contrato legal considerado como tal, no hay problema. En ese caso, no sería más que la automatización de las condiciones estipuladas en el contrato. La pregunta surge cuando el único documento sobre el que se apoya el smart contract es el propio código, lo cual hace que desde el primer momento surjan enormes dudas sobre si va a ser comprensible para las partes firmantes. Y esto sí es motivo de invalidez.
Sin embargo, no es necesario llevar hasta ese punto la responsabilidad de un contrato inteligente. Del mismo modo que nos sucede cuando hablamos de tecnologías como la inteligencia artificial o el IoT, en muchas ocasiones el término sugiere mayor importancia que la que realmente tiene. Un smart contract puede limitarse simplemente a automatizar un proceso sencillo, en cuyo caso establecer la legalidad o ilegalidad del mismo sería algo comparable a preguntarse si es legal o no que la plataforma de streaming corte el servicio si el usuario no paga: si lo pone en el contrato, no hay margen para la duda.
Es la gran pregunta. Depende. ¿Tiene tu empresa acceso a una red blockchain? Si la respuesta es negativa, ni te lo plantees, pues los smart contracts sólo pueden ejecutarse en redes blockchain. Sin embargo, el concepto puede replicarse a través de otras tecnologías. Por ejemplo, la combinación de IoT con geolocalización y balizas de seguimiento puede sustituir la monitorización a través de un smart contract de la cadena de suministro que hemos comentado antes. No será tan seguro como si funcionara bajo una cadena de bloques, pero cumpliría el objetivo.
En caso de que sí tengas pensado acceder a una red blockchain, o incluso ya estés en una, entonces sí puedes plantearte empezar a usar contratos inteligentes. Pero solo después de pensarlo mucho y tener en cuenta algunos puntos. Por ejemplo, si tu empresa será la primera del sector en usar un contrato inteligente para un proceso que implique a terceros, asegúrate de probar antes su eficacia en una red cerrada. Como dijimos más arriba, dependes de la pericia del programador que creó el contrato para que todo se ejecute a la perfección. Dicho esto, si tal programador no se responsabiliza de su creación en caso de fallo, desconfía inmediatamente. Es más, si no puede demostrar que ya la ha probado, descártale al momento.
Pero la pregunta más importante de todas es: ¿automatizar ese proceso con un contrato inteligente me hará la vida mucho más fácil? Y por fácil hablamos de que optimice de verdad un proceso, que ahorres tiempo, dinero o recursos, no vale una pequeña mejora. Si la respuesta no es rotundamente sí, entonces déjalo para más adelante. La automatización, aunque parezca un concepto nuevo, no está exenta de pasar el tradicional filtro de lo mejor es enemigo de lo bueno (y su segunda parte: si funciona, no lo toques… ni automatices).