Beta vs. VHS: el duelo que decidió el futuro de las cintas de vídeo


Los nacidos en los años cincuenta crecieron rodeados de dicotomías. Desde el clásico "¿a quién quieres más: a papá o a mamá?" de la infancia, al "¿prefieres a The Beatles o a The Rolling Stones?" de la adolescencia, pasando por el "¿diésel o gasolina?" de la juventud, sin olvidar la pregunta que marcaría su madurez: "¿Tienes Beta o VHS?".

Primeros pasos

Durante los años ochenta el mundo se dividió entre los defensores de uno u otro sistema de reproducción y grabación de vídeo. Una pugna en la que jugaron un papel destacado no solo las virtudes tecnológicas o defectos de uno y otro sistema, sino también aspectos colaterales como el diseño industrial, la creatividad publicitaria, el catálogo de películas disponibles y, por supuesto, el precio de reproductores y cintas vírgenes.

No obstante, también resultaron clave las estrategias empresariales desplegadas por Sony y JVC, los dos actores principales de esta competición, en las que no faltaron grandes dosis de ambición, visión a corto plazo y soberbia que, finalmente, hicieron que el VHS se impusiera y provocase la casi completa desaparición del Beta.

La peculiaridad de este caso ha hecho que, desde hace años, se estudie en las escuelas de negocios como ejemplo de que, en ocasiones, la competitividad no es el único camino en el mundo de la empresa. Como posteriormente sucedió con el DVD, la colaboración entre compañías y el desarrollo conjunto de un estándar en un determinado sector puede, en muchas ocasiones, resultar más interesante y eficaz.

En todo caso, y a pesar de la experiencia de Sony y JVC, las incompatibilidades entre el Mac y el PC o Android e iOS demuestran que aún hay empresas que, en aras de un supuesto aumento de los beneficios, prefieren operar a espaldas de las necesidades de fabricantes y usuarios.

El cine en casa

Tras la Segunda Guerra Mundial, la radio comenzó a perder protagonismo en las casas de los estadounidenses en beneficio de un nuevo medio de comunicación: la televisión.

Aunque las primeras emisiones en pruebas se habían realizado antes de la guerra o durante el conflicto, fue a partir de 1945 cuando comenzaron a surgir las cadenas de televisión, muchas de ellas vinculadas a las antiguas emisoras de radio o a los estudios de Hollywood.

De hecho, el siguiente sector damnificado por la televisión después de la radio fue el propio cine. La popularización de ese novedoso invento, que en 1955 estaba implantado en la mitad de los hogares estadounidenses, provocó un descenso considerable de espectadores en las salas.

Por ello, los estudios tuvieron que reinventarse para crear experiencias cinematográficas espectaculares que resultasen imposibles de reproducir en la intimidad del salón de casa.

Fue la época de las producciones en sistemas a todo color como el Technicolor, las películas panorámicas en Todd-AO, el 3D con las gafas de color azul y rojo, las películas aromáticas Smell-o-Vision (Olor-o-Visión) y otros reclamos comerciales destinados a conseguir que los espectadores volvieran a llenar las salas de cine.

Lo más paradójico fue que, pocos años después, los espectadores pudieron disfrutar de esas mismas superproducciones en su propia casa, en pantallas ridículamente pequeñas y sistemas de sonido rudimentarios, que distaban mucho de aquellos para los que habían sido concebidos.

El motivo fue la comercialización del magnetoscopio doméstico, un sistema de reproducción y grabación de productos audiovisuales, en el que las productoras de Hollywood también tenían importantes intereses comerciales.

Ventajas y desventajas

Los sistemas de vídeo en cinta magnética existían en el ámbito profesional desde mediados de los años cincuenta. Sin embargo, hubo que esperar hasta principios de la década de 1970 para que Philips lanzase el primer sistema de VCR (siglas de Video Cassette Recorder) para el ámbito doméstico.

Este nuevo sistema suponía un gran avance en lo que a la grabación y reproducción de material audiovisual por parte de los consumidores se refiere. A diferencia de lo que sucedía con las bobinas vírgenes de Super-8, cuya duración no superaba los tres minutos, este nuevo sistema permitía grabar una hora de contenido.

Además, no era necesario mandar a revelarlo a un laboratorio y esperar días o semanas para revisar su contenido, sino que se podía ver al instante. Por si no fuera suficiente, el vídeo permitía grabar programas de la televisión convencional y, aunque la oferta todavía era muy limitada, ya estaban disponibles, para venta y alquiler, documentales y algunas películas clásicas.

A pesar de estas ventajas, el sistema de Philips resultaba demasiado caro. Aunque tuvo buena acogida en centros educativos e instituciones públicas, la penetración en los hogares, que era para lo que había sido concebido, no cubrió las expectativas. Por ello, la compañía holandesa decidió desarrollar un sistema más económico al que denominaría Video-2000 y que sería lanzado al mercado en 1979.

Mientras Philips desarrollaba ese nuevo sistema en Europa, en Japón Sony y JVC daban los últimos retoques a sus propios formatos de vídeo doméstico. En 1975, Sony presentó el Betamax, popularmente conocido como Beta, y un año más tarde, JVC hizo lo propio con el VHS.

Aunque el Beta era técnicamente superior, estéticamente más atractivo y había llegado antes al mercado, rápidamente el VHS comenzó a ganar terreno a su competidor. La razón principal era que JVC ofrecía cintas que doblaban la duración de las ofertadas por Sony.

Un detalle a tener en cuenta por parte de los consumidores, que prefirieron la economía a la calidad de imagen y sonido. A estas diferencias en el aspecto técnico, se sumaron una serie de problemas legales que, una vez más, JVC enfrentó con más inteligencia y mano izquierda que Sony.

Ambición mal entendida

Desde el primer momento, la estrategia empresarial de Sony en relación con el Beta se caracterizó por ciertas dosis de soberbia, intransigencia y ambición mal entendida. Antes de lanzar el sistema Betamax, Sony mantuvo reuniones con JVC y otros fabricantes, con la intención de limar sus diferencias y lanzar un sistema común que permitiera establecer un estándar que beneficiase a todos los implicados.

Esa decisión, que hubiera acelerado el desarrollo del vídeo para el ámbito particular, abaratado costes y facilitado la vida de consumidores y distribuidores, fue finalmente rechazado por Sony.

Convencidos de la calidad del Beta, sus directivos se negaron a firmar esos acuerdos y aprovecharon que su sistema estaba más avanzado en su desarrollo para comercializarlo antes que la competencia.

No obstante, irrumpir en solitario en el mercado con un aparato innovador que amenazaba las regulaciones sobre derechos de autor no fue precisamente una ventaja. Algunos de los propietarios de esos derechos, entre los que estaba la todopoderosa Disney, decidieron demandar a Sony y pedir a los tribunales que prohibieran la comercialización de los reproductores y grabadores de vídeo.

Finalmente, la justicia dio la razón a la compañía japonesa y se denegó la retirada de los reproductores como solicitaba las partes demandantes. No obstante, durante el tiempo que duró el litigio, el catálogo de películas ofertadas por Sony fue muy reducido, al menos en comparación con el de JVC que, en lugar de optar por el enfrentamiento judicial, prefirió llegar a acuerdos con los propietarios de los derechos audiovisuales.

Esa actitud tendente a la colaboración por parte de JVC también se extendió a la cesión de las patentes relacionadas con el VHS. Esto permitió que, mientras que el Beta era fabricado casi en exclusiva por Sony, los reproductores y cintas VHS podían ser producidos por otras muchas marcas lo que, en muy poco tiempo, propició que su formato se convirtiese en un estándar del sector.

Solo para adultos

Además de las facilidades dadas por JVC para que otras compañías fabricasen su sistema, la popularización del VHS tuvo un aliado inesperado que aumentó considerablemente la distancia con el sistema Beta. Se trató, ni más ni menos, que del cine para adultos.

Durante los años setenta, la industria de las películas pornográficas discurría entre la marginalidad y la precariedad. A pesar de que era un negocio muy rentable, sus producciones eran difíciles de asumir porque los presupuestos eran más limitados que los del cine convencional.

Las necesidades técnicas relativas al celuloide, la iluminación, el revelado y las cámaras eran prácticamente las mismos que los de una película de cualquier otro género.

Por si eso no fuera suficiente, una vez rodadas en 16 o 35mm, era necesario sacar copias profesionales de las películas para que pudieran ser proyectadas en cines y, aunque también había un mercado de películas domésticas en formato Super-8, su distribución era marginal y, en ocasiones, realizada de manera clandestina.

La aparición del vídeo en los años ochenta, por tanto, cambió por completo el negocio del cine para adultos.

Además de coincidir con una serie de resoluciones judiciales que amparaban ese género como parte de la libertad de expresión reconocida por la constitución estadounidense, el nuevo sistema abarató los rodajes, los agilizó y amplió el mercado doméstico gracias a que permitía poder consumir discretamente esos contenidos en la intimidad del domicilio.

De repente, del centenar de largometrajes para adultos que se rodaban anualmente, se pasó a miles de títulos que fueron publicados principalmente en formato VHS, catapultando la popularidad del formato y generando enormes beneficios tanto a JVC, como al resto de fabricantes que habían apostado por ese sistema.

Mientras tanto, Sony, que sí había conseguido destacarse en el sector del vídeo profesional con el sistema Betacam, se quedaba cada vez más descolgada en el ámbito doméstico con el Betamax.

El fin del formato

En 1975 Sony disfrutó del 100% de la cuota de mercado mundial de magnetoscopios y cintas vírgenes porque, sencillamente, no tenía competencia alguna. No obstante, sus decisiones hicieron que fuera perdiendo esa posición hegemónica a lo largo de la década de 1980.

Durante esos años, las ventas comenzaron a bajar tanto en Estados Unidos como en Japón o Europa y, aunque lanzó versiones mejoradas del Betamax y cintas de mayor duración, la situación no remontó.

En 1998, Betamax resultaba tan irrelevante en el mercado, que Sony decidió claudicar y comenzar a producir magnetoscopios y cintas vírgenes VHS. Si bien siguió produciendo ambos sistemas durante algunos años, en 1990 se lanzó el último modelo de magnetoscopio Beta y, en 2015, anunció que dejaba de fabricar cintas de ese formato, lo que provocaba su definitiva obsolescencia.

La drástica decisión de Sony sobre su creación coincidió en el tiempo con la decadencia de su máximo rival. En 2016, tan solo una compañía en el mundo, la japonesa Funai Electric, seguía fabricando reproductores de VHS.

El resto de las marcas habían abandonado los sistemas analógicos para fabricar DVD, Blu-Ray y otros soportes digitales con mejor calidad de imagen y sonido, aunque con una vida más corta que sus predecesores debido, entre otras cosas, a la llegada de Internet y al rápido desarrollo del streaming y las plataformas de vídeo online como YouTube.

A pesar de todo, cuarenta años después de su lanzamiento y en una época en la que la tendencia es la desaparición del soporte audiovisual, el Beta y el VHS siguen teniendo grandes defensores. No tanto por la calidad de su imagen, su sonido o por la nostalgia de tecnologías vintage, sino porque la aparición de un nuevo formato conlleva siempre la pérdida de gran parte del acervo cultural común, que no es reeditado en ese nuevo sistema.

Así sucedió con muchos cilindros de cera Edison cuyo contenido no fue publicado en discos de pizarra; con el LP, que no recogió en ese soporte los millones de discos de pizarra que se habían publicado en los años previos a su aparición; o con el CD y los archivos digitales.

Es por eso por lo que muchas de las películas, programas de televisión, documentales o recuerdos de particulares que, en la actualidad, solo están disponibles en viejas cintas VHS o Betamax cuya digitalización queda en manos de la buena voluntad de coleccionistas, aficionados, archivos públicos o fundaciones.

Como ha ocurrido a lo largo de la historia, las empresas, más preocupadas por el balance de resultados que por la filantropía, no acostumbran a echar la vista atrás para ver qué se van dejando por el camino.