Blue Note: Un éxito empresarial basado en la improvisación


Blue Note cumplió 80 años en 2019. En plena crisis de la industria musical, con la desaparición de los formatos físicos, el descenso en las ventas por la piratería y las plataformas gratuitas de streaming, el sello estadounidense decidió celebrarlo por todo lo alto lanzado nuevos productos.

Entre ellos se encontraban ediciones de lujo orientadas a audiófilos, reproducciones en gran formato de sus portadas más famosas, merchandising y reediciones de los mejores títulos de su catálogo en vinilo de 180 gramos que, además de estar disponibles en tiendas especializadas o en su web, se lanzaron como colección en quioscos de prensa.

Una estrategia que demostraba que Blue Note había pasado de ser una discográfica minoritaria especializada en jazz a convertirse en una marca notoria y de prestigio.

Una aventura juvenil

Se conoce como blue note (o nota de blues en castellano) a aquella que aporta esa expresividad característica al blues y que, en una escucha poco atenta, podría parecer fuera de tono, debido a que varía ligeramente las notas de una determinada escala.

Aunque este tipo de notas son más propias del blues, el jazz las incorporó automáticamente desde el momento en que muchos de los temas de su repertorio eran antiguas canciones de blues. Por eso, cuando en 1939 Alfred Lion tuvo que buscar un nombre para su sello de discos especializado en jazz, se decantó por Blue Note.

Este joven empresario alemán aficionado a la música había emigrado en 1926 a Estados Unidos para trabajar en los muelles de Nueva York. Allí fue víctima de un ataque xenófobo por parte de un trabajador estadounidense que le provocó graves heridas y forzó su regreso a Alemania para pasar la convalecencia.

Ya recuperado, durante los años siguientes, Lion trabajó en Sudamérica como empleado de compañías alemanas que operaban en el sector de la importación y la exportación, pero a pesar de lo ocurrido, su sueño fue siempre regresar a Nueva York, cosa que acabó haciendo en 1938.

Un año más tarde, llegó a esa misma ciudad Francis Wolff, fotógrafo alemán de origen judío y amigo de la infancia de Alfred Lion, que había tenido que abandonar su país debido a las leyes raciales del Tercer Reich.

Poco después del reencuentro de los amigos, Lion fue reclutado por el ejército, imprevisto que ponía en riesgo la viabilidad de Blue Note, sello que había fundado hacía apenas unos meses. Para evitar el cierre, Wolff se ofreció encargarse de su gestión y la experiencia resultó tan buena que, cuando Lion se reincorporó a la vida civil una vez licenciado, decidieron seguir trabajando juntos.

Durante sus primeros tiempos, Blue Note grabó a músicos de boogie-woogie, dixieland y otras variantes del jazz más clásico y convencional, sin prestar demasiada atención a las nuevas vías creativas que estaban explorando los músicos más jóvenes. Para solucionar esta carencia y no quedarse descolgados de los gustos de los aficionados, los socios decidieron contratar al saxofonista Ike Quebec.

Como responsable de Artistas y Repertorio, Quebec llevó a la compañía a músicos que, si bien marcarían la evolución del jazz en los años posteriores, en esa época todavía estaban empezando. Por ejemplo, Thelonius Monk, pianista de ideas revolucionarias al que Blue Note grabó una docena de discos de 78 revoluciones por minuto entre 1947 y 1952.

A Monk siguieron otros intérpretes, como el baterista Art Blakey y sus Jazz Messengers, el trombonista J.J. Johnson, el pianista Horace Silver y el que fuera una de las estrellas del sello, el organista Jimmy Smith, que sacó el órgano Hammond de las iglesias para llevarlo a los clubes de jazz y a las pistas de baile.

Crecer de la mano de la tecnología

En 1878 Thomas Alva Edison patentó el fonógrafo, el primer sistema de grabación y reproducción sonora. Una década más tarde, en 1888, Emile Berliner inventó el gramófono, que cambiaba el sistema de cilindros de cera de Edison por placas de ebonita de diez pulgadas a 78 revoluciones por minuto.

Este paso adelante, además de mejorar el sonido, permitían la fabricación industrial de los discos partiendo de una matriz de metal.

En un primer momento, los discos de pizarra, cuya capacidad no excedía los tres minutos por cada cara, se grababan de manera rudimentaria y se vendían en sencillos sobres de papel que no solían tener ornamento alguno, limitándose la parte gráfica a la etiqueta del disco y a algunos carteles o displays en el punto de venta.

Posteriormente surgió el álbum, que recogía varios discos de un mismo artista o género y se presentaban con una portada informativa o evocadora.

Esta tendencia continuó a partir de 1945, fecha de lanzamiento al mercado del microsurco, tecnología que permitía incluir casi treinta minutos de música por ambas caras en discos de doce pulgadas de diámetro, que se vendían dentro de carpetas de cartón con portada y contraportada.

La evolución de Blue Note fue paralela a todos esos avances tecnológicos en los campos de la grabación, la reproducción, la impresión offset e incluso el marketing.

Así, durante sus primeros años el sello solo publicó discos de pizarra y, más tarde, este soporte convivió con el microsurco, tecnología con la que se publicaron no solo nuevos lanzamientos sino reediciones de esas antiguas grabaciones de 78 rpm que, en esa segunda vida comercial, sí que necesitaron de carpetas ilustradas.

Igual que para establecer la dirección artística del sello se había recurrido a Ike Quebec, era necesario que alguien que no fueran Lion y Wolff se ocupase de la dirección de arte y la producción gráfica. La persona elegida fue el diseñador gráfico Reid Miles, que comenzó a firmar hermosas e impactantes portadas que resolvía con más imaginación que medios.

Los presupuestos de Blue Note eran muy reducidos, por lo que el diseñador debía conseguir grandes resultados recurriendo a soluciones muy eficaces pero económicas, como los bitonos, las innovaciones tipográficas, las fotografías de Francis Wolff o los dibujos de artistas emergentes que no cobraban demasiado como, por ejemplo, un jovencísimo Andy Warhol.

La época de esplendor

Poco a poco, las buenas ventas de Blue Note permitieron que el sello invirtiera más dinero tanto en la parte gráfica como en las grabaciones, que fueron realizadas por Rudy Van Gelder, uno de los ingenieros de sonido más prestigiosos de la historia de la música popular que, en sus comienzos, tenía su estudio en el salón de la casa de sus padres.

Gracias a la complicidad de Van Gelder, que abría su estudio a los músicos incluso de madrugada para que pudieran grabar al acabar sus actuaciones en los clubes de jazz, el sello pudo mantener un ritmo de lanzamientos semejante al de discográficas con más recursos.

En 1960 se realizaron más de veinticinco sesiones de grabación, número que, un año más tarde, ascendió a treinta y cinco. Eso permitió que, a mediados de la década de los 60, el catálogo del sello estuviera compuesto por más de trescientas referencias, algunas de las cuales se habían convertido, desde el momento mismo de su publicación, en clásicos del jazz.

De este modo, la que fuera una discográfica independiente con un nicho de mercado muy limitado, empezó a llamar la atención de otras grabadoras más grandes, interesadas no tanto por su personalidad o prestigio dentro del mundo del jazz sino por el volumen y rentabilidad de su catálogo.

El jazz como negocio

En 1965 se produjo la primera adquisición de Blue Note por otra compañía, Liberty Records, que primó las cuestiones económicas y empresariales por encima de las artísticas.

En los primeros momentos este hecho no fue demasiado evidente, debido a que quedaban por publicar más de cuarenta referencias grabadas bajo la antigua gestión, poco a poco, la deriva del sello fue alejándolo de sus orígenes.

Dos años más tarde, en 1967, Alfred Lion se retiró y aunque Reid Miles y Francis Wolff continuaron trabajando en Blue Note, la muerte de este último en 1970 hizo que todo quedase en manos de profesionales que ya no tenían esa vinculación personal con una compañía que, en 1968, había sido objeto de una nueva venta.

En esa ocasión fue el fondo de inversión Transamerica el que compró Liberty y, con ella, Blue Note. Sin embargo, el hecho de ser propietario de otro sello, United Artists, hizo que Transamerica decidiera ahorrar costes, para lo cual desmanteló las estructuras de ambas compañías, las incluyó en la de United Artists y conservó únicamente la marca registrada, los contratos de los músicos y los derechos sobre el catálogo.

Bajo la gestión de United Artists, el sello Blue Note se desvirtuó por completo, no solo en lo que se refiere a aspectos como la selección de artistas o el repertorio, sino también en el aspecto gráfico y en la calidad de las grabaciones.

Empeñados en llegar a un público más amplio, los nuevos propietarios decidieron cambiar el logotipo, los colores corporativos, los artistas, el repertorio y las producciones. Por si eso no fuera suficiente, para abaratar la producción, disminuyeron la calidad de los prensajes de los vinilos y, con ello, el rango dinámico de las grabaciones, que perdieron matices.

A pesar del empeño puesto por la compañía, la política de United Artists no sirvió para sumar nuevos oyentes a Blue Note, sino que hizo que se perdieran los fieles a la marca. Ante semejante situación, la compañía no tuvo inconveniente en ceder los derechos de edición del catálogo histórico de Blue Note a la empresa japonesa King Records y así obtener algún rendimiento extra.

A diferencia de lo que había hecho la compañía estadounidense, King no solo reeditó los discos clásicos con criterio y calidad, sino que descubrió en los archivos grabaciones de los años 50 y 60 que nunca habían visto la luz y que puso a disposición de los aficionados como hubiera hecho en su momento la compañía original.

El nacimiento de un mito

Gracias a King Records, Blue Note recuperó el prestigio perdido y captó de nuevo la atención de los aficionados, que ya no tenían que buscar las antiguas grabaciones en las tiendas de discos de segunda mano, sino que podían disponer de ellas en buenas ediciones y a buenos precios. En consecuencia, Blue Note se convirtió de nuevo en una inversión interesante.

En 1979, EMI Records realizó una oferta a United Artists y adquirió la marca Blue Note con todo su archivo, tanto sonoro como gráfico. Sin embargo, como había sucedido en el pasado, los responsables de EMI olvidaron que el éxito de la compañía no era cuestión de suerte, sino que respondía a la dedicación de sus fundadores y al empeño de aquellos que la habían reflotado.

Hasta mediados de los años ochenta, con la compañía en manos de EMI, Blue Note volvió a ser un sello intrascendente que estuvo casi sin actividad en Estados Unidos y Europa.

Solo a partir de 1985 la marca volvió a activarse y, aunque se cometieron algunos errores derivados de la aparición de nuevas tecnologías como la grabación digital o el CD, poco a poco, EMI aprendió a gestionar Blue Note con un criterio más afín a la filosofía con la que trabajaron Lion y Wolff.

En la actualidad, la compañía ha sabido adaptarse a las nuevas formas de consumo musical. Además de que casi todo el catálogo de Blue Note está disponible para su escucha en Spotify e iTunes, la compañía cuenta hoy en día con una atractiva página web que sigue los criterios gráficos que caracterizaron al sello en sus inicios.

Vende por correo a todo el mundo y ofrece materiales exclusivos para coleccionistas, algo que resulta imprescindible para la subsistencia del sello, habida cuenta de la situación legal surgida en los últimos tiempos.

Según la legislación estadounidense, muchas de las grabaciones clásicas de Blue Note han pasado ya a Dominio Público. Esto supone que cualquier persona puede editar esos discos de la compañía sin tener que abonar ningún tipo de canon a EMI o a sus autores.

Esto ha provocado la proliferación de reediciones en el mercado, que no siempre tienen un buen sonido debido a que no han sido sacadas de las cintas originales —que están en poder de EMI—, sino de antiguos vinilos o CD.

A ello se suma que lo único que ha pasado a Dominio Público han sido las grabaciones, no los materiales gráficos, como fotografías, textos de contraportada o lay-outs. Esto hace que solo EMI pueda reproducir y comercializar los discos tal y como se concibieron originalmente.

Por esa razón y aunque sigue grabando a nuevas estrellas del jazz gracias al prestigio de la etiqueta, la compañía ha entendido por fin que Blue Note debe centrarse en rescatar y reeditar con mimo y cuidado esas grabaciones históricas.

Una valiosa tarea a la que solo se le puede sacar una pega: por cuestiones comerciales y de rentabilidad, esa labor de rescate se circunscribe a unas pocas referencias, casi siempre las mismas, del enorme catálogo de la discográfica.