El 24 de noviembre de 1995 decía adiós una de las marcas más poderosas e importantes del siglo XX español. Era el fin de una era y el inicio de otra. Galerías Preciados, asfixiada por la deuda y perdida en una bruma de improvisación estratégica, accedía a subyugarse bajo el dominio de la fórmula mejorada que proponía El Corte Inglés.
¿Cómo había acabado así el negocio llamado a liderar los grandes almacenes nacionales durante varias décadas? La historia de esta emblemática marca es la de la falta de perspectiva histórica y la del despotismo táctico a manos de un empresario que terminó derrotado por su propio sobrino.
España volvía a llegar tarde una vez más. Aunque el comercio minorista había cambiado profundamente desde los primeros compases de la Revolución Industrial, en la península hubo que esperar más de medio siglo para ver aquella fórmula de gran almacén aplicada en las ciudades.
Émile Zola ya hablaba a principios de 1880 de un París reconvertido, un lugar en el que los establecimientos de varias plantas se comían a las tiendas de toda la vida. “El paraíso de las damas” ya reflejaba una realidad que tardaría varias décadas en pasar Pirineos. No porque no estuviera ya aquí, sino porque apenas había empezado a echar raíces.
En Barcelona Eduardo Conde, Pablo del Puerto y Ricardo Gómez habían fundado El Siglo, uno de los primeros grandes almacenes españoles, pero todavía habría que esperar casi cincuenta años para ver un tejido empresarial competitivo con jugadores como El Capitol, El Águila, Casa Eleuterio o Almacenes Simeón.
En la capital Madrid-París se inspiraría en las Galerías Lafayette para abrir un nuevo periodo desde el mismo local que hoy ocupa Primark en La Gran Vía. Ahora bien, ya era 1924, y salvo estas firmas, el comercio minorista español seguía regido por el regateo, el oscurantismo y la inexistencia de fidelización o cordialidad alguna.
Por eso cuando el asturiano José Fernández —apodado cariñosamente Pepín—volvió de Cuba en 1934 tuvo claro que el mercado nacional era el lugar perfecto para poner a prueba lo que había aprendido en los almacenes El Encanto de La Habana (unos grandes almacenes de la familia de origen español Sofis Entrialgo).
Al volver le proponen la gerencia de los almacenes Madrid-París (conocidos por “la venta del duro”, los orígenes del “todo a un euro” moderno), pero decide rechazar la oferta por los malos pronósticos que tenían. Fue en ese momento cuando su primo hermano César Rodríguez González le propuso abrir un negocio propio en la zona más caliente comercialmente de la urbe.
Pepín acepta parte de su capital, con el que compra Nuevas Pañerías, y ahí mismo decide abrir Sederías Carretas (nombre que recibe por estar situado en el número 6 de la calle Carretas). Empezaría con apenas cinco empleados y una cajera, pero Pepín tenía una idea de negocio muy clara que mantendría a lo largo de los años. ¿De qué se trataba?
En Cuba había visto cómo un solo edificio de varias plantas era capaz de realizar las funciones de muchos establecimientos distintos. El cliente recibía un trato cordial y personalizado, y los productos buscaban el refinamiento a través del gusto femenino (cosméticos, prendas, accesorios). Para eso necesitaría mucho espacio, y a ello que se puso.
Pepín quería ocupar toda la manzana delimitada por la plaza Callao, la calle Preciados, la calle del Carmen y la calle Rompelanzas. Por eso fue comprando todos y cada uno de los negocios que había allí. Incluido El Corte Inglés, una sastrería situada en el sótano de uno de esos edificios, apoderada por César a través de Pepín y gestionada por Ramón Areces, el sobrino de este último.
Areces, quien tendría un peso determinante en el final negro de Galerías Preciado, también había trabajado varios años en El Encanto de la Habana, pero en 1934 se ve forzado a regresar por las limitaciones que puso el Gobierno de Batista al número de empleados españoles en empresas cubanas. Al pisar la península acude a su tío, y termina cruzándose inevitablemente con Fernández.
¿Qué tiene que ver Areces con esta historia? Pues en realidad todo. En 1940, languidecido por los estragos de la Guerra Civil y las incautaciones al negocio, Pepín consigue finalizar la compra de terreno e inicia la construcción de Galerías Preciados, forzando a El Corte Inglés a mudarse de Rompelanzas a otro inmueble del número 3 de Preciados.
Tres años después abriría puertas los primeros grandes almacenes modernos de España. Sin embargo, no todo iba como debería.
Se había sembrado una semilla de recelo familiar que llevaría la competitividad hasta el extremo desde el primer momento. Con el consentimiento de Cesar, Areces adquiere el local contiguo a su nueva sede para ampliar superficie. Pepín, que ya llevaba un tiempo molesto por lo que consideraba imitaciones de El Corte Inglés, da un paso al frente para cortar relaciones.
“Cesar, que hace más fortuna que sus familiares en Cuba, tenía como apoderado en España a Pepín, poseía 100.000 pesetas en los dos millones de capital de Galerías y era copropietario de El Corte Inglés”, recoge un editorial de El País en 1981. “Hasta que Pepín le dice: ‘Mejor que apoderes a otro y dejes Galerías, para apoyar solo a El Corte’”. El primo le hizo caso, y no poco.
Poco después enviaría de 2 a 3 millones de dólares de sus negocios azucareros en Cuba para posibilitar la expansión del negocio de Areces. Entre 1945 y 1946 adquieren casi todo el edificio y llevan a cabo una reforma que sitúa a El Corte Inglés al mismo nivel —en infraestructuras—que Galerías Preciados: un local de 2.000 metros cuadrados, cinco plantas y estructura de ventas departamental.
Pepín se había ganado un poderoso enemigo y no se quedaría de brazos cruzados.
Aunque hoy se habla de El Corte Inglés y de Galería Preciados, lo cierto es que durante más de dos décadas fueron negocios exclusivamente madrileños. Para encontrar la primera expansión nacional hay que viajar hasta 1964.
Ese año Pepín abrió su segundo gran establecimiento en Barcelona (Jorba Preciados por instalarse en Casa Jorba) y compró tanto parte de Galeprix como la cadena de alimentación Aurrerá.
Un año después llega la segunda tienda en Madrid (plaza de Callao), y poco a poco la marca se iría extendiendo por el resto del País. La fórmula del Harrod’s de Londres o el Macy’s de Nueva York funcionaba muy bien porque apenas había competencia. De hecho los únicos rivales eran El Corte Inglés y Galerías Preciados.
A finales de la década Pepín ya tenía bajo un control casi 40 establecimientos y 10.000 empleados. Era crecimiento, sí, pero no uno del todo orgánico. La presión de El Corte Inglés forzaba a pedir créditos y avales que después devolvía con los beneficios generados por la buena marcha de los establecimientos.
“Ello supone la apertura de nuevos centros de venta en ciudades de provincia españolas, así como la inversión en infraestructuras capaces de aprovisionar a estos centros (almacenes, flotas de vehículos, talleres), contratación de personal, inversiones inmobiliarias para la construcción de las sucursales, etc”, recogen los Archivos de la Comunidad de Madrid.
Si bien suena paradójico, ese cainismo comercial terminaría beneficiando a todo el mercado. La feroz competencia entre dos empresas con imágenes similares y servicios parecidos obligaba a sus responsables a innovar y moverse de forma agresiva.
Por eso se recuerda la época como una revolución para la distribución española. Gracias a ello tenemos las “rebajas de enero”, las comodidades en el interior de locales (el aire acondicionado), las campañas de publicidad masivas, las tarjetas de compra o el escaparatismo a gran escala, entre otras cosas.
¿Cuál era el problema? Pepín, que había tenido que dejar el timón del negocio por una arteriosclerosis, veía como Galería Preciados iba poco a poco quedándose a la zaga de El Corte Inglés. En 1960 ya estaba por detrás de Areces en ventas y facturación, y no volvería nunca más a ponerse por encima.
A diferencia de otras grandes compañías modernas que hoy lideran el mercado mundial, el éxito de Galerías Preciados nunca estuvo sostenido en una estrategia firme.
Pepín improvisaba sobre la marcha con el único objetivo de responder a los éxitos y logros de El Corte Inglés. A veces lo hacía por el bien de su empresa, y otros simplemente para satisfacer su ego.
El fracaso de estos grandes almacenes, por tanto, no fue algo casual. En los 50, cuando quiso diferenciarse de la competencia. Fernández decidió alejarse de la imagen de prestigio y lujo original que había visto en Cuba. Apostó por una estrategia de precios bajos que funcionaría durante un tiempo, pero que ahogaría los márgenes en el momento de la verdad.
“Mientras El Corte Inglés ofrecía una confección de mayor calidad, Galerías Preciados ponía a disposición del visitante un mejor conjunto de mercancías. Aquel establecimiento, casi desde el principio, se dedicó a confeccionar la mayor parte de sus prendas, éste, al contrario, realizó poca confección y poco tiempo”, indica El País.
A eso se sumaban los rumores perniciosos que rondaban a la marca y su asociación con el régimen de Franco. Hay que entender que tras la Guerra Civil, Pepín quiso acercarse al bando ganador para conseguir favores y beneficios. Carmen Polo, por ejemplo, se dejaba mucho ver por Sederías Carretas. Eso, claro, lo aprovecharon las esferas de Areces para reforzar los rumores.
Siendo competidores, si Fernández no hubiera salido mal parado de la relación con su primo, no habría terminado enfrentado a Ramón. Los celos dañaron mucho a Galerías Preciados, que ya venía arrastrando otros muchos problemas empresariales. Todo ello iría erosionando el imperio de Pepín hasta un punto de no retorno.
El apalancamiento terminó convirtiéndose en un veneno mortal. En 1979 el Banco Urquijo se hizo con Galerías Preciados y la puso a la venta para el mejor postor. La mala fortuna quiso que el elegido no fuera otro que José María Ruiz Mateos, el famoso empresario que en aquella época inspiraba admiración por su exitoso holding. Un negocio tan ambicioso que en 1983 terminaría yéndose a pique.
El ministro de Economía Miguel Boyer expropiaría Rumasa en febrero de aquel año, y ordenaría el cierre de todas las sucursales para evitar una fuga de depósitos. Y la cosa no acabó ahí. Unos cuantos meses más tarde el venezolano Gustavo Cisneros se llevó los retazos que quedaban del negocio por 1.000 millones de pesetas. ¿Salvación? En absoluto.
En 1987 la compañía vendería Galerías Preciados a la birtánica Mountleigh por 30.000 millones. Estos sí fueron capaces de sanear la imagen de los grandes almacenes, pero no consiguieron solucionar su complicada situación financiera. Un lustro después esta firma también entraría en números rojos. Los siguientes en coger el testigo fue Abartak.
La sociedad dirigida por Fernando Sada y Justo López Tello —un antiguo empleado de los almacenes— se llevó la manoseada empresa por 21.000 millones. Sin embargo, para entonces era ya un cadáver viviente. Durante ese tiempo la deuda aumentaría en nada menos que un 62% y los responsables echarían por patas dejando tras de sí 28.000 millones pendientes a devolver.
En diciembre de 1994 Abartak presentó suspensión de pagos (había más de 90.000 millones de deuda). El Ministerio de Comercio se prestó a ayudar para encontrar a un nuevo comprador capaz de resolver el embrollo. Aparecerían cuatro ofertas distintas, y sí, una de ellas era la de El Corte Inglés.
Isidoro Álvarez, sobrino de Areces y nuevo responsable de la compañía, se giró hacia su antiguo rival, pero no para prolongar la agonía. A Álvarez solo le interesaba el capital inmobiliario de Galerías Preciados para emprender la estrategia de diversificación que tenía en ciernes.
Por eso, cuando en julio de 1996 el sueño de Pepín echó definitivamente el cierre, El Corte Inglés pasó inmediatamente a controlar sus más de 20 centros por 30.000 millones.
Los 10.000 trabajadores que quedaban asociados a la firma serían los últimos damnificados de un caso empresarial digno de estudio. No de admiración, sino de lección y aprendizaje.
El pasado febrero de 2020 el Fondo de Garantía Salarial (Fogasa) sacó a subasta el nombre comercial y las 37 marcas asociadas por 142.800 euros; un final anecdótico para el proyecto de un hombre que hizo historia. ¿Se repetirá algo así en el futuro?
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