Steinway and Sons: la historia armónica del piano perfecto


"Nueva York. Esta competitiva ciudad es el lugar en el que muchos músicos buscan consagrarse, pero muy pocos lo consiguen. Uno de los que han sido aceptados en el selecto círculo de la élite es el pianista canadiense Glenn Gould. Cuando Gould se encuentra preparando grabaciones o conciertos en Nueva York, su primera parada es Steinway and Sons en la calle 57.

En el sótano, varios pianos de cola están preparados para los mejores pianistas de nuestro tiempo. Aquí, Gould confía en encontrar un instrumento que tenga exactamente el sonido y el tacto que desea".

La visita de Glenn Gould a Steinway Gould

Este texto corresponde a la locución del documental Glenn Gould. Off the Record, dirigido en 1959 por Wolf Koening y Roman Kroitor. En una de sus primeras escenas, después de unos planos generales de la Gran Manzana, los espectadores podían ver al pianista canadiense dirigirse a la sede de Steinway llevando bajo el brazo un extraño cachivache.

Se trataba de su famosa silla. Un destartalado mueble plegable, descolado y con la tapicería deshilachada sin el cual no podía tocar.

Esta extravagancia, una más de las muchas de las que hacía gala Gould, era recibida con total normalidad por la plantilla de Steinway, a quien la enorme paciencia necesaria para fabricar, ensamblar, reparar y poner a punto los mejores pianos del mundo les permitía también tratar como si tal cosa, con las numerosas rarezas del pianista.

Dotado de oído absoluto, cualidad que permite identificar cualquier nota sin necesidad de una referencia previa, durante su visita a Steinway, Gould rechazaba piano tras piano después de tocar en ellos apenas unas cuantas notas.

En manos del artista canadiense, estos instrumentos, verdaderos hitos del diseño y la ingeniería cuyos precios superan en la actualidad los 80.000 euros, eran tratados como vulgares pianolas de cabaré.

Sin embargo, lejos de tomarse ese rechazo como una ofensa, los trabajadores de Steinway vivían la escena entre risas y entregados a satisfacer las necesidades de Gould; convencidos de que, por mucho que se quejase, tenían los mejores pianos del mundo.

De no haber sido así, por otra parte, el famoso pianista jamás se habría tomado la molestia de acercarse al edificio de la calle 57.

Clásico pero moderno

A pesar de su presencia en numerosas piezas del repertorio clásico y popular de la cultura occidental, el piano es un instrumento relativamente reciente. Heredero del clavicémbalo, se diferenciaba de su antecesor porque no funciona pinzando las cuerdas, sino percutiéndolas.

El piano mejoraba a ese otro instrumento al incorporar la posibilidad de modular el sonido gracias a que poseía unas teclas sensibles a la diferente presión ejercida por el instrumentista.

Aunque no existe demasiada documentación al respecto, el primer piano moderno se atribuye a Bartolomeo Cristofori, fabricante de clavicémbalos del siglo XVII, que fue contratado por Fernando II de Medici para que se encargase de la restauración y conservación de su colección de instrumentos.

Gran aficionado a las artes y las ciencias, Fernando II, Gran Duque de Toscana, promovió el desarrollo y fabricación de inventos como el primer termómetro cerrado, protegió a Galileo Galilei y ayudó al desarrollo del piano, adquiriendo una de las 20 unidades de este instrumento que Cristofori habría construido a lo largo de su vida.

Durante el siglo XVIII, el piano dejó de ser una creación exclusiva de Cristofori para convertirse en un instrumento más o menos estandarizado que era fabricado por empresas de la Europa continental e Inglaterra.

Estas compañías fueron poco a poco mejorando el instrumento, incorporando, por ejemplo, los macillos de fieltro en lugar de cuero, los pedales para ensordecer las notas o sostenerlas y el añadido de más octavas, que pasaron de las cinco iniciales a las siete octavas y cuarto actuales.

Esta evolución del instrumento ha sido constante y se extendió hasta fechas recientes. A mediados del siglo XX, de hecho, todavía estaba activo el debate entre los que defendían aumentar el número de teclas y aquellos que preferían que se mantuvieran las ochenta y ocho que posee el piano en la actualidad.

Preguntado al respecto, el pianista de jazz Thelonius Monk, respondía que suficiente trabajo era vérselas con las que hay, como para añadirle alguna más.

Buscar la perfección

"Construir el mejor piano posible". Ese era el lema de Heinrich Engelhard Steinweg, fabricante alemán de estos instrumentos que se inició en la profesión a la edad de 20 años, que construyó su primer modelo en la cocina de su casa.

Después de fundar su propia compañía en su Alemania natal, a mediados del siglo XIX decidió emigrar a Estados Unidos con su esposa y siete de sus nueve hijos, para escapar del clima político surgido en centro Europa después de la revolución de 1848.

En 1853, tres años después de llegar al Nuevo Continente, Steinweg abrió en Nueva York su taller de pianos, del que unos meses después saldría la primera unidad de Steinway and Sons, marca surgida de la americanización del apellido familiar.

Se trató del piano número 483, en referencia a los 842 que ya había construido en Alemania y que permitían que la recién creada compañía, todavía desconocía en Estados Unidos, transmitiera a los compradores una cierta confianza y solvencia.

La estrategia funcionó y, en apenas un año, Steinway se convirtió en una compañía notoria que, debido al aumento de la demanda de sus pianos, se vio en la necesidad de cambiar varias veces de local hasta que, finalmente, construyó su propia fábrica.

Esta nueva factoría era capaz de producir alrededor de 1800 pianos anuales, gracias al trabajo de una plantilla de más de 300 empleados, casi todos procedentes de Alemania, detalle que hacía que el idioma más empleado en el taller no fuera precisamente el inglés.

Si bien en la actualidad hace tiempo que el inglés arrinconó al alemán, lo cierto es que el gran número de trabajadores latinoamericanos en la compañía ha hecho que el segundo idioma más hablado en Steinway and Sons sea el español.

Durante esa etapa de crecimiento enmarcada entre los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX, Steinweg también contribuyó al perfeccionamiento del piano. Con ese objetivo, la familia fundadora —que en 1864 adoptó como apellido Steinway— llegó a patentar más de 135 inventos, lo que fue recibido con cierto recelo por muchos de sus competidores.

En opinión de las demás marcas, esa gran cantidad de patentes, sumada a la posición prominente de Steinway en el mundo de los pianos de concierto —en el que la marca tiene hoy en día alrededor del 95% del mercado—, provocaban que solo incorporase al instrumento sus propias mejoras e ignorase la de sus competidores a pesar de ser igual de buenas o mejores que las suyas.

Todo para no tener que pagar ningún derecho de explotación. Una situación que, con el tiempo, provocó que el estándar de piano de la orquesta sinfónica contemporánea acabase siendo diseñado, casi en su totalidad, por Steinway and Sons.

Artesanía de alta precisión

Cada piano Steinway contiene más de 12.000 piezas fabricadas en los mejores materiales y ensambladas con absoluta precisión, hasta el punto de que se garantiza un margen de error de no más de 0,1 milímetros. Este laborioso proceso suele requerir un año de trabajo, al que hay que sumar los 24 meses que precisa el secado de las maderas con las que se construyen los muebles.

Por si esto no fuera suficiente, los acabados que exige un Steinway and Sons obligan a que los procesos que se utilizan para su fabricación sean todavía, en pleno siglo XXI, prácticamente artesanales y, por tanto, más lentos de lo que permitiría una producción industrial.

Estas particularidades en la manufactura de los pianos tienen también efectos en la estructura laboral de la empresa, que prefiere operarios muy cualificados, a pesar del coste que ello supone, a trabajadores más baratos, pero sin experiencia. De este modo, no es extraño que en Steinway las carreras profesionales de los empleados se alarguen durante 25, 30 e incluso 50 años.

Una buena inversión

Todos estos detalles repercuten, en último término, en el elevado precio de los Steinway and Sons que, como las obras de arte, son bienes escasos. Tanto es así que, en muchas ocasiones, no pueden satisfacer la demanda existente. Para solucionar situaciones como esas Steinway tiene un programa de recompra de sus propios pianos.

Como explican en su página oficial "si por la razón que sea decide desprenderse de su gran piano o su piano vertical Steinway & Sons, no dude en contactarnos. Somos conscientes de que su Steinway es mucho más que un mero instrumento […]. Cuando se ponga en nuestras manos, puede estar seguro de que lo cuidaremos bien.

Lo restauraremos en nuestros talleres Steinway de acuerdo con los más altos estándares y su instrumento estará en las mejores manos posibles mientras se beneficia de un proceso rápido y sencillo".

Gracias a ese sistema la compañía consigue tener modelos para venta inmediata a particulares o alquiler para eventos, al tiempo que los propietarios consiguen desprenderse de su instrumento a un precio competitivo porque, a diferencia de lo que sucede con otros bienes de gran lujo, la depreciación de un Steinway and Sons es casi inexistente.

Según las estimaciones de Hinves, los pianos de esta prestigiosa marca se revalorizan entre un 3 y un 7% anual. Tanto es así que, en los últimos 50 años, el valor original de un Steinway, siempre que se haya conservado correctamente, ha multiplicado el precio de compra original.

Unos datos que hacen que sean muchos aquellos expertos que aconsejen adquirir un Steinway and Sons de segunda mano revisado y puesto a punto por la marca, antes que un piano nuevo de las mismas características, pero de calidad inferior. Incluso cuando solo sea a efectos de inversión económica.

Abiertos a la innovación

Una de las razones que según Steinway and Sons hace que sus instrumentos sean únicos es el hecho de que la compañía, a diferencia de lo que hacen otras marcas de la competencia, no fabrica otros productos que no sean pianos.

No obstante, para ser la marca referente de un sector no es suficiente la especialización o que la calidad de los bienes que comercialice sea excelente. Además, tienen que atender a las necesidades de los consumidores de ese sector en concreto.

Lejos de enfocarse únicamente en los virtuosos del piano, que no son muchos, la compañía ha aprovechado su perfil como marca de gran lujo y ha lanzado ediciones limitadas de sus pianos para el público en general. Unas piezas que, en muchos casos, más bien parecen objetos decorativos que instrumentos para ser tocados.

Se trata de modelos exclusivos disponibles en tiradas limitadas a un centenar de unidades, que han sido diseñados en colaboración con artistas famosos.

Hablamos de Lenny Kravitz, —que creó un modelo de tosco diseño e inspiración primitivista y africanista—, del acuerdo con empresas como la marca francesa de cristales Lalique, que rinden homenaje al piano en el que John Lennon interpretaba Imagine o del modelo que conmemora el 165 aniversario de la fundación de Steinway and Sons.

Sin embargo, de entre todas las novedades de la marca, la que más llama la atención es su serie Spirio, la cual incorpora una tecnología que, entre otras cosas, permite conectar un iPad al piano. De este modo, el intérprete puede grabar lo que toca para, posteriormente, escucharlo en el propio instrumento, editarlo y mejorar así su ejecución.

Eso es posible porque el Spirio posee un mecanismo que, a través del iPad, hace que el piano auto ejecute la interpretación del usuario o las partituras que este elija pues, llegados a este punto, que el propietario sepa música ya no es una condición para disfrutar de un Steinway.

Con Spirio, el piano toca solo, replica las actuaciones de grandes maestros y se convierte así en un reproductor de música que elimina las imperfecciones de toda grabación y permite disfrutar en directo de la riqueza armónica y acústica de los pianos Steinway & Sons.

En definitiva, un salto de gigante en lo que se refiere al concepto y fabricación de pianos que, muy posiblemente, habría horrorizado a Glenn Gould. Conociendo sus rarezas, el músico canadiense no habría visto en el Spirio otra cosa que una de esas vulgares pianolas de los antiguos cabarés.