Tupperware: la empresa que apostó por el consumo sostenible sin saberlo


Según la FAO, Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, un tercio de los alimentos producidos a nivel mundial se pierde o desperdicia. Esta cantidad equivale a mil trescientas toneladas al año y las consecuencias de este derroche van más allá del aspecto ético de tirar alimentos cuando hay una gran parte de la población mundial que pasa hambre.

Según esta organización de Naciones Unidas, desperdiciar comida es derrochar también todos aquellos recursos, algunos de ellos escasos, que fueron necesarios para producirlos. Por ejemplo, las semillas, el agua, los piensos, la mano de obra, la energía y el dinero que se invirtió en todo ese proceso.

El reto de conservar los alimentos

Desde hace siglos, la conservación de los alimentos con vistas a evitar su deterioro ha sido una constante en la historia del ser humano. Procesos como el secado, la salazón o el ahumado lograron que la comida se conservase en buenas condiciones durante meses.

Lo que permitía su producción en grandes cantidades, su traslado de un lugar a otro y su posterior almacenamiento. Sin embargo, no todos los alimentos podían ser sometidos a esos tratamientos, por lo que el desperdicio de determinado tipo de comida seguía siendo inevitable y excesivo.

La aparición en 1803 de la primera hielera mejoró las cosas, pero debido a su lenta implantación en el ámbito doméstico, los métodos más extendidos para conservar alimentos en esa época fueron las conservas al vacío –creadas en 1810–, las comidas enlatadas –aparecidas por primera vez en 1811 gracias al ingenio del británico Peter Durand– o la pasteurización, descubrimiento de Louis Pasteur en 1864.

A pesar de todos estos avances, seguía habiendo un problema: qué hacer con esa comida sobrante una vez abierta la lata, el envase al vacío o después de cocinada.

Si bien la gastronomía popular se ha basado desde hace siglos en la llamada comida de aprovechamiento, que crea nuevos platos a partir de los restos de otros cocinados previamente, el fin de lo no consumido solía ser de nuevo la basura.

Por todo ello, la aparición a mediados de los cuarenta de un recipiente de plástico que conservaba herméticamente los alimentos, tanto los cocinados como los frescos, supuso toda una revolución a nivel mundial.

Además, con el paso del tiempo y sin que su inventor lo hubiera planeado, este nuevo invento se ha convertido en uno de los mejores aliados para proteger el medio ambiente. Como ya habrá deducido, hablamos del Tupperware.

De la ruina al éxito

El 28 de julio de 1907, en una granja de la localidad estadounidense de Berlín, New Hanpshire, nació Earl Silas Tupper. Cuando apenas tenía tres años, su familia se trasladó a Providence, Rhode Island, ciudad en la que cursaría estudios universitarios antes de intentar poner en marcha su primer negocio a mediados de los años 20.

Se decantó por una empresa de paisajismo y un vivero, que hubieran funcionado bien de no ser por la crisis de 1929, que provocó su ruina y le obligó a buscar empleo por cuenta ajena.

Tupperware

Tupper fue contratado por la compañía DuPont Chemical Company para la que desarrolló importantes avances en el campo de los plásticos, especialmente en lo referente a la reutilización de los desechos de ese material para crear nuevos productos.

Además, por las características de la materia utilizada, esas nuevas piezas resultaban flexibles, irrompibles en caso de impacto, fáciles de tintar para que fueran más atractivos para los clientes y no tóxicos para el ser humano. Un detalle este último aparentemente menor, pero que abría un interesante campo de negocio: el sector de la alimentación.

Con estos conocimientos, en 1938 Tupper decidió abandonar Dupont e intentar poner de nuevo en marcha su propia empresa, que ya no sería en el campo de la botánica sino en el de los polímeros.

La llamó Tupperware Plastics Company y empezó a comercializar productos derivados del plástico que, en un primer momento, no estarían dirigidos al uso alimentario, sino al ámbito doméstico como, por ejemplo, los accesorios para el cuarto de baño.

Habría que esperar hasta el año 1946 para que Tupperware lanzase su primera línea de envases redondos de plástico herméticos destinados al uso alimentario. Una innovación que convirtió a Tupperware en un ejemplo empresarial de éxito y en un icono del siglo XX.

Nuevas formas de vender

En 1948, Earl Silas Tupper conoció a Brownie Wise, una mujer de mediana edad que trabajaba con bastante éxito como comercial de la empresa de artículos para el hogar Stanhome.

Tras el divorcio de sus padres cuando era una niña, Brownie se había criado con una tía materna y numerosos primos, lo que contribuyó a que fuera una persona autónoma, independiente y con don de gentes a la hora de relacionarse con extraños. Por eso, cuando tuvo que buscar una profesión con la que ganarse la vida, la de representante a comisión le pareció una buena idea.

Asombrado por sus dotes para la venta, en 1951 Tupper le propuso a Brownie incorporarse a Tupperware Plastics Company para dirigir el Departamento comercial. Antes de aceptar la oferta, puso una condición: que se le permitiera cambiar toda la estrategia de ventas de la compañía, implementando una serie de medidas.

Entre ellas destacaban: retirar todos los productos Tupperware de las tiendas y crear una tupida red de comerciales formada únicamente por mujeres, que venderían los envases a través de reuniones en domicilios particulares con otras mujeres.

A pesar de que pudiera parecer una decisión demasiado arriesgada, esa nueva fórmula tenía una serie de ventajas muy interesantes. Por ejemplo, que al desaparecer de las tiendas, Tupperware se convertía en un producto exclusivo, escaso y, hasta cierto punto, difícil de conseguir, lo que incrementaba el deseo por parte del consumidor.

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Asimismo, la venta a través de esas reuniones de amigas resultaba un método cercano, que permitía mostrar con más detalle las características del producto, fomentaba la confianza hacia la marca por parte de los clientes y la transformaba en palanca de venta.

Por último, Tupperware no solo facilitaba la vida del ama de casa norteamericana de los 50 sino que, si ella lo deseaba, podía convertirse en una vía para incorporarse al mundo laboral.

De este modo, fueron muchas las mujeres que, gracias a Tupperware, consiguieron mayor libertad tanto en sus casas como fuera de ellas. Aquellas que prefirieron seguir cuidando de su hogar podían organizarse mejor las tareas domésticas, cocinar de una sola vez el menú de toda la semana, congelarlo en los envases de Tupperware e ir dosificando la comida poco a poco mientras disfrutaban de más tiempo libre.

Las que se decidieron a emprender una carrera profesional obtuvieron un sueldo interesante que podía verse incrementado gracias a los incentivos. Estas recompensas podían ir desde un mayor porcentaje en las comisiones, a viajes a la central de Florida para un encuentro anual de vendedoras, sin olvidar regalos de lujo para ellas y sus familias.

Cambio de ciclo

Las ideas de Brownie Wise, que en la actualidad se estudian en escuelas de negocios de todo el mundo, convirtieron a Tupperware en una de las compañías más relevantes de la época, tanto en lo que se refiere a notoriedad como a facturación.

Esta circunstancia, sin embargo, no impidió que, en 1958, Earl Silas Tupper decidiera despedir a Wise a consecuencia de una serie de desavenencias que habían surgido entre ambos. Si bien nunca fueron del todo explicadas, resultaron lo suficientemente graves como para que Tupper intentase borrar toda huella del paso de la mujer por la compañía.

El despido de Wise coincidió más o menos en el tiempo con la decisión de Tupper de deshacerse de la empresa y venderla a Rexall Drugs Corporation.

La transacción le reportó 16 millones de dólares del año 58 (unos 14 millones de euros, sin actualizar el coste de la vida desde 1958 a 2020), cantidad más que suficiente como para que pudiera comprarse una isla privada en Costa Rica y vivir sin problemas hasta su muerte, acaecida en 1983 a la edad de 76 años.

A partir de su adquisición por parte de Rexall Drugs Corporation, Tupperware apostó por seguir creciendo en el mercado interior y por una política de expansión internacional que permitió que los productos de la compañía se vendieran fuera de Estados Unidos.

De este modo, en la actualidad son más de ochenta los países de los cinco continentes en los que Tupperware está implantado gracias a, entre otras cosas, esa red de más de 3 millones de vendedoras que continúan presentando los productos a través de reuniones y talleres de cocina.

Esa situación permite que, según datos de la propia compañía, cada 2,5 segundos se realice una reunión Tupperware en el mundo que, al cabo del año, llegan a reunir a más de cien millones de clientes.

La popularización de esos productos es tal que, cuando alguien se refiere a un recipiente para conservar alimentos, utiliza la palabra «táper», que ha sido ya recogida por el Diccionario de la Real Academia Española.

Si bien dicha institución aconseja el uso de otras palabras, como portacomidas, fiambrera, tartera, tarrina, lonchera o portaviandas, la actualización del Diccionario de 2018 ya incluye dicho neologismo.

Por si esto no fuera suficiente, los productos Tupperware han recibido prestigiosos premios internacionales de diseño como los Reddot, Good Design, Universal Design o IF. Además, forman parte de prestigiosas colecciones de arte, como la del Museum Of Modern Art (MoMa) de Nueva York o del National Museum of American History dependiente de The Smithsonian Institution.

Un icono preocupado por el Planeta

En la actualidad, Tupperware es una de las marcas con mayor presencia en el Top Of Mind de los consumidores españoles. El 87% de ellos afirma conocerla, lo que indica un alto grado de penetración en los hogares del país, situación que es extrapolable a los del resto del mundo.

En todo caso, lo más importante no es la notoriedad de la marca, sino que su popularización haya permitido que se reduzca el uso de envases desechables de papel, cartón o plástico, con su consiguiente efecto beneficioso para el medio ambiente.

De hecho, hay países que ya están prohibiendo el uso de utensilios de plástico que no sean reutilizables. En agosto de 2016, por ejemplo, Francia legisló para que en 2020 se prohibiera la venta de ese tipo de productos y lo mismo hizo España en 2018. Por lo tanto, Tupperware se encuentra hoy en día en una posición privilegiada respecto a otras soluciones para conservar los alimentos.

Además, mientras que en la actualidad muchos de los productos que se comercializan son de baja calidad o, directamente, tienen una obsolescencia programada, la filosofía de Tupperware es la de que sus productos sean inversiones a largo plazo, que duren décadas y puedan pasar de generación en generación, lo que también contribuye a la reducción de residuos.

Por todo ello, aunque el objetivo de Earl Silas Tupper cuando trabajaba en Dupont era únicamente maximizar los beneficios de la empresa y reducir sus costes, de manera involuntaria también estaba protegiendo el medio ambiente y fomentando el consumo sostenible. Una actitud que, en la actualidad, ya no es algo casual sino parte de la esencia misma de la empresa.

Según informa Tupperware, desde la compañía «respetamos el medio ambiente y buscamos de manera proactiva minimizar los residuos, el uso de energía y el efecto invernadero de forma global en todos los procesos de fabricación».

Para ello aplican un programa de conservación de recursos que denominan las 3R, que no son otras que «Reduce, Reutiliza y Recicla» pues, en palabras de la empresa, «Tupperware Brands tiene el compromiso de dejar un legado a las generaciones futuras para continuar trabajando por un cambio positivo en la vida de las mujeres. Mientras tanto, nuestro compromiso está en proveer productos de alta calidad y cuidar del medioambiente en todo el mundo».