Seguramente te hayas preguntado alguna vez por qué hay muchos inversores que pierden sistemáticamente su dinero. También, habrás pensado que una parte del fracaso puede ser nuestra propia naturaleza. Nos dicen que la economía es una ciencia y que los mercados son eficientes. Por tanto, si esto es así y todo está regido por las matemáticas ¿por qué se emplean términos como euforia y pánico para explicar la volatilidad que se observa en la Bolsa?
El factor humano se está estudiando cada vez más y es que conocer nuestras limitaciones y cómo influyen en la toma de decisiones nos ayudará a invertir mejor. Como punto de partida, comentan los expertos de Self Bank, no somos tan racionales como creemos se. Si lo fuéramos, “nadie fumaría, haríamos deporte a diario y seguiríamos a raja tabla todos los consejos para una vida sana”. ¿Cómo de importante es gestionar lo irracional para nuestras decisiones financieras? Los expertos aportan su punto de vista.
Como punto de partida entra en escena el concepto de manejar nuestro propio capital. El patrimonio es el conjunto de bienes que pertenecen a una persona, a varias o a una sociedad. Además, es susceptible de tener un valor económico. Esto supone que todo lo que poseemos tiene un valor, se puede intercambiar por dinero, de ahí su importancia.
Por ende, la gestión patrimonial es, como su propio nombre indica, la administración o manejo de ese conjunto de bienes y que, en sí misma, conforma una disciplina de la asesoría de inversiones que incluye la planificación financiera, la gestión de carteras y otra serie de servicios financieros globales.
Esto no es una cuestión baladí puesto que en ella intervienen varios factores. Tanto las grandes fortunas como las familias o las pequeñas empresas deben contar con un mínimo de “conocimientos o con la ayuda de servicios profesionales siempre que quieran sacar rendimiento a su patrimonio o, al menos, tenerlo bien cubierto y a salvo de imprevistos”, relata Rafael Ojeda, analista independiente.
Todo ello dependerá de la naturaleza de ese patrimonio. No es lo mismo que esté conformado por bienes inmuebles a que se trate de dinero en especie o acciones y participaciones en fondos de inversión. Cada uno tiene su propia forma de gestionarse y conviene conocerlas a fondo para saber “las posibilidades que tienen”.
Manteniendo el mismo hilo, la estrategia de gestión patrimonial dependerá de “la naturaleza de los activos que tengamos y lo que queramos conseguir de ellos”, enfatizan desde Self Bank. A partir de ahí, se podrá establecer una fórmula de gestión que permita maximizar este dinero, hacerlo crecer y protegerlo.
Aquí es donde entra en juego el factor de las emociones, la racionalidad y la psicología, que puede afectar a todo el dinero del que dispongamos. ¿Cómo hacerlo de la mejor forma? Bien es cierto que hay algunas fórmulas conocidas, como el family office, que es una plataforma de inversión para gestionar los grandes patrimonios.
El punto a favor de esta plataforma es que engloba todos los servicios -planificación financiera, inversiones en diferentes activos, planificación global, fiscalidad, sucesión, etc.-. Si se llama family office es porque se encarga del patrimonio de una familia con el objetivo de que esos bienes se puedan transmitir a las generaciones venideras en las mismas condiciones, o mejores. Por ello hay que gestionarlo de manera adecuada para que no se pierda por el camino.
Sea como fuere, aunque no tengamos una gran fortuna ni un gran patrimonio, siempre debemos hacer lo posible por gestionarlo de tal forma que nos procure rendimientos y que pueda perdurar en el tiempo. Para ello, debemos contar siempre con el mejor “asesoramiento y conocer qué productos nos pueden dar rentabilidad y ayudar a crecer nuestros bienes”, comenta Ojeda. Sobre todo, para poder evitar los llamados “procesos irracionales”. ¿Cómo entran estos en escena?
El siguiente punto a analizar es cómo entran en juego las emociones en el proceso de inversión para ver cómo se pueden gestionar los factores emocionales. Según el profesor de finanzas de la Universidad Rey Juan Carlos, Raúl Gómez Martínez, las hormonas generadas son el origen de “los procesos emocionales”.
Por ejemplo, argumenta, en fases de la luna llena “los niveles hormonales son más altos, y se ha demostrado que los operadores de Bolsa con niveles hormonales más altos son más tolerantes al riesgo”.
Si unimos ambos argumentos, observaremos que “en fase de luna llena hay un patrón diferente en el comportamiento de los mercados”, ejemplifica el experto.
No obstante, ¿cómo se deben preparar los inversores para evitar las emociones? Por supuesto, una vez más, la clave es laplanificación que tengamos, “simplemente tener un pan de acción, que incluya cuándo operar, cómo operar y cuándo cerrar la posición”, añade Gómez Martínez.
Si uno no lo tiene claro, “lo mejor es que no opere antes de estrellarse”, indica Ana Fernández Sánchez de la Morena, fundadora y directora de AFS Finance Advisors EAFI. Sánchez de la Morena afirma que “las decisiones que tomamos de forma irracional, en concreto las de índole financiera, están vinculadas principalmente a dos emociones: miedo y ambición”.
Por esta razón, apuesta por “analizar el patrón de comportamiento de los inversores y se especializan en invertir aplicando herramientas de psicología”.
Desde su punto de vista hay que tomar decisiones de inversión “mirando al futuro”, puesto que es “la manera más prudente de invertir en activos de riesgo, seleccionando compañías que proporcionan bienes y servicios que cubren necesidades actuales de personas y empresas y que nosotros visualizamos que en el futuro esas mismas necesidades se van a mantener, o incluso aumentar”, concreta.
Como telón de fondo, la teoría que predomina durante las últimas décadas en materia económica y financiera ha sido la teoría de los mercados eficientes. Esta supone que el inversor actúa de forma racional, analizando objetivamente la información presente y futura de cualquier valor, “provocando que esta información aparezca ya descontada (contenida) en su precio”, repasan desde Self Bank.
Aun así, ciertos estudios y acontecimientos han puesto en duda esta naturaleza puramente racional del inversor, y plantean la existencia de “otros factores que pueden afectar a su conducta”, añaden.
Sin ir más lejos, en una situación de ganancias, somos cicateros y optamos por una actuación segura que nos garantice los resultados: “más vale pájaro en mano…”, afirma la entidad financiera. No obstante, en una situación de pérdidas, somos arriesgados y estamos dispuestos “a asumir un mayor riesgo a fin de reequilibrar la balanza”.
Las decisiones que tomamos están altamente determinadas por el efecto encuadre o contexto (framework effect) de forma que, aunque la situación sea la misma, “si esta nos la presentan de forma diferente, nuestra respuesta será también diferente”, repasa José Luis Herrera, analista independiente. Y es que somos “vulnerables al formato en que se nos presentan las circunstancias”, opina.
Otro dato destacable, confirman estos expertos, es que evaluamos las situaciones en términos de beneficios y minusvalías, “más que en términos de rentabilidad y riesgo”. Esto al final supone que nuestra tendencia natural no sea tan tolerante a con arriesgarse, sino de “aversión a las pérdidas”. De hecho, estamos dispuestos a ser más atrevidos con tal de “perder dinero”, expone Herrera.
Así, nos duele más una perder dinero de lo que nos agrada una operación rentable. Una pérdida de 1.000 euros nos “resultará más hiriente” más de los que nos agradará una “ganancia del mismo importe”, dicen desde Self Bank.
Algunos estudios, donde surge la Behavioral Finance o Finanzas del comportamiento, rama híbrida entre la Psicología y la Economía, vienen a cuestionar, entre otras cosas, la figura del inversor puramente racional, sacando a la luz “condicionantes de naturaleza psicológica y emocional que juegan un papel importante en los procesos de toma de decisiones, también en materia financiera”, agregan.
Para entender cómo afecta la irracionalidad en la toma de decisiones hay que conocer muy bien el término Behavioural economics. Se trata de un concepto que bebe del conductismo, una corriente de la psicología que analiza el comportamiento para tratar de prevenirlo y/o reconducirlo.
Tal y como analiza Luis Francisco Ruiz Noguero, Director de análisis de Estrategias de Inversión, nuestro cerebro trae de serie unos sesgos que “nos impiden tomar las decisiones adecuadas y que debemos aprender a esquivar si deseamos alcanzar nuestros objetivos económicos”.
En este sentido, el conductismo se basa “en el supuesto de que las personas no siempre deciden lo que es mejor para ellas, sino que a menudo sus miedos e impulsos les hacen tomar decisiones que les van a la contra”, destaca.
Daniel Kahneman saltó a la fama y recibió el Premio Nobel de Economía en 2002 como consecuencia de sus estudios sobre la complejidad del pensamiento humano. De entre sus libros, el más conocido, Pensar rápido, pensar despacio describe una teoría sobre los dos sistemas cognitivos que conviven en nuestro cerebro y que por supuesto afectan a la hora de invertir.
El primero, intuitivo e impulsivo, es el que nos lleva a tomar la mayoría de las decisiones. Es el que esconde nuestros miedos, ilusiones y resto de sesgos. El segundo, racional, se encarga de analizar las intuiciones del primer sistema para tomar decisiones en base a ellas.
Según Kahneman, ambos sistemas se necesitan y coexisten, pero “presentan dificultades para mantenerse en equilibrio”, lo cual es necesario para tomar “buenas decisiones”. Las enseñanzas de esta obra pueden aplicarse tanto a la planificación de unas vacaciones, como a la inversión en los mercados.
Un ejemplo sería lo comentado anteriormente con la aversión a las pérdidas. Es decir, la tendencia humana de valorar antes el riesgo a generar pérdidas que la posibilidad de obtener una ganancia de mayor magnitud.
El gran mérito del Behavioural Economics es que trata de unir Economía y Psicología al mismo tiempo. Dos ciencias que son absolutamente útiles y óptimas en nuestros objetivos. Esto quiere decir que tendemos a incorporar los sentimientos en el análisis del comportamiento inversor.
Richard Thaler, economista de gran reputación y el citado Kahneman, aseguran que al incorporar ciertas emociones en el proceso de inversión se consigue “confirmar que los cambios en el entorno afectan al comportamiento de las personas, y la forma que tienen de invertir su dinero”.
Por ejemplo, un entorno de crisis hará que “se arriesguen menos”. Dicho de otro modo, que el entorno socioeconómico de los inversores “afecta directamente a los mercados”. Conjugarlo es lo que nos lleva a tener éxito.
Siguiendo este esquema, es probable que el cambio de paradigma en la forma de entender la economía haya venido de la mano de una cada vez mayor democratización de la inversión.
Antes, cuando sólo los mayores capitales podían invertir en bolsa, la condición socioeconómica era la misma y, en cualquier caso, se trataba de un segmento de la población que no tenía problemas de primera necesidad, “como el sustento o la vivienda”, dicen desde Self Bank.
Es es la razón por la que, quizás, se trataba la economía desde un punto de vista racional: esperando que el inversor, centrado solamente en cómo administrar su dinero, tomará las mejores decisiones objetivamente hablando. Como una partida de cartas entre dos sujetos de similares características.
Cuando entran estos nuevos perfiles de inversor como los pequeños ahorradores, se pasan a tener en cuenta “múltiples factores que afectan a su comportamiento por encima de la razón lógica”, asevera Herrera.
La teoría conductual demuestra que se puede “dirigir el comportamiento de las personas para que centren su inversión en uno u otro punto”, según sea conveniente, a partir del “reconocimiento de sus sesgos de inversión y del perfil de riesgo”, ejemplifican los expertos de Self Bank. De este modo, las finanzas conductuales han servido para poder “darle una cara más humana al asesoramiento financiero”.