A principio de los años 30 del siglo XX, el constructor francés Jean Prouvé creó la Standard, una silla de sencillo diseño, fabricada en metal y madera. El modelo estaba pensado para la fabricación en serie en una época en la que muchos bienes cotidianos aún se producían de forma artesanal. Una solución innovadora que, a su vez, permitía que fuera comercializada a un precio muy asequible.
Finalizada la Segunda Guerra Mundial, el artista estadounidense de origen japonés Isamu Noguchi —conocido por sus lámparas escultóricas de papel—, creó su Freedom sofa. Este mueble, que se completaba con un reposapiés, tenía una forma abstracta y redondeada que recordaba al suiseki, la tradición nipona de coleccionar y contemplar piedras de río.
A mediados de la década de los 50, el matrimonio de diseñadores Charles y Ray Eames decidieron actualizar el clásico sillón de club inglés. El resultado fue el Lounge Chair, un asiento elegante, moderno, más cómodo que los modelos que le sirvieron de inspiración y que, décadas después, se ha convertido en un clásico del mobiliario del siglo XX.
En 1959, tres años después del lanzamiento de la Lounge Chair, Verner Panton comenzó a desarrollar una silla apilable, de una sola pieza y fabricada en un material que, por la época, resultaba tremendamente novedoso en el sector de los muebles: el plástico.
Concluido su desarrollo, en 1969, Panton lanzó la Pantonstolen o, sencillamente, silla Panton que marcaría estéticamente la década de los 70.
Durante años, esos muebles firmados por reconocidos diseñadores —a los que hay que sumar lámparas, estanterías y objetos ornamentales— disfrutaron de una producción irregular.
Esto provocaba épocas de escasez y fluctuaciones en los materiales que repercutían en su calidad y acabado final. Además, esa falta de control también fomentaba la proliferación de imitaciones o, directamente, falsificaciones.
Así fue hasta que Vitra decidió adquirir los derechos de fabricación y se convirtió en la empresa referente —primero en Europa y después en todo el mundo— a la hora de producir muebles de diseño.
De hecho, de aquellos que no posee la licencia para fabricar modelos a escala 1:1, como sucede con la silla Barrel de Frank Lloyd Wright, la B3 Wassily de Marcel Breuer, la Barcelona de Mies van der Rohe o la Armchair nr. 42 de Alvar Aalto, la compañía fabrica réplicas exactas en miniatura a escala 1:6.
"Invierta en un original, porque un original siempre conservará su valor. Una imitación nunca será más que una mera copia, una idea robada. Observe las diferencias, no solo la calidad y las variaciones más evidentes, sino también el atractivo sensorial y emocional del producto auténtico.
Un original es un compañero para toda la vida y bien pudiera sobrevivirle y pasar a la siguiente generación, que lo recibirá agradecida", explica la propia compañía en su página web.
En el extracto se resume claramente la filosofía de esta empresa de mobiliario, su implicación con los diseñadores, el reconocimiento de su labor y su concepto del diseño como actividad valiosa, tanto en lo cultural como en lo económico.
Además de su aportación al diseño del siglo XX, algunos de sus productos, como la Living tower de Panton, alcanzan precios que superan los 15.000 euros, lo que la convierten en un objeto de inversión al mismo nivel que los que ofrece el mundo del arte o las entidades financieras.
Por si eso no fuera suficiente, su depreciación es menor que otros bienes de consumo porque, en el mundo del coleccionismo, el paso del tiempo y las tiradas son siempre un elemento a tener en cuenta a la hora de tasarlos.
En el éxito y devenir de Vitra jugó un importante papel la buena relación que su fundador, Willi Fehlbaum, estableció con Charles y Ray Eames.
En 1953, durante un viaje por Estados Unidos, este empresario suizo, especializado en el sector del equipamiento comercial, se topó por casualidad con los diseños del matrimonio estadounidense expuestos el escaparate de una tienda.
Impactado por esa nueva forma de concebir el mobiliario doméstico y de oficina, Fehlbaum decidió poner en marcha una fábrica de muebles.
Para ello, además de conocer personalmente a los Eames, se volcó en establecer relaciones comerciales con la Herman Miller Collection, empresa norteamericana que, justamente, poseía los derechos de fabricación de los diseños creados por el matrimonio.
Desde ese momento, el vínculo de la familia Fehlbaum con el diseño no se limitó a un mero interés comercial sino a una verdadera preocupación por la trascendencia cultural de la disciplina y sus efectos en la vida de las personas.
Sin ir más lejos, cuando el hijo del fundador, Rolf Fehlbaum, se vio en la necesidad de decorar la casa que acababa de adquirir, pidió consejo a uno de los trabajadores de Vitra.
El empleado le remitió a un joven danés que, por esa época, principios de los años 60, estaba comenzando su carrera como diseñador. Se trataba ni más ni menos que de Verner Panton.
Este aconsejó a Fehlbaum: "haremos una habitación negra, una habitación roja, una habitación dorada y una habitación naranja". Según el diseñador, que recordaba al personaje de Un pobre hombre rico del arquitecto vienés Adolf Loos, todo en esas estancias, incluidos los muebles y los objetos, deberían ser de ese color.
Cuando Fehlbaum preguntó si sería un problema mover algo de una habitación a otra, Panton pareció no entenderle: "¿por qué quiere estropear la combinación de colores?".
A pesar de lo peculiar de la propuesta, Fehlbaum aceptó la idea de Panton para decorar su hogar. Aunque posteriormente reconocería que "no fue una experiencia agradable", la anécdota no ha impedido que el diseñador siga formando parte de los profesionales que integran el catálogo de Vitra.
Durante la década de los 80, Vitra sufrió una serie de cambios que determinaron el futuro de la compañía y le dieron la forma que tiene en la actualidad.
En 1981, por ejemplo, un incendio calcinó gran parte de la fábrica de la empresa en Weil am Rhein. Este hecho inesperado obligó a la compañía a reconstruir el edificio, situación que fue aprovechada para abordar un proyecto empresarial más ambicioso.
Para llevarlo a cabo se contactó con el arquitecto británico Nicholas Grimshaw, al que se encargó el desarrollo de un campus Vitra, en el que se erigirían varios edificios para diferentes usos. Entre ellos, los de la fabricación de productos y la celebración de eventos tanto privados de la empresa como abiertos al público.
Sin embargo, pocos años después de esa propuesta, los responsables de Vitra descartaron el proyecto de Grimshaw y contrataron a otros profesionales.
Entre ellos, Frank Gehry, al que se le encargó el museo de la marca, el primer edificio del arquitecto estadounidense construido en Europa; Zaha Hadid, que proyectó la estación de bomberos del lugar; Tadao Ando, que se encargó del pabellón de conferencias; o Alvaro Siza, responsable de la construcción de una de las fábricas.
El siguiente imprevisto que trajo esta década fue la finalización del acuerdo de colaboración entre Vitra y Herman Miller. Este hecho llevaba asociada la pérdida de los derechos de fabricación de, entre otros diseños, los creados por el matrimonio Eames. Consciente de la importancia de esos productos en el catálogo de Vitra, la empresa volvió a hacerse con ellos, esta vez en exclusiva.
Weil am Rhein es una localidad fronteriza con Suiza y Francia. Esta ubicación ha hecho que tradicionalmente sea una zona frecuentada por turistas de los tres países, muchos de los cuales acuden hoy en día a visitar el Museo Vitra y el resto de los edificios del complejo.
Sin embargo, la principal dificultad a la hora de acceder al campus es que se encuentra alejado del centro de esa ciudad. Esto obliga a los visitantes a recorrer el trayecto en automóvil o andando, mientras disfrutan de un agradable paseo campestre a través de un camino habilitado para peatones que discurre paralelo a la carretera.
Para orientar a los caminantes en su recorrido, el museo ha decidido colocar a lo largo del trayecto unas vitrinas en las que se contienen algunos de las miniaturas de sillas que fabrica Vitra. De esta forma, modelos como la Laminated Chair de Grete Jalk o la Ball Chair by Eero Aarnio guían a los caminantes como si de peregrinos compostelanos se tratase.
Conscientes de que su negocio se basa en transmitir el valor del diseño a la ciudadanía y las instituciones, Vitra ha entendido su campus no como un gasto sino como una inversión.
De ese modo y gracias la venta de entradas —que rondan los 12 euros por cada una de las actividades— el coste de construcción de los edificios se amortiza largo plazo, al tiempo que las diferentes propuestas que allí se organizan ayudan a desarrollar esa labor pedagógica.
Entre las actividades ofertadas se encuentran las visitas guiadas para los amantes de la arquitectura, el acceso al museo —en el que se recogen centenares de sillas y otros objetos de mobiliario— y el pase al centro de exposiciones, donde se organizan muestras temporales dedicadas diferentes temas.
Por ejemplo, al 40 aniversario de Memphis, estudio italiano liderado por Ettore Sottsass, al diseño alemán realizado entre 1949 y 1989, a los robots —una de las aficiones de Rolf Fehlbaum— o a la presencia de mujeres diseñadoras en las colecciones Vitra.
Para hacer más inmersiva la experiencia, las zonas de descanso, las áreas comunes de los edificios y la cafetería están decoradas con modelos procedentes de la fábrica de Vitra, que pueden ser usados por los visitantes, los cuales también pueden disfrutar de un tentempié en el restaurante del lugar.
Finalmente, y como en cualquier museo que se precie, antes de abandonar el lugar los visitantes pueden pasar por la tienda de recuerdos en la que se venden todo tipo de objetos.
Desde monografías de diseñadores a catálogos de las exposiciones presentes y pasadas, sin olvidar material de oficina, llaveros, relojes de pared, menaje para el hogar, objetos de decoración, juguetes, tote bags y, por supuesto, el mobiliario fabricado por Vitra. Todo, todo.
Madera, cuero, aluminio, plástico, telas tintadas, embalajes, transporte… En el proceso de fabricación de los productos Vitra intervienen elementos que no son precisamente inocuos para el medioambiente.
Por esa razón, desde la compañía han puesto en marcha programas de responsabilidad social corporativa, que operan tanto en lo que se refiere a la la adquisición de insumos y su manipulado, como en la contratación de trabajadores.
En ese sentido, Vitra apuesta por la igualdad, la inclusión, la conciliación y la seguridad en el centro de trabajo, lo que ha conseguido que el nivel de satisfacción de sus empleados sea muy elevado. De hecho, las quejas más comunes no hacen referencia a la labor a desarrollar, sino a la gestión de los cargos medios.
El funcionamiento del departamento de recursos humanos, por ejemplo, es calificado de errático y se llega a decir que no está a la altura de una empresa de esas características. Una situación que provoca una falla en la confianza entre la plantilla y sus fundadores que, por el contrario, sí son bien considerados por los empleados.
Por lo que respecta a la fabricación de sus productos, Vitra cuenta con certificaciones ISO relativas a la gestión medioambiental, a las que se suma una política responsable en la adquisición de bienes y que, entre otras cosas, certifican que las materias primas no se han obtenido empleando mano de obra infantil, trabajo esclavo o vulnerando derechos humanos.
Según el Informe de sostenibilidad publicado en 2019, el 97% de sus proveedores proceden de Europa —un 50% de ellos de Alemania— lo que reduce la huella de carbono en el transporte y dinamiza la economía local, pues muchas de las empresas con las que trabajan son compañías familiares de pequeño tamaño.
A todo eso se suma una buena política de gestión de residuos, que encaja a la perfección con la filosofía empresarial de Vitra y que va más allá de separar el plástico del cartón. De hecho, el objetivo último es evitar el consumo excesivo de bienes, para lo que se busca crear productos que no sean efímeros, sino que perduren varias generaciones.
De este modo, además de sus altos estándares de calidad que repercuten en la durabilidad de las creaciones, Vitra posee una línea de tiendas denominadas Vitra Circle Stores que se dedica a recomprar productos de la compañía a aquellos clientes —en ocasiones instituciones que adquieren mobiliario para uso público— que no quieren conservarlos para, posteriormente, restaurarlos en sus propios talleres.
También quieren donarlos a instituciones que no pueden afrontar esas inversiones o ponerlos de nuevo a la venta para el disfrute de coleccionistas que desean tener una de esas piezas icónicas pero no pueden acceder a los precios del mercado primario.