Desde hace milenios, las herramientas han acompañado al ser humano, ayudándole en su día a día y contribuyendo a su evolución como especie. Sin embargo, durante siglos estos utensilios no consiguieron encontrar el equilibrio entre eficacia y belleza.
A principios del siglo XX, sin embargo, la compañía alemana Braun revolucionó el mundo de las herramientas domésticas, apostando por el diseño y logrando que los pequeños electrodomésticos fueran tan atractivos como cualquier otro objeto de mobiliario y tan útiles como cualquier herramienta de artesano.
En 1976, Dieter Rams impartió una conferencia en la que detalló lo que llamó "Los diez principios de un buen diseño". Según este creativo alemán, para ser realmente admirable, un diseño debe necesariamente ser innovador, aportar utilidad al producto, ser estético y ayudar a que el objeto sea comprensible por parte del usuario.
Además, tiene que ser discreto, honesto —entendiendo por ello que no pretende manipular al consumidor con promesas imposibles—, duradero —desde el momento que surge y permanece al margen de las modas— y consecuente en sus detalles, no dejando nada a la arbitrariedad.
Asimismo, debe respetar el medioambiente y, por último, el buen diseño es diseño en su mínima expresión, porque se concentra en los aspectos esenciales y prescinde de lo accesorio.
Aunque no era el objeto de la conferencia, a través de ese decálogo Rams no hacía otra cosa que resumir la filosofía de trabajo de Braun, empresa de la que, no en vano, era Jefe de Diseño desde 1955, cargo que mantendría hasta el año 1995, cuando fue sustituido por Peter Schneider.
Sin embargo, la preocupación por la excelencia en el diseño de los productos de la compañía era muy anterior a la incorporación de Rams a la empresa. En realidad, se remontaba varias décadas atrás. Concretamente a su fundación en 1921.
Ese año, el ingeniero Max Braun inauguró en la ciudad de Fráncfort una empresa que llevaba su apellido y que, en un primer momento, se dedicaba a la fabricación de componentes para radios que, hasta que Braun comenzó a producir sus propios receptores, eran adquiridos por otras marcas.
Por entonces, los pequeños electrodomésticos eran un producto novedoso que buscaba su hueco en el salón, el despacho, el comedor y otras estancias de la casa en las que, tradicionalmente y con la excepción de algún reloj y los atizadores de la chimenea, solo había muebles y elementos ornamentales.
El territorio de las herramientas domésticas era, principalmente, la cocina, el garaje o la caseta de jardín.
Sin embargo, a partir de ese momento las radios, los gramófonos o las linternas comenzaron a convivir con butacas, lámparas, mesas, estanterías y aparadores. Objetos estos que, por otra parte, también habían comenzado a experimentar una profunda transformación estética gracias a un cambio de paradigma.
El responsable de tal tendencia era Walter Gropius, y su medio de trabajo la Bauhaus, escuela que enunció los principios del diseño industrial moderno. Por ejemplo, que "la forma surge de la función", lema que fue adoptado por Braun desde el inicio de su actividad.
El periodo de entreguerras resultó realmente fructífero para Braun. La buena acogida de sus aparatos de radio hizo que tuviera que ampliar sus instalaciones en varias ocasiones.
Además, sus experimentos con nuevos materiales como plástico inyectado en moldes mejoraron los acabados de sus productos y facilitaron su producción.
El éxito de la empresa era tal, que Max decidió emprender una tímida expansión internacional que, en un primer momento, se basó en la contratación de representantes que operaban en diferentes países europeos.
Sin embargo, tras comprobar que no abonaban las cantidades acordadas por las ventas o que incluso copiaban las innovaciones de Braun para comercializar esos mismos productos con otras marcas, la compañía decidió abrir una red comercial propia.
Francia, Suiza, Países Bajos, España, Marruecos o Túnez contaron con tiendas Braun, en las que se podían encontrar productos tan inusuales para la época como un mueble que incluía radio y fonógrafo. Una solución innovadora que, además de estética y funcional, permitía utilizar un mismo sistema de amplificación para dos aparatos de audio, lo que suponía un abaratamiento de los costes de fabricación.
Sin embargo, con la llegada del partido nazi al poder, la situación de Braun se complicó. Además de tener que fabricar componentes para el Volksempfänger —el "receptor del pueblo", un aparato de radio muy barato diseñado por la empresa Seibt a petición del ministro de propaganda Joseph Goebbels—, Max Braun fue denunciado por uno de sus trabajadores por desarrollar actividades anti-nazis.
Tras comprobarse que la acusación tenía bastantes visos de realidad, el empresario fue procesado por desafección y llegó a cumplir una condena en arresto domiciliario.
El estallido de la Segunda Guerra Mundial empeoró aún más las cosas. Las autoridades del Reich prohibieron la producción de bienes para uso civil y obligaron a Braun a fabricar material bélico destinado a facilitar las comunicaciones por radio y la detección de explosivos. Una situación que convirtió automáticamente las factorías de la compañía en objetivo militar.
Al finalizar la guerra, los bombardeos aliados habían destruido por completo las instalaciones de Braun, por lo que el fundador dedicó la segunda mitad de la década de 1940 a reconstruir la compañía y recuperar la normalidad. Sin embargo, cuando la empresa estaba consiguiendo rehacerse, tuvo que enfrentarse a otro dramático hecho: la muerte de su fundador en 1951.
Tras el fallecimiento de Max Braun, la corporación fue a parar a manos de sus hijos, Artur y Erwin Braun, quienes tomaron una serie de decisiones que marcarían el futuro de la marca. La primera de ellas fue poner en marcha una investigación de mercado para conocer cómo eran percibidos sus productos entre los vendedores mayoristas y saber cómo se los presentaban a los compradores.
Gracias a esta información, la empresa pudo diseñar protocolos para que sus comerciales supieran de qué manera debían prescribir los productos a los mayoristas y, a su vez, que estos tuvieran argumentos de venta de cara al consumidor final.
La segunda decisión fue continuar con su apuesta por el diseño, que se vio beneficiada por la creación de otra de las instituciones claves de esa disciplina en la Alemania de postguerra: la Escuela de Ulm.
Fundado en 1953 y heredero de la tarea pedagógica iniciada por la Bauhaus, este nuevo centro educativo ofrecía a sus alumnos, además de un plan de estudios impartido por destacados diseñadores como Otl Aicher y Max Bill, la posibilidad de colaborar con algunas de las empresas más importantes de la industria alemana.
Una de ellas era Braun que, a cambio de contribuir a la financiación de la escuela, tenía acceso a los diseños de los alumnos y los profesores, algunos de los cuales eran posteriormente producidos y comercializados.
Entre los proyectos que surgieron de esta colaboración estuvo la modernización del logotipo de la compañía realizado por Aicher, el tocadiscos SK4, o el transistor de bolsillo T3, ejemplos de lo que se conocería como Gute Form (Buena Forma), concepto acuñado por Max Bill para nombrar la corriente estética que defiende la creación de productos con formas elegantes y sin ornamentos innecesarios.
Si bien toda esa filosofía empresarial basada en el diseño era algo notorio para los responsables y colaboradores de Braun, el público en general no era tan consciente de ese elemento diferencial, pues, en el mejor de los casos, apenas poseían en sus viviendas un par de productos del amplio catálogo de la marca, lo que les impedía tener una percepción global de sus diseños.
Para transformar dicha percepción, Braun encargó a Otl Aicher el diseño del stand de la Feria de Electrónica de Dusseldorf de 1955. La solución del diseñador fue presentar una amplia variedad de productos de la marca en un entorno que, hasta entonces, no había sido utilizado a efectos promocionales: el domicilio.
De esa forma, los visitantes que acudieron a la Feria de Electrónica pudieron ver cómo las radios, los tocadiscos, los relojes, las afeitadoras eléctricas, las batidoras, las tostadoras, los exprimidores y otros pequeños electrodomésticos se integraban, sin estridencias, con los muebles y objetos de un hogar moderno.
La apuesta por el diseño de Braun no solo supuso un hecho diferencial respecto de la competencia, sino que funcionó como magnífica campaña de publicidad.
Aquellos que no pudieron asistir a la Feria de Electrónica de 1955, por ejemplo, se enteraron sobradamente de su existencia gracias a los periódicos y noticiarios cinematográficos que se volcaron con la propuesta cuando, hasta ese momento, apenas habían prestado atención a iniciativas vinculadas tan estrechamente con el diseño industrial y las marcas comerciales.
Por si eso no fuera suficiente, los hermanos Braun contrataron para desarrollar algunos de sus productos al matrimonio de diseñadores Eames y el Museo de Arte Contemporáneo de Nueva York (MoMA) incluyó en su colección permanente de diseño varios de los productos de Braun.
De esta forma, la compañía adquirió un prestigio y notoriedad internacional que permitió a los hermanos dar el siguiente paso en su crecimiento empresarial: la salida a bolsa en 1962.
Aquel movimiento facilitaría, cinco anos después, que la empresa estadounidense Gillette se hiciera con un importante paquete de acciones. El suficiente como para controlar la compañía.
La irrupción de esta en el accionariado de Braun respetó la fórmula de trabajo de la empresa, impulsó la expansión internacional de la marca y aumentó la gama de productos disponibles, incorporando a su catálogo calculadoras, cepillos de dientes eléctricos y depiladoras eléctricas.
Al mismo tiempo se abandonaba la producción de otros considerados obsoletos. Por ejemplo, los proyectores y cámaras de cine doméstico en formato Super-8, que ya no eran competitivos en un sector en el que el vídeo irrumpía con fuerza.
Unos años después, ya en la década de los 90, Braun también cerraría su división de alta fidelidad, tras comprobar que el mercado de la música empezaba a dejar de ser rentable. Un análisis que se tornaría premonitorio cuando, pocos años después, la industria musical se derrumbó a consecuencia de la piratería y las descargas digitales.
Hoy Braun forma parte de Procter & Gamble, empresa propietaria de Gillette y cuyas decisiones no han sido tan respetuosas con esa filosofía original de la marca alemana.
Abandonadas las divisiones de alta fidelidad, televisión, vídeo y cine, el catálogo de Braun está centrado principalmente en pequeños electrodomésticos relacionados con la salud y bienestar.
Por ejemplo, termómetros por infrarrojos, medidores de la presión arterial, secadores de pelo, planchas y otros aparatos que, si bien siguen resultando innovadores respecto a la competencia, presentan un aspecto exterior que no sigue ya las directrices de la Bauhaus, Ulm, Rams y los diseñadores de las décadas siguientes.
Además de sustituir el característico color blanco, naranja o negro de sus productos clásicos por colores como el azul o el rosa, los nuevos diseños de Braun acostumbran a tener pequeños detalles en plata o dorado que hubieran sido impensables en el pasado.
Una decisión ornamental innecesaria que no deja de ser curiosa, habida cuenta de que, mientras que la compañía alemana abandonaba la estética que la había hecho famosa, empresas como Apple se inspiraban en sus diseños minimalistas de décadas pasadas para crear varios de sus modelos: iMac, iWatch, iPad o iPod.
Conscientes de ello, y aprovechando el auge de los sistemas digitales de audio por Bluetooth y Wi-Fi, Braun ha reactivado, aunque solo sea de manera minoritaria y testimonial, su división de altavoces, que ha permitido lanzar una versión actualizada de su mítico modelo LE disponible en varios tamaños.
Diseñados en la central de Alemania, estos nuevos altavoces LE, compatibles con teléfonos móviles o asistentes de voz como Google, han recibido prestigiosos premios internacionales de diseño.
Entre otros, el RedDot Best of the Best Design Award y el iF Gold Design Award, lo que demuestra que, 100 años después de la fundación de Braun, la apuesta por el buen diseño es una eficaz estrategia empresarial que proporciona prestigio, notoriedad y, por supuesto, ventas.