Heraclio Fournier: apostando por una diversión a la carta


Heraclio Fournier es sinónimo de naipe. La marca alavesa lleva décadas fabricando barajas de todo tipo. Desde la española a la francesa, pasando por tarots o Las siete familias del mundo, recientemente actualizada por la ilustradora Tutti Confetti.

Productos transversales en lo que a público se refiere, que sirven tanto para apostar en los casinos, jugar la partida de sobremesa en los bares españoles, ayudar a tomar decisiones vitales o para que los niños se familiaricen con el juego y sus reglas.

A este éxito ha contribuido, además de los altos estándares de calidad desarrollados por la compañía desde su fundación, una inteligente estrategia de compra de empresas competidoras que, en último término, hizo que la propia Heraclio Fournier fuera adquirida recientemente por el mayor grupo internacional de juegos de cartas.

Preocupación por el detalle

"Si tu madre quiere un rey, / la baraja tiene cuatro: / rey de oros, rey de copas, / rey de espadas, rey de bastos", decía la canción popular musicada posteriormente por Federico García Lorca y que obtuvo especial aceptación en la época de la Segunda república.

Por entonces, Heraclio Fournier era una de las muchas compañías dedicadas a la fabricación de naipes que existían en España. Si bien podía ser la más prestigiosa, junto a la catalana Guarro, aún no disfrutaba de esa hegemonía en el mercado nacional que tendría posteriormente.

Lo que sí que era indiscutible es que la empresa se destacaba de la competencia por su preocupación en los pequeños detalles, como la calidad de su impresión, los acabados y sus diseños únicos.

En 1887, la empresa encargó a Emilio Soubrier y Díaz de Olano —profesor de la Escuela de Artes y Oficios de Vitoria y pintor, respectivamente— el diseño de una nueva baraja de naipes.

El resultado fue el actual naipe español con cartas tan memorables como el as de oros —que en origen llevaba la efigie del propio Fournier— las sotas, los caballos y esos reyes a los que aludía la canción que, en la mente de los que la cantaban, muy posiblemente tenían el aspecto de los de Fournier.

Esa renovación en la estética de los naipes que acabaría convirtiendo a la baraja de Fournier en un icono del diseño español, se vio potenciada en 1889 con la incorporación al proceso productivo de un innovador sistema de impresión litográfico de 12 tintas, el cual permitía obtener colores especialmente brillantes e intensos.

Una mejora que no solo fue apreciada por los jugadores españoles, sino que le valió a la compañía una medalla de bronce en la Exposición Universal de París de ese año, la misma en la que se inauguró la Torre Eiffel.

Tú a Burgos y yo a Vitoria

Los Fournier llegaron a España en 1785 procedentes de Francia, donde la incertidumbre provocada por el clima pre-revolucionario no era el más propicio a la hora de desarrollar con tranquilidad el oficio la familia, que no era otro que el de las artes gráficas.

Más concretamente, el de la impresión de naipes, tradición que se remontaba a las culturas chinas, egipcias e indias y que había llegado a Francia en el siglo XIV. Aunque, ya a principios del siglo XIII, hay referencias de su uso en Cataluña. No en vano, la palabra naipe procede, según la Real Academia Española, del término catalán naip.

Afincados en Burgos y aprovechando las técnicas de impresión aprendidas en Francia, los Fournier no tardaron en hacerse un hueco en el mercado de las cartas.

De hecho, tanto fue el éxito obtenido que, en 1870, los nietos del patriarca, François Fournier, decidieron ampliar el negocio y abrir una sede en Vitoria.

Dirigida por Heraclio Fournier, la sede alavesa ofrecía también otros servicios en el campo de las artes gráficas —como impresión convencional, fabricación de sellos o encuadernación—, pero las cartas seguían siendo el producto estrella.

Tanto es así, que la empresa destinó grandes sumas de dinero para mejorar esa parte del negocio desarrollando su particular departamento de I+D+i mucho antes de que se acuñase ese concepto.

Una diversión controvertida

En 1310, el Consell de Cent del Principado de Cataluña prohibió los juegos de cartas. Un año más tarde, Alfonso XI de Castilla incluyó en los estatutos de la orden de caballería de la Banda la prohibición expresa de que los caballeros jugasen a los naipes.

A pesar del tiempo transcurrido, las prohibiciones relativas a los juegos de cartas —especialmente aquellos que llevan asociados apuestas— han llegado hasta la actualidad, secundadas tanto por las autoridades eclesiásticas como por las seculares, lo que ha dado lugar a situaciones, cuando menos, peculiares.

El miércoles 28 de enero de 1998, por ejemplo, la policía irrumpió en un chalé de la colonia madrileña de Mirasierra. Según sus informaciones, en el lugar se celebraban timbas clandestinas de póquer, juego que, hasta fechas recientes, no se ha incorporado a la oferta de los casinos españoles.

La sorpresa de los agentes del operativo fue mayúscula, no tanto por confirmar sus sospechas de que allí se estaba celebrando una partida ilegal, sino porque entre los asistentes se encontraba Nicola di Bari.

Tras las correspondientes comprobaciones, el cantante italiano quedó en libertad porque su presencia en el lugar no era en calidad de jugador, sino como artista contratado para amenizar la velada.

Un detalle que indica el nivel de las apuestas que se realizaban en la partida, suficientes como para pagar el caché de una figura de primera línea y hacerle viajar desde Italia.

La anécdota ilustra esa otra realidad asociada también con el mundo de los naipes desde su invención: las timbas ilegales, las adicciones o las trampas, actitudes ante las que Heraclio Fournier se muestra radicalmente en contra.

"Somos una empresa internacional. Líder en calidad e innovación […] comprometida con el medioambiente y el comportamiento responsable y de tolerancia cero hacia la comisión de actos ilícitos", explica en su página web.

Para luchar contra esas actitudes, la compañía emplea, entre otras medidas, la altísima calidad de sus productos.

Gracias a los cuidados acabados que Heraclio Fournier ofrece, tanto en sus naipes de plástico como en los de cartulina, las cartas de la compañía tienen una total uniformidad en parámetros como el color, la opacidad o el troquelado.

Esto hace que las cartas no puedan ser reconocibles por señales exteriores, variaciones en el tono, porque se transparenten o al tacto.

En definitiva, detalles que hacen que resulte más complicada la comisión de esos actos ilícitos a los que hacía referencia la compañía y que eran más habituales de lo deseable con los naipes del pasado.

El museo

En 1916, falleció Heraclio Fournier. Aunque era padre de cuatro hijas, los usos de la época no veían con buenos ojos que una mujer trabajase y mucho menos que se hiciera cargo de una empresa de esas características.

Por ello, al finado le sucedió su nieto, Félix Álvaro Fournier que, además de impulsar la marca y hacerla crecer, inició una interesante colección de cartas antiguas.

Sus dos primeras adquisiciones fueron dos barajas españolas: una fabricada en Madrid por Josef de Monjardín en 1815, y la otra en Barcelona por J. J. Maciá en 1830.

A esas se fueron sumando otras y, ya en la década de 1970, la casa Fournier adquirió la colección Thomas De La Rue, impresor británico, fabricante de papel de seguridad y creador de los diseños que inspiraron la actual baraja francesa.

En 1984, la Diputación Foral de Álava adquirió a la familia Fournier la colección, con intención de crear un museo dedicado a los naipes. Una década más tarde, abría sus puertas en el palacio de Bendaña de Vitoria, edificio renacentista construido en 1525, el Museo Fournier de Naipes de Álava.

Entre sus fondos, los más importantes de Europa, se encuentran cartas de la zona del Alto Rhin realizadas en xilografía en 1460, un tarot milanés del siglo XV, barajas procedentes de todos los rincones del mundo y piezas encontradas en los almacenes de aquellas compañías que Fournier fue adquiriendo durante la primera mitad del siglo XX.

El pez grande se come al chico

En 1948, Heraclio Fournier se convirtió en la marca española de referencia en el sector de los naipes. Para ello, tuvo que culminar un proceso de adquisición de empresas competidoras que operaban en otras regiones del país.

Según explicaba una de las responsables del Museo Fournier, Edurne Martín, a la desaparecida Verne del diario El País, hasta ese año "había muchos fabricantes provinciales, con sus propios diseños. Destacan los gaditanos, que expandieron sus barajas por Latinoamérica, y los catalanes".

Una vez lograda esa posición hegemónica en el mercado nacional, Fournier mejoró sus instalaciones, amplió su fábrica, invirtió en nuevas máquinas de impresión y comenzó a buscar nuevos mercados fuera de España, como el latinoamericano y anglosajón.

Tanto es así que la compañía llegó a ser proveedora de diferentes casas reales europeas y sus barajas comenzaron a ser utilizadas por casinos de todo el mundo.

En la variedad está el éxito

Si bien los juegos de cartas son múltiples, lo cierto es que basta y sobra una baraja para jugar a todos ellos.

Por tanto, para alcanzar las ventas que Fournier tiene anualmente —casi 20 millones entre barajas de naipes españoles, de póquer, de bridge y otros modelos— la compañía entendió que, además de por la calidad de sus productos, era necesario apostar por la variedad de los mismos.

De ese modo, junto a las licencias de personajes de compañías como Warner Bros. o Walt Disney para barajas destinadas al público infantil, en el catálogo de Fournier se pueden encontrar cartas educativas, naipes para ilusionistas, barajas francesas, tarots, juegos de mesa, accesorios para juegos de cartas como tapetes de fieltro y ediciones limitadas para coleccionistas.

Para algunas de esas barajas, Fournier ha establecido relaciones de colaboración con destacados artistas, como los ilustradores Ana Juan, Ricardo Cavolo, el estudio Brosmind o el artista Aitor Saraiba.

Una decisión que no solo han servido como reclamo para vender las barajas en el momento de su lanzamiento, sino que, con el tiempo, han hecho que se conviertan en cotizadas piezas de colección, como sucede con el tarot diseñado en su momento por Salvador Dalí.

Por último, y aunque resulte más prosaico, Heraclio Fournier ha apostado por la personalización de barajas, consciente de que su producto es un magnífico soporte para anunciar todo tipo de empresas cuyo logotipo, al estar impreso en el reverso del naipe, permanece a la vista de los jugadores durante toda la partida.

Conquistar el mundo y cuidarlo

La expansión internacional de la firma no pasó desapercibida a otras compañías que operaban en el mismo sector.

Ese fue el caso de The United States Playing Card Company (USPCC) que, en 1986, se asoció con la empresa alavesa para formar la mayor compañía a escala mundial dedicada a la fabricación y venta de cartas.

En 2020, Cartamundi adquirió United States Playing Card Company y Heraclio Fournier. La noticia se comunicó el 31 de diciembre de 2019, apenas tres meses antes del estallido de la pandemia de la COVID-19.

Una coyuntura complicada para cualquier empresa, que no lo fue tanto para Fournier desde el momento que muchos de los ciudadanos confinados recurrieron a los libros, la música, las películas, los videojuegos y las cartas para sobrellevar el tedio.

Aunque fuera de manera accidental y, por supuesto no deseada, durante el confinamiento Heraclio Fournier hizo realidad uno de sus objetivos empresariales: "ser relevante para sus usuarios, el mercado y la sociedad".

Unos fines que se manifiestan en una apuesta por procesos de producción respetuosos con el medioambiente tanto en lo que respecta a la propia compañía como en sus proveedores.

A todo ello se suma un compromiso de respeto entre la marca y sus trabajadores, independientemente del escalafón que ocupen en la compañía.

Unas reglas de comportamiento detalladas en un código de conducta interno disponible en internet que, entre otras cosas, establece que ningún trabajador de Heraclio Fournier puede protagonizar acciones que menoscaben la imagen de la marca.

Asimismo, ellos lo matizan como aquellas acciones que supongan "acoso físico, psicológico, sexual, moral o de abuso de autoridad, así como cualquier otra conducta que pueda generar un entorno intimidatorio u ofensivo con los derechos de las personas".

En definitiva, un compromiso ético que va más allá de no hacer trampas en el juego.