En los años 50, después de las penurias de la postguerra, del proteccionismo y de años de políticas autárquicas, España comenzó a abrirse al mundo. Salvo en el aspecto político y de libertades, el país comenzó a modernizarse, abrazando la economía de mercado, fomentando el turismo y desarrollando una emergente clase media.
Fue la época de los automóviles utilitarios a plazos, de los televisores, de los electrodomésticos de gama blanca y del Chupa Chups, el primer caramelo moderno español. No solo por su diseño sino por el buen uso que su creador supo hacer de la legislación mercantil, la comunicación comercial y el diseño gráfico.
Nacido en una familia de confiteros, Enric Bernat (Barcelona, 1923) decidió continuar la tradición iniciada por su abuelo. En 1950 fundó la empresa Productos Bernat, que se especializó en fabricar peladillas, un dulce poco atractivo, más propio de esa posguerra que se buscaba dejar atrás que de la deseada modernidad a la que se aspiraba.
De hecho, el negocio no acabó de funcionar y Bernat decidió emprender otro camino profesional, aunque siempre vinculado con la confitería.
En 1954 se hizo cargo de Granja Asturias, grupo empresarial especializado en hacer productos derivados de la manzana y del que acabó siendo máximo accionista cuatro años más tarde. Fue entonces cuando decidió encargar a una consultoría francesa un estudio sobre los hábitos de consumo de caramelos en España.
El resultado de esa investigación arrojó datos especialmente interesantes. Por ejemplo, que el 67% de los consumidores de caramelos tenía menos de dieciséis años, y que uno de los principales problemas a la hora de disfrutar del producto era que esos usuarios, especialmente los más pequeños, se ensuciaban las manos cuando se sacaban el caramelo de la boca.
Con esa información en su poder, Bernat decidió lanzar en 1958 un producto destinado a ese grupo de edad, y que solucionaba la principal incomodidad de los caramelos.
Se trataba de una golosina esférica a la que colocó un palo de madera que permitía meter y sacar el caramelo de la boca sin necesidad de mancharse las manos. La llamó Gol, por recordar a una pelota de fútbol, y la comercializó en cinco sabores diferentes: fresa, limón, naranja, cola y menta.
Aunque durante años la leyenda, y los departamentos de prensa de la compañía, han atribuido a Bernat la idea de incorporar un palo a un caramelo, hasta el punto de decir que la inspiración le vino de imaginar cómo sería comer un caramelo con cuchillo y tenedor, lo cierto es que dicha genialidad no fue obra del empresario catalán.
En realidad, se inspiró en los Dum Dums, unos caramelos esféricos con palo comercializados en 1924 por la compañía estadounidense Akron Candy Co. que, todo sea dicho, tampoco fue su creadora original.
Los primeros documentos referentes a los caramelos con palo se remontan a la Edad Media, aunque es muy posible que antes de esa época ya se fabricasen dulces semejantes. De hecho hay autores que sostienen que el palo podría haber sido el accesorio utilizado por comunidades primitivas para consumir la miel de las abejas directamente del panal.
En la China o el Egipto antiguos se confitaban frutas que se presentaban pinchadas en un palo para facilitar su consumo. Algo que, por otra parte, no se diferencia demasiado de las manzanas caramelizadas de las ferias.
Ya en el siglo XX, y gracias a la automatización de los procesos productivos, la compañía estadounidense McAviney Candy Company comenzó a vender un caramelo con palito, cuya creación no se debió a un plan trazado sino a la mera casualidad.
La especialidad de McAviney Candy Company era la fabricación de caramelos duros que, durante el proceso, debían ser removidos con un palo para evitar que se endurecieran. Al final del día, el dueño de la empresa llevaba los palitos impregnados de caramelo a sus hijos, que estuvieron años disfrutándolos sin que nadie reparase en la genialidad de la solución.
De hecho, no fue hasta 1908 cuando McAviney decidió comercializar ese producto que, en origen, no era más que un descarte de la producción principal.
Para asegurarse el éxito de su producto que, aunque innovador, no era difícil de copiar, en 1959 Enric Bernat adquirió a otras empresas españolas como, por ejemplo, a Reñé S.A., todas las patentes que tenían registradas y que les habilitaban para producir caramelos semejantes a Gol que, poco después de su lanzamiento, cambió el nombre.
Primero pasó a llamarse Chups pero esta nueva denominación no acababa de convencer a Bernat que, como había hecho en otras ocasiones, aplicó a su empresa esos modernos métodos comerciales que eran habituales en el resto del mundo pero infrecuentes en la España de los sesenta.
De este modo, contrató a una agencia de publicidad que, no solo mejoró el nombre del producto llamándolo Chupa Chups, sino que desarrolló una campaña de comunicación que contaba con gráficas y un jingle que llegó a ser grabado y editado como single.
La importancia de la publicidad para el éxito de Chupa Chups es innegable. Lo que comenzó siendo una empresa familiar más cercana a una producción artesanal que a una compañía industrializada, terminó siendo una marca notoria en todo el país.
Para ello, se produjeron anuncios para cine y televisión, como el que concursó en la edición de 1969 del prestigioso Festival de Cannes de publicidad y que ganó el premio al mejor spot del año.
Siguiendo esa estrategia de comunicación moderna, ese mismo año 1969 Enric Bernat se reunió con Salvador Dalí con objeto de encargarle un nuevo logotipo para la marca de caramelos. Tras negociar los honorarios, el pintor ampurdanés aceptó el encargo y, poco tiempo después, el pintor presentó el nuevo diseño.
Se trataba de una flor amarilla dentro de la cual aparecía el nombre del producto. Además, el artista aconsejó que fuera colocado centrado en la parte superior del caramelo para que pudiera verse con mayor claridad.
Una solución gráfica visualmente potente y muy eficaz desde el punto de vista de la comunicación que, medio siglo después, y a excepción de pequeños retoques realizados en estos años para estilizar las líneas y adaptarlo a los parámetros estéticos actuales, continúa siendo el logotipo de Chupa Chups.
Con un producto atractivo, un nombre pegadizo que sonaba bien en cualquier idioma y un potente logotipo que además había sido creado por un artista mundialmente conocido como Salvador Dalí, Enric Bernat decidió emprender la expansión internacional de su empresa.
En 1969 se inauguró una fábrica en la localidad francesa de Bayona y, en 1977, la compañía comenzó a vender en Japón, mercado que no solía ser demasiado frecuentado por las empresas españolas.
De hecho, Chupa Chups se vendió en Tokio mucho antes que en Nueva York y otras ciudades de Estados Unidos, donde llegaría en 1980. E incluso en Alemania, país del entorno cercano, pero en el que no comenzaron a venderse hasta 1982.
La caída del muro de Berlín en 1989 tampoco pasó desapercibida para Bernat que, no solo quiso aprovechar las posibilidades que daba ese nuevo mercado hasta entonces cerrado para las empresas occidentales, Lo hizo inaugurando una factoría propia en la ciudad de San Petesburgo que, apenas dos años más tarde, ya había fabricado más de mil millones de Chupa Chups.
En 1991, Enric Bernat decidió dejar la dirección de la compañía, que fue asumida por sus hijos, los cuales protagonizaron una de las épocas más fructíferas de la compañía.
Además de lograr que los Chupa Chups estuvieran disponibles en más de ciento sesenta países, como China o México, los hermanos Bernat lograron que la creación de su padre se convirtiera en el primer caramelo con palo de la historia de la humanidad en viajar hasta el espacio.
La hazaña tuvo lugar en 1995 cuando los miembros de una de las expediciones de la estación espacial MIR, llevaron consigo un cargamento de Chupa Chups.
Un hecho que no solo fue posible por la buena acogida que el producto tenía ya en la antigua Unión Soviética, sino porque los responsables de la misión consideraron que el caramelo sería un buen sustituto del tabaco para la tripulación durante el tiempo que estuvieran fuera de a Tierra.
Una solución que ya había tomado Johan Cruyff, entrenador del Fútbol Club Barcelona, cuando, tras sufrir un infarto, dejó el tabaco y comenzó a consumir Chupa Chups para calmar sus nervios en el banquillo.
La expansión de la empresa vino acompañada de la incorporación de nuevos sabores y variedades, algunas de las cuales se adaptaban a los nuevos usos del consumidor, como los Chupa Chups sin azúcar o sin gluten, así como el lanzamiento de otros productos de confitería desarrollados de entre las más de 2.000 patentes registradas por la compañía.
Además, se firmaron acuerdos con empresas internacionales como Hello Kitty, Star Wars o Pokemon que aumentaron la popularidad del ya de por sí popular caramelo. Sin embargo, algo no acababa de funcionar.
A pesar del éxito en todo el mundo, los resultados económicos de la compañía no eran los esperados. En el año 2000 la empresa generó unos ingresos récord de 420 millones y en 2001, un estudio del Foro de Marcas Renombradas Españolas, certificó que Chupa Chups era la marca española conocida en un mayor número de países, con grados de notoriedad que iban desde el 20% en Estados Unidos a más del 95% en Italia, Francia, Reino Unido, Rusia y Australia.
No obstante, esa notoriedad dejó de traducirse en ventas y la compañía, lejos de seguir creciendo o al menos estabilizarse, comenzó a bajar en beneficios. Una situación inesperada que frustró algunos de los planes de los hermanos Bernat como, por ejemplo, la salida a bolsa de la empresa que estaba fijada para 2004.
Ante ese escenario adverso, la empresa tomó diferentes medidas destinadas a recuperar su viabilidad como, por ejemplo, el cierre en 2003 de la fábrica de Bayona. A pesar de esos esfuerzos, la situación no mejoró y los Bernat decidieron en 2006 desprenderse de Chupa Chups, para centrarse en otros negocios de la familia.
Disponían de acuerdos inmobiliarios, que ya llevaban desarrollando desde hacía tiempo, como por ejemplo, con la adquisición de la Casa Batlló de Antoni Gaudí, que tras ser restaurada fue abierta al público como museo.
En el año 2003, Enric Bernat falleció a la edad de 80 años. Aunque la segunda generación de los Bernat prefiriera desprenderse de la empresa fundada por el patriarca, el caso de Chupa Chups no se puede comparar al de esas compañías que no sobreviven a la tercera generación familiar, sencillamente porque la compañía, aunque esté en otras manos, sigue activa en la actualidad.
La empresa propietaria es la italiana Perfetti Van Melle que, además de Chupa Chups, comercializa Mentos, los chicles Happydent y Vitaldent, y las pastillas Golia y Smint, marca que también pertenecía a la familia Bertat que había creado los populares caramelos en 1994.
En 2018, Chupa Chups cumplió el medio siglo de existencia pero, lejos de quedarse anclada en los triunfos del pasado, Perfetti Van Melle sigue trabajando por adaptarla a los retos del presente. Entre sus últimas estrategias de comunicación está la de explotar la marca en todo tipo de productos a través de las licencias.
Una política que permite encontrar ropa de cama, mochilas, colonias, bálsamos labiales, cuadernos y material de escritura, todo ello con el logotipo de Chupa Chups tanto en el packaging como en el propio producto.
Además, la compañía ha comenzado a patrocinar el equipo de e-sports de Vodafone, uno de las aficiones más populares entre los jóvenes actuales, ha abierto perfiles en las principales redes sociales para interactuar con ellos.
Además, para desafiar ese estudio de mercado que decía que los caramelos eran consumidos principalmente por menores de dieciséis años, Chupa Chups lanzó la campaña Forever Fun, para concienciar a sus usuarios de que sus productos pueden ser disfrutados en cualquier franja de edad, incluidos los adultos.