En la categoría de productos y servicios que nos hacen la vida mucho más fácil, la informática puede ofrecer un sinfín de ingenios que resultan más o menos conocidos: los programas CRM para gestionar clientes y leads, las apps para mandar dinero a nuestros amigos, los códigos QR que permiten que nuestros móviles interpreten el mundo físico.
Las API son indudablemente menos conocidas que los ejemplos anteriores, pero esta falta de popularidad solo es comparable a su enorme utilidad. Decir que están en todos lados probablemente no sea una exageración.
La palabra clave para entender qué es una API y por qué es tan importante es “conectividad”. API viene del inglés Application Programming Interfaces, que traducido vendría a ser Interfaces de programación de aplicaciones.
Básicamente, son utilidades que permiten que unos programas se comuniquen con otros. De hecho, esa es la definición rápida de la palabra interfaz: una conexión entre sistemas independientes.
Pues una API es precisamente eso: una utilidad que sirve para conectar dos o más programas independientes. Cuando compartes algo en una red social que viene de fuera (una noticia, un vídeo, una foto de tu móvil), estás utilizando una API.
Cuando compras algo por Internet y pagas con tu tarjeta, también estás usando una API. Las API son el pegamento que hace posible la combinación de unos servicios digitales con otros. No las ves, pero ahí están.
Si hablamos de empresas fintech, entonces su importancia es todavía mayor, como veremos dentro de un momento.
La proliferación de teléfonos móviles y su participación en prácticamente cualquier área de nuestras vidas hicieron que los desarrolladores cambiaran su forma de trabajar. Si el entorno tradicional de utilización de un programa había sido hasta comienzos del siglo XXI el ordenador, a partir de entonces fueron los móviles.
Las pantallas más utilizadas se empequeñecieron y las 15 o las 17 pulgadas se convirtieron en 5 o 6. Pero adaptarse a la era móvil fue mucho más que reducir el tamaño de la pantalla y volverlo todo táctil. También estaba la potencia.
Un ordenador podía hacer funcionar un programa construido sobre una infraestructura compleja y pesada, algo que no estaba al alcance de un móvil. La solución pasaba entonces por hacer más ligero ese programa. Otra opción interesante era dividir ese programa enorme en varios programas más pequeños y ligeros.
“El desarrollo de API pertenece a un cambio en la forma de diseñar la arquitectura de las soluciones de software de los últimos años”
“El desarrollo de API pertenece a un cambio en la forma de diseñar la arquitectura de las soluciones de software de los últimos años”, explica Javier Fernández Carrera, cofundador de Armadillo Amarillo, una start-up tecnológica de desarrollo web y mobile. Para Fernández, las API permiten que las soluciones de software sean más ligeras, sencillas en su programación y de más fácil mantenimiento.
“La división de un sistema monolítico en microservicios sigue el paradigma divide y vencerás o lo que es lo mismo, separar un problema complejo en muchos problemas más pequeños y a la vez más sencillos”, explica Fernández Carrera.
El resultado de todo esto es que las aplicaciones actuales son más ligeras y flexibles, y que pueden funcionar sin problemas en los teléfonos móviles. Un cambio en el desarrollo del software que a un sector muy particular le vino muy bien.
Una consecuencia de que la población en general empezara a sustituir el ordenador por el teléfono móvil es que cambiaron los hábitos de uso. Las compras, la planificación del ocio, la comunicación con la familia y los amigos cambiaron. Y también la forma de relacionarse con los bancos y de solicitar y gestionar servicios financieros.
Poco a poco, el banco dejó de ser ese ente físico al que acudir, solo de mañana, para realizar consultas y operaciones. Primero a través del navegador y luego con apps, los bancos se fueron acercando a los móviles de sus clientes, ofreciendo fórmulas de uso cada vez más accesibles e intuitivas.
Paralelamente, el sector se fue abriendo a la entrada de nuevos actores. Las operaciones más importantes, como los préstamos y las transferencias internacionales, seguían siendo para las grandes corporaciones, pues eran ellas quienes disponían de las infraestructuras tecnológicas necesarias para llevarlas a cabo.
Sin embargo, esta situación no tardó en cambiar en cuanto las API entraron en juego y fue desapareciendo la idea de que para ofrecer servicios financieros era obligatorio contar con una gigantesca infraestructura tecnológica.
Los costosos y complejos procesos financieros se subdividieron en operaciones más manejables y, sobre todo, más accesibles para compañías tecnológicas y fintech. Como consecuencia, los pequeños empezaron a ofrecer servicios precisos y sencillos.
No es un secreto que las operaciones que introdujeron a otros en el hasta entonces cerrado sector bancario fueron los pagos. PayPal marcó el camino en 1998 como alternativa al uso de plataformas bancarias.
Desde entonces han sido muchísimas las pequeñas empresas que, observando y analizando el extenso abanico de servicios bancarios, han escogido el suyo para darle la vuelta y ofrecer algo distinto gracias a Internet.
Hoy son muchos los servicios que ofrecen compañías que no son bancos. Están las tarjetas de débito de los neobancos, las transferencias, tanto las internacionales como las más recientes transferencias entre usuarios, una modalidad que quiere explotar Facebook con su Facebook Pay.
Están también las apps para manejar las carteras de inversión, con una presencia cada vez mayor del sector proptech, que hace referencia al mercado inmobiliario, e incluso insurtech, de los seguros.
Otro -tech que también está ganando terreno es el regtech, que engloba aquellas compañías tecnológicas cuyos servicios se orientan al cumplimiento de la regulación en materia de dinero digital.
Empresas fintech las contratan para asegurarse de que su actividad, en permanente cambio legislativo, se ajusta a lo que dictan legisladores y reguladores.
Todos estos servicios tienen en común que necesitan conectarse los unos a los otros. Una compañía regtech necesita tener acceso a las operaciones de una fintech para comprobar que efectivamente su actividad cumple con la regulación vigente.
Un roboadvisor querrá acceder a los datos bancarios de su cliente para ofrecerle las inversiones que más se ajusten a su perfil. El banco preguntará a una compañía de scoring antes de conceder un préstamo. La palabra clave es, de nuevo, interconectividad, la especialidad de las API.
Aunque la interconectividad que fomentan las API es ya una ventaja intrínseca, el uso de estas utilidades brinda además algunas más.
“Si una pyme tiene que construir un sistema complejo, podría hacer uso de las API de otras empresas que resuelven problemas más pequeños”
Una de estas ventajas es la reutilización. Las fintech, y en realidad cualquier pyme sea del sector que sea, pueden usar las API publicadas por terceros para resolver sus propios problemas.
“Si una pyme tiene que construir un sistema complejo, además de aportar su propio conocimiento en el desarrollo que le ocupa, podría hacer uso de las API de otras empresas que resuelven problemas más pequeños, complementando su solución y haciéndola más robusta y reutilizable”, subraya Fernández Carrera.
El ejemplo paradigmático de esto nos conduce directamente al Banking as a Service, o BaaS. BaaS es la oferta de servicios en la órbita de los bancos por parte de compañías que no son bancos. A veces están autorizadas por los bancos, otras tienen acuerdos con ellos y otras operan con licencias que regulan actividades concretas relacionadas con el dinero digital.
En ocasiones no se trata de ofrecer un servicio, sino de ofrecer el acceso a la infraestructura. Contar con este acceso a un backend bancario, hasta no hace mucho algo inaccesible para cualquier compañía que no fuera un banco, permite que las fintech puedan escalar su oferta de servicios, lo que nos lleva a la segunda de las ventajas principales: la escalabilidad.
La escalabilidad no es algo menor si tenemos en cuenta que muchas fintech nacen como start-ups y enseguida ven aumentar sus clientes y gama de productos y servicios. Utilizar API ajenas permite que las fintech más jóvenes puedan adaptarse a las demandas de sus clientes y atender, de forma rápida y ágil, tanto los tiempos de vacas flacas como los periodos más boyantes.
Además de la reutilización y de la escalabilidad hay una ventaja más. Contar con una API que permita que terceras empresas conecten su tecnología con la propia empresa abre a su vez nuevas posibilidades de mercado.
“Cuando una gran empresa dispone de un producto o solución cuyo uso puede ser extendido a otras empresas o particulares, tiene mucho sentido, y así se está haciendo en la actualidad, publicar una API para que dichos actores puedan tener acceso a esos datos que ofrece dicha solución”, explica Javier Fernández Carrera, cofundador de Armadillo Amarillo.
Hay todo tipo de empresas que publican sus API: redes sociales, soluciones CRM, servicios de alojamiento en la nube, gigantes tecnológicos que ofrecen laboratorios de inteligencia artificial (como Microsoft, IBM y Amazon), bancos… Al hacerlo, permiten que los desarrolladores de software de otras empresas puedan conectar sus infraestructuras a las de estas compañías.
Aunque el sector fintech es relativamente nuevo, el uso de API para entrelazar distintos servicios y compañías tiene ya cerca de dos décadas. Uno de los máximos defensores de esta conectividad entre servicios ha sido siempre Jeff Bezos, quien hoy, precisamente, no oculta que quiere que Amazon se convierta en una referencia en el sector de servicios bancarios digitales.
En 2002, Bezos escribió un documento interno donde animaba a desarrollar API. “Todas las interfaces de servicio, sin excepción, deben diseñarse desde cero para ser externalizables”, explicaba el documento.
“Es decir, el equipo debe planificar y diseñar para poder exponer la interfaz a los desarrolladores de fuera de la empresa. Sin excepciones”. La orden de Bezos terminaba con un “quienquiera que no lo haga así será despedido”.
Tecnologías aparte, las API forman parte de una nueva forma de concebir las soluciones informáticas y las infraestructuras tecnológicas. Ya no se trata de verlas como compartimentos estancos, sino como partes interconectadas de un todo.
Esta filosofía se integra dentro de otras como el Software as a Service, o SaaS, que consiste en pagar por el uso que se haga de un programa, no por su propiedad.
De esta forma, el usuario de este programa, y pueden ser todo tipo de programas (CRM, antivirus, entornos de desarrollo, centros de análisis de big data…), no necesita tener ese programa instalado en sus equipos ni en su nube, solo acceder a él a través de la red.
También las aplicaciones basadas en blockchain y sus smart contracts, por no hablar del llamado Internet of Things o IoT, beben directamente de interconectar software almacenado en la nube.
Las ventajas de esta mentalidad líquida son varias y algunas ya las conocemos: escalabilidad en las funcionalidades, reutilización de soluciones, actualización constante del software, resolución rápida de fallos en programas y hardware, acceso a tecnología que sería imposible de adquirir o de desarrollar in house…
Una consecuencia de todo esto en el sector de las fintech es el Open Banking, un escenario donde los datos de los clientes de servicios bancarios y empresas financieras pueden ser intercambiados si los clientes dan su permiso.
De esta forma, se hace posible que un cliente de un banco tenga una cuenta en ese banco pero utilice una fintech de roboadvisors para orientarle en sus inversiones; inversiones que tiene, por otro lado, con una tercera compañía.
Para que todo esto sea posible es necesario ese escenario de Open Banking, además de una legislación que garantice en todo momento la seguridad y la privacidad de la información de los clientes, como es la segunda Directiva de Servicios de Pago (o PSD2).
Pero también se hace necesario contar con una filosofía de colaboración que invite a que las empresas dejen sus puertas abiertas, tecnológicamente hablando, para la colaboración.
Y es ahí donde contribuyen de forma decisiva las API. El Banking as a Service y el Open Banking, dos de los conceptos que resonarán durante los próximos años en el sector fintech, serían impensables si no existieran las API.