Que Estados Unidos continúe siendo la tierra de las oportunidades es, en buena parte, gracias a historias aspiracionales como la de Harland David Sanders. Nacido a finales del siglo XIX, la vida del coronel Sanders fue una sucesión de dificultades y desgracias que hubieran acabado con las fuerzas e ilusiones de cualquiera.
Sin embargo, el tesón y la fortaleza de este hombre para dar a conocer su receta de pollo crujiente no solo permitió que se hiciera millonario cuando ya había rebasado los 70 años, sino que su reconocible imagen se convirtió en un icono del siglo XX.
A pesar de sus más de doscientos años de historia, Estados Unidos es todavía un país joven, al menos si se le compara con naciones europeas y orientales. Eso hace que sus referentes, mitos e ídolos resulten más cercanos en el tiempo, y posiblemente más prosaicos, pero no por ello menos atractivos que los solemnes referentes europeos u orientales.
Aunque también posee museos inspirados en la tradición cultural del Louvre, el Prado, la Galería de los Ufizi o el Hermitage, el país norteamericano tiene una amplia variedad de instituciones que recogen y preservan sus tradiciones autóctonas, por muy estrafalarias o alejadas que estén del canon académico.
A lo largo y ancho de Estados Unidos es posible encontrar museos como la casa de Elvis Presley, el museo del sello discográfico Motown, un museo dedicado a los dispensadores de caramelos PEZ, el museo de los saleros y pimenteros de Tennessee, el de historia funeraria de Huston, el de criptozoología y criaturas mitológicas de Portland o el Museo del alambre de espino de Texas.
Entre todos esos peculiares museos, destaca uno situado en la localidad de Corbin, estado de Kentucky. En el kilómetro 688 de la ruta 25W, se alza el Harland Sanders Café & Museum, edificio incluido en el Registro de Enclaves Históricos de Estados Unidos y que, según explica una placa colocada en su entrada, es el lugar donde comenzó la historia de Kentucky Fried Chicken.
Aquellos que se acerquen al lugar pueden degustar las especialidades de Kentucky Fried Chicken en un entorno rústico que se parece mucho al restaurante original de los años 30, con su máquina expendedora de tabaco, su caja registradora de metal y madera, y su gramola Wurlitzer.
Al finalizar su almuerzo, los visitantes pueden ver una de las habitaciones originales del antiguo motel, el despacho de Sanders, infinidad de productos de memorabilia como vajilla, vasos, anuncios, hojas promocionales, antiguos menús y carteles informando de las especialidades con precios de hace casi un siglo.
Por supuesto, también pueden ver la recreación de la cocina tal y como estaba cuando el fundador de Kentucky Fried Chicken trabajaba en ese local.
Que sea una recreación es un dato importante en la historia del Harland Sanders Café & Museum pues, si bien fue en ese local en el que empezó todo, también fue ahí donde el imperio del pollo frito estuvo a punto de desaparecer para siempre.
Harland David Sanders había nacido en 1890 en Henryville, un pueblecito de Lousville en el estado de Indiana. Cuando el niño tenía cinco años su padre falleció y, desde los doce, comenzó a trabajar para ayudar a la maltrecha economía familiar.
Cuando tenía quince años se enroló en el ejército, para lo cual tuvo que falsificar su certificado de nacimiento. Tras servir en Cuba, que por entonces estaba recién independizada de España, pero bajo tutela estadounidense, Sanders regresó a su país donde desempeñó todo tipo de trabajos.
Desde marino mercante a capitán de barco de vapor, sin olvidar bombero del servicio de ferrocarriles, vendedor de seguros, granjero, abogado o agricultor hasta que, en 1930, compró un motel-restaurante en Corbin.
Desde que quedó huérfano de padre, Sanders había aprendido a cocinar para ayudar a su madre y dar de comer a sus dos hermanos, por lo que esa nueva aventura profesional no era desconocida para él.
Se especializó en recetas de pollo, carne que sazonaba con diferentes hierbas aromáticas y posteriormente freía en una olla a presión que había transformado en una freidora. Esa innovadora técnica le daba al producto un acabado crujiente, que fue muy bien acogido por los automovilistas que paraban en su local.
Poco a poco el Harland Sanders Café se convirtió en un referente gastronómico de Corbin, cuyos comercios se vieron beneficiados indirectamente por la afluencia de clientes al lugar. De hecho, en agradecimiento a su aportación a la comunidad, en 1935, el Gobernador del estado de Kentucky nombró a Sanders coronel de Kentucky, título que utilizaría a lo largo de toda su vida.
Durante los años cuarenta, el restaurante fue viento en popa y Sanders pudo dedicarse a otros aspectos del negocio más allá de la gastronomía.
Por ejemplo, patentó su receta secreta de once hierbas, creó el nombre de Kentucky Fried Chicken para diferenciarlo de productos semejantes, apostó por explotar la idea de la hospitalidad del sur y comenzó a acuñar una serie de aforismos que serían utilizados en la comunicación del restaurante como el clásico «chuparse los dedos está bien».
Además, Sanders perfiló definitivamente el personaje que le haría mundialmente conocido. Ese caballero sureño con gafas, bigote, perilla y cabello cano que aparecía siempre ataviado con un terno blanco, un lazo negro al cuello y un elegante bastón.
Sin embargo, en 1955, una decisión administrativa inesperada hizo que todo aquello que Sanders había levantado a lo largo de varias décadas se viniera abajo. La construcción de la carretera interestatal 75 hizo que los automóviles ya no tuvieran que pasar por Corbin y, por tanto, no necesitasen parar en el restaurante, el motel ni en la gasolinera.
Ante semejante inconveniente, Sanders decidió vender el negocio por un precio muy inferior a su valor, rescató un plan de ahorro que tenía, pagó sus deudas y, ante la falta de recursos e ingresos, comenzó a percibir un subsidio del Estado de 105 dólares (alrededor de 90 euros). Tenía 65 años.
El hecho de que el abrupto final del restaurante no se hubiera producido porque el servicio o la oferta gastronómica fuera mala sino por una situación inesperada, hizo que Sanders pensase que aún tenía una oportunidad en el campo de la restauración.
Su pollo, cocinado con esa combinación de once hierbas que solo él conocía, era muy apreciado por los clientes que pasaban por el local. Por lo tanto, era fácil pensar que también podría gustar a otras personas. Si el problema era que ellas ya no podían ir al restaurante, sería Sanders el que saldría a su encuentro.
Así, el coronel de Kentucky, ataviado con su característico traje blanco, decidió coger su automóvil, llenarlo de esa secreta combinación de especias, de sus ollas a presión y comenzar a recorrer los restaurantes del país haciendo degustaciones de su pollo y proponiendo una curiosa política de franquicias.
A diferencia de lo que había hecho McDonald’s, que aportaba al franquiciado la decoración del local, los uniformes, los ingredientes y el knowhow para crear una gran cadena homogénea y reconocible, Harland Sanders no interfería en las características del local o en las decisiones de los dueños sobre proveedores, decoración u oferta gastronómica.
Su propuesta se limitaba a algún que otro cartel anunciando que ahí se servía Kentucky Fried Chicken y, por supuesto, a compartir la mezcla de especias con las que aderezar el pollo.
A cambio de ese acuerdo, el coronel Sanders percibía un centavo por cada pieza de pollo que se servía. Aunque la cantidad podía parecer ridícula, el éxito de su receta y el gran número de restaurantes que aceptaron la propuesta hizo que el negocio no tardara en volver a funcionar.
En 1965, una década después del cierre del Harland Sanders Café, el empresario decidió retirarse o, al menos, reducir su ritmo de trabajo. Estaba a punto de cumplir 75 años, una edad en la que no era aconsejable estar recorriendo el país de punta a punta, durmiendo en ocasiones en su propio automóvil.
De ese modo, vendió su receta y su red de franquiciados a un grupo inversor, el cual abonó por ellos 2.000 millones de dólares (algo más de 1.700.000 euros), a los que se añadió un sueldo anual de 200.000 dólares (alrededor de 170.000 euros) por continuar siendo la imagen pública de la marca y asistir a inauguraciones de restaurantes, eventos y otros actos sociales.
No obstante, Sanders no podía estar alejado de la primera línea de la restauración y, en 1968, con parte del dinero obtenido por la venta de Kentucky Fried Chicken decidió abrir un restaurante con el nombre de su segunda esposa, Claudia Sanders.
Entre las especialidades del local estaba el pollo frito especiado y, como había sucedido años antes, fue un éxito que animó a Sanders a expandir el negocio con una nueva cadena.
No obstante, el grupo inversor que había adquirido Kentucky Fried Chicken y que se encontraba en pleno proceso de expansión impidió la operación. Aunque hubo una primera demanda judicial, las partes consiguieron llegar a un acuerdo: el restaurante podría seguir abierto, pero no tendría sucursales.
De hecho, su particularidad también sirvió como reclamo publicitario pues se convirtió en el único local del mundo autorizado a servir el auténtico Kentucky Fried Chicken al margen de la cadena oficial.
En 1980, el coronel Harland Sanders falleció a consecuencia de una leucemia que le había sido diagnosticada unos meses antes. Hasta entonces, había continuado encarnando al personaje que le había hecho famoso en eventos relacionados con la cadena que, a pesar de perder uno de sus iconos, vivió en esa década uno de sus mayores momentos de esplendor.
Adquirida por la compañía de tabacos R. J. Reynolds dentro de una gran operación de absorción de empresas, Kentucky Fried Chicken inició su expansión internacional. Abrió sus primeros locales en Europa y alcanzó los 4.500 locales en Estados Unidos, a los que habría que sumar más de 1.500 en medio centenar de países.
A pesar de este éxito, el mundo de la gastronomía no era el territorio natural de una empresa dedicada al tabaco, por lo que, en 1983, R. J. Reynolds vendió la compañía a Pepsi Co. por casi 850 millones de dólares (alrededor de 725 millones de euros).
La operación convirtió a la empresa de bebidas carbonatadas en una de las más importantes del mundo en lo que a comida rápida se refiere, puesto que también poseía Taco Bell y Pizza Hut.
En manos de Pepsi Co., Kentucky Fried Chicken vivió una nueva transformación. Se endurecieron las condiciones de las franquicias para que la empresa matriz tuviera más control sobre el negocio y renovó su imagen manteniendo al coronel Sanders en su logotipo, pero sintetizando el nombre en las siglas KFC.
Ese proceso de renovación coincidió con la caída del muro de Berlín y la apertura a la economía de mercado de los países socialistas. Sin embargo, mientras que marcas como McDonald’s aprovecharon la coyuntura para expandirse por ese nuevo mercado, los intentos de KFC en esa misma dirección no tuvieron éxito.
En 1997, casi al mismo tiempo que Mihail Gorbachov protagonizaba un anuncio de Pizza Hut, propiedad también de Pepsi Co., KFC estaba a punto de cerrar el local que había inaugurado en Rusia en 1993.
De hecho, no volvería a probar suerte en ese país hasta el 2000, cuando abrió establecimientos con la misma receta que en el resto del mundo, pero con otra denominación comercial, Rostik’s, y una imagen gráfica diferente: un pollo con un tenedor y cuchillo en cada mano.
Más allá de esas fallidas inversiones en Rusia, KFC es un ejemplo de éxito económico. De hecho, no es por su viabilidad económica por lo que su modelo es discutible, sino por las mismas razones que se critica el de otras compañías de comida rápida.
Por ejemplo, que su oferta gastronómica, en la que abundan las bebidas azucaradas o las raciones gigantes de comida, es poco saludable o, la más repetida en el caso de KFC: aquella que hace referencia al bienestar animal de los pollos con los que se cocinan sus menús.
En ese sentido, el 14 de julio de 2020, la cadena hizo público un comunicado en el que se comprometía a mejorar la vida de sus pollos, implementando un protocolo que sería de aplicación en las granjas de sus proveedores .
Ello incluye, por ejemplo, que los animales disfruten de movilidad durante su crianza, que no se les someta a intervenciones o tratamientos innecesarios y que se reduzca su estrés físico y mental.
Esta decisión demuestra que, en pleno siglo XXI, ser una marca relevante y más aún en el campo de la alimentación, exige un compromiso social corporativo, una apuesta por el crecimiento sostenible y abrirse a las inquietudes de la sociedad como, por ejemplo, la igualdad entre hombres y mujeres.
Ejemplo de ello es la decisión de la compañía de contratar a la cantante de country Reba McEntire como «nueva Coronel Sanders» para protagonizar los anuncios de la marca. Una decisión inusual para la compañía que, desde la muerte del personaje original hace cuarenta años, nunca había recurrido a una mujer para interpretar al coronel.