En la actualidad, la mayoría de los avances tecnológicos se producen dentro de nuestro móvil. Piensa en pagos, en usar el GPS, en grabar vídeo en HD, en escuchar música… Podemos hacer mil cosas sin necesidad de usar un aparato distinto para cada una.
Esta forma de innovar sobre un dispositivo ya existente es muy moderna y se debe a la potencia cada vez mayor de nuestros móviles. Pero no siempre fue así.
Los últimos 25 años del siglo pasado estuvieron protagonizados por una gran cantidad de inventos sorprendentes; nuevos aparatos que estaban diseñados para hacer una sola función, y cuya salida al mercado suponía un cambio drástico en los hábitos de la gente.
Esto mismo es lo que ocurrió con los reproductores portátiles de cintas de casete, cuyo máximo exponente fue el Walkman, de Sony. Un invento sin en el que hoy no podríamos entender nuestros actuales smartphones y la forma en que nos relacionamos con ellos.
La invención de este revolucionario aparato a finales de los años 70 puso las bases de lo que hoy es el teléfono móvil moderno.
Pero no porque permitiera escuchar música gracias a un aparato que cabía en un bolsillo, sino porque dejó caer una idea revolucionaria para la época: incluso la tecnología más compleja podía convertirse en portátil, algo que por entonces ni se planteaba.
Asomémonos un momento a los años 70 en Estados Unidos y a su relación con la tecnología de consumo.
Los primeros PC que surgieron a finales de la década eran máquinas de trabajo para hacer cálculos y completar bases de datos; las televisiones eran armatostes pesadísimos tan anchos como profundos; y si querías escuchar música con calidad, el mejor lugar para hacerlo era el salón de tu casa, el único donde podías colocar una aparatosa cadena de música.
La tecnología de la época era sinónimo de inmovilismo. Con la invención del Walkman se plantó la semilla de la movilidad.
No es ninguna casualidad que a partir del nacimiento de este invento los grandes líderes tecnológicos se pusieran manos a la obra para crear dispositivos portátiles. Dos hitos clave:
A finales de los 70, la cinta de casete ya se había extendido y gozaba de mucha popularidad. El boom por la electrónica de consumo de la época había conseguido meter una cadena de música en cada salón de clase media, desplazando al tocadiscos.
Estas torres modulares de plástico, la antítesis de los sofisticados muebles de madera que vestían los tocadiscos, eran capaces de sintonizar la radio y de reproducir cintas de casete y también vinilos.
Una versión más modesta de las cadenas eran los radiocasetes, aparatos más reducidos que permitían llevarse la música a una habitación que no fuera el salón.
Otro territorio conquistado por las cintas de casete fueron los coches, pues desde 1966 ya existían pletinas capaces de reproducir cintas por ambas caras, una pequeña revolución que hoy podríamos relacionar con la que vivieron los podcast hace unos años gracias a poder conectar el móvil con el bluetooth del coche.
Así que se podía escuchar música en el salón, en cualquier habitación e incluso en el automóvil. Era lógico que tarde o temprano se pudiera escuchar allá donde se quisiese, ¿no? Pues no, la invención del Walkman no fue producto de un estudio de mercado ni de una necesidad latente no descubierta. Nada de eso, fue mucho más interesante.
Viajemos a los cuarteles generales de la compañía nipona Sony en algún momento de 1978. Por entonces, Sony fabricaba equipos de sonido y de vídeo, entre otros aparatos electrónicos, pero en ese momento estaba enfrascada en desarrollar su gran apuesta por el vídeo, el formato Beta.
(Spoiler: durante los 80, el video Beta fue superado ampliamente por las cintas VHS en el mercado doméstico, pero en el ámbito profesional de las televisiones resistió hasta la llegada del siglo XXI)
Con toda la maquinaria concentrada en el vídeo, el departamento de innovación de audio se encontraba sin mucho que hacer.
Sony era por entonces una de las referencias en sonido doméstico, pero era uno de los líderes mundiales en grabadoras para dictados y conversaciones. La firma mantenía un entusiasta duelo en el mercado de las grabadoras profesionales con la holandesa Philips, que en 1962 había inventado la cinta de casete.
Aunque el punto fuerte de estas grabadoras era registrar el sonido, también contaban con un pequeño altavoz para escuchar lo grabado, y algunos modelos tenían incluso una salida para auriculares que permitía la escucha en lugares con mucho ruido, como las redacciones de los periódicos de la época.
Como los modelos de Sony eran ligeros y su autonomía estaba pensada para grabar largas conversaciones, había quien los utilizaba como un reproductor portátil de cintas (eso sí, un reproductor portátil de 2 kg de peso).
Una de estas personas que escuchaba música en su grabadora era Masaru Ibuka, cofundador de la propia Sony y artífice del formato Beta.
Aunque había dejado de formar parte de la compañía en 1976, 30 años después de fundarla, Ibuka actuaba por entonces como una especie de consultor, y viajaba mucho. Era en estos viajes cuando utilizaba su grabadora para escuchar música.
En una ocasión se preguntó por las posibilidades de un reproductor de cintas que fuera portátil y permitiese el uso de cascos. Hasta la fecha, esta función se podía suplir con las grabadoras ya comentadas, pero eran aparatos que estaban pensados para reproducir conversaciones y dictados, no música. Es más, su calidad de sonido era más bien discreta.
El equipo de desarrollo recibió el encargo de Ibuka con entusiasmo y se pusieron manos a la obra. Unas semanas más tarde tenían un prototipo. Utilizando la carcasa metálica de una grabadora conocida como Pressman, los ingenieros de habían desarrollado un reproductor portátil que funcionaba a pilas, admitía cascos, pesaba menos de 400 g y cabía en un bolsillo.
El primer Walkman de la historia apareció el 1 de julio de 1979 con el nombre de TPS-L2. Hay que decir que el entusiasmo del equipo de desarrollo por su nuevo aparato no era compartido por la propia marca, que prefirió un lanzamiento más bien tímido de 30.000 unidades.
El precio de salida fueron unos 150 dólares, lo que podríamos considerar unos 500 dólares actuales o 412 euros. Claramente, la intención de Sony no era desbordar el mercado.
Sus temores eran muy lógicos. Ya hemos dicho que por aquel entonces nadie veía la necesidad de sacar la música de su salón o de su habitación, mucho menos de combinar la escucha de música con cascos con otras actividades.
Sony tenía tantas dudas sobre si la población nipona iba a entender su producto que días antes del lanzamiento del TPS-L2 convocó a los periodistas para explicarles qué era esa nueva grabadora que no grababa y que solo reproducía música.
Así que convocó a los periodistas en un parque para que asistieran a una performance que entonces debió de parecer revolucionaria: personas que hacían deporte mientras escuchaban música con sus cascos. ¡Lo nunca visto!
El evento fue apoyado por una campaña de publicidad en prensa donde aparecía gente, normalmente joven, corriendo, bailando o simplemente en poses tipo “aquí estoy yo mientras escucho música desenfadadamente con un aparato que me cabe en un bolsillo”.
La población nipona entendió las posibilidades del TPS-L2 y acudió a las tiendas a comprarlo. En menos de dos meses habían volado los primeros modelos. Sony compensó sus dudas iniciales y no solo multiplicó su producción, sino que miró más allá de las fronteras japonesas para conquistar otros mercados.
Solo un año después del lanzamiento del TPS-L2 en Japón, llegaron las primeras unidades a Estados Unidos y Reino Unido, aunque lo hicieron con el nombre de Soundabout (para EE. UU.) y Stowaway (para la versión británica). Poco después, la tecnológica nipona unificó todos los nombres bajo la marca que hoy conocemos bien: Walkman.
Este fue un éxito mundial. En 1982, tres años después de su comercialización, Sony había vendido la friolera de 5,5 millones de aparatos, el 60% fuera de Japón. Una década después, las cifras ascendían a, atención, 50 millones. ¡Qué lejos quedaban esas 30.000 primeras unidades!
Otras marcas tecnológicas se apuntaron a la revolución de la música portátil. Aiwa, JVC, Panasonic, Toshiba o la propia Philips —que recordemos había inventado la cinta de casete— sacaron sus propios aparatos, pero siempre fueron por detrás de Sony en ventas y en reconocimiento.
Con el Walkman ocurrió lo mismo que con Kleenex o el papel Albal, que el nombre de un producto o una marca concreto servía para referirse a toda una gama de ellos.
El impacto de estos aparatos fue tal, especialmente entre la población juvenil, que se produjeron varios fenómenos nuevos (o no tanto). Primeramente, algunas voces alertaron sobre el peligro de que los jóvenes se aislaran tras sus cascos y dejaran de prestar atención al mundo que les rodeaba. ¿Te suena?
También supusieron el impulso definitivo para que las cintas de casete destronaran a los vinilos y se establecieran como la forma más asequible de escuchar música, con la ventaja añadida de que podías llevar tus cintas favoritas en una mochila para escucharlas donde quisieras.
Los vinilos siguieron vendiéndose, pero la juventud sabía que por una fracción del precio de un tocadiscos podía acceder a un radiocasete y gastarse el resto de dinero en docenas de cintas.
Y había otra ventaja más: las cintas grabables. A mediados de los 80 se popularizaron los radiocasetes con pletina doble, que hacían posible grabar en una cinta lo que se estaba reproduciendo en la otra.
Esta funcionalidad abrió un mundo de posibilidades, como grabar de la radio las canciones favoritas o hacer recopilatorios temáticos para luego repartirlos entre los amigos (sería como el abuelo de las playlist de Spotify).
Como el Walkman ayudó a la popularización de las cintas de casete, todos estos nuevos usos se multiplicaron.
Algunos incluso han llegado a nuestros días, como las ya citadas playlist o el Do It Yourself que tanto se practicó en los 80 por grupos que se grababan a sí mismos en sus garajes y cuyas sesiones distribuían en cintas en institutos y universidades. Hoy el DIY musical se sigue practicando gracias al software de grabación.
Desde los 80, Sony ha sacado decenas de nuevos aparatos bajo el nombre Walkman, no siempre reproductores portátiles de casetes. De hecho, ya en el siglo XXI Sony empezó a usar este nombre para referirse a reproductores de archivos MP3 y, más recientemente, para hablar de las funciones de reproducción de música de sus móviles.
En 2010 Sony anunció que dejaría de fabricar aparatos para reproducir cintas. Conocer el número exacto de dispositivos vendidos es hoy una tarea ardua, pero sí podemos aproximarnos. La última cifra de la compañía nipona es de 2008, cuando afirmó que había vendido más de 385 millones de dispositivos desde su histórico TPS-L2.
La historia del origen de este fenómeno ejemplifica a la perfección hasta qué punto un producto puede cambiar los hábitos de las personas y cómo estos hábitos pueden ser la antesala de innovaciones tecnológicas de todo tipo.
Como dijimos más arriba, hoy no se podrían explicar nuestros móviles ni lo que esperamos obtener de ellos si Sony no hubiera ideado el Walkman hace ya 42 años.