Ni la democratización capital del último siglo ni el mar de conocimiento sembrado por la revolución digital han conseguido limar el profundo espesor de elitismo que rodea al arte. Más de cinco siglos de historia maquillan a este campo de valores clasistas que lo alejan de las miradas transgresoras que han moldeado las últimas décadas del acervo cultural.
El legado que dejó a finales del siglo XV la familia Médici no recibió la inyección de hedonismo que embriagó a las sociedades. Aquel mecenazgo que democratizó el arte difundiéndolo entre la naciente clase burguesa, pudo tumbar el ostracismo de la nobleza feudal y clériga, y sirvió para eludir el olvido histórico. Pero no trascendió a las masas cuando hubo de hacerlo.
“Cuando los modernos comenzaron a desarrollar la sociedad científica y democrática, los románticos alemanes crean una especie de religión del arte, que asume la misión de aportar lo que no daban la religión ni la ciencia, porque la ciencia simplemente describía las cosas”, explica a Mario Vargas Llosa el filósofo francés Gilles Lipovetsky.
Es entonces cuando se produjo una sacralización del arte de la que sí participó la pintura (entendida como disciplina madre de la llamada alta cultura). “Los siglos XVII y XVIII nos dicen que el poeta y los artistas en general son los que muestran el camino, son los que dicen lo que antes decía la religión”. ¿Qué sucedió desde ese momento?
Los avances científicos y la llegada de las primeras democracias dotaron a las obras de una publicidad éticamente necesaria. El arte era un bien de interés universal sobre el que nadie debía tener derecho de ocultación. Al menos así era en la teoría. El redescubrimiento del mundo grecorromano con los viajes había imbuido de euforia pedagógica a los mecenas.
El mundo debía conocer aquella era de esplendor y no solo de primera mano. Cientos de artistas construirían sus propios estilos inspirándose en los valores estéticos y subjetivos de los clásicos. Desde aquel momento, el arte no ha dejado de disgregarse en la cultura, y en último término, de mercantilizarse de cara a la vocación protestante del capitalismo primario y tardío.
Mientras los estados siguen defendiendo la inversión en arte como una labor de responsabilidad mayor, cada vez son más los particulares que ponen su mirada en todo tipo de patrimonio histórico para enriquecer sus colecciones y sus propios bolsillos. Todo ello a expensas de las grandes masas.
La cuestión es que el arte todavía conserva un elitismo semántico imposible de disociar. Y es precisamente esta exclusividad la que le otorga el valor económico que mueve hoy el motor de toda la industria. ¿Es el arte solo para los más pudientes? No. ¿Invierten solo ellos? Sí. Se trata de un estereotipo reforzado por la historia del arte, que interesa a quienes más compran y venden obras.
"Es una creencia generalizada que en las subastas, por ejemplo, sólo hay obras carísimas”, explica a Bussiness Insider, Belén Puente, responsable de comunicación de la casa madrileña Ansorena.
“Celebramos subastas todos los meses y, por supuesto, se presentan obras con precios elevados, pero también es posible comprar paisajes de una escuela flamenca del siglo XVII desde 2.500 euros, un mueble del XVIII por 600 euros -en el apartado de artes decorativas- o un grabado de Tàpies desde 300 euros”
Invertir en arte es posible sin contar con mucho capital, pero los medios de comunicación —afincados en el amarillismo de las grandes cifras— se limitan a reforzar los tópicos difundiendo únicamente las ventas más grandes. Mientras, el 61% de las grandes fortunas mantienen movilizado entre el 11% y el 50% de todo su capital en este tipo de patrimonio.
Desligada de cuestiones primarias y/o funcionales, el destino del mercado del arte está inevitablemente atado a la deriva socioeconómica mundial. Así, tal y como les ha sucedido a otras muchas industrias, los galeristas han suscrito uno a uno los humores globales: fatiga prepandemia, debacle pandémica y recuperación inscrita en la deconstrucción.
“No es una verdad absoluta que comprar arte sea una buena inversión, dependen de muchas cosas, el artista, la etapa de creación, la época, la técnica”, apunta Llucià Homs, analista, experto, galerista y creador del simposio internacional Talking Galleries. “El mundo del arte está muy sujeto a cómo respira la economía global”,
De acuerdo con un informe de Art Basel, este sector venía ya creciendo tímidamente en la última década. Tras repuntar en el ejercicio 2009-2010, con un salto de más del 50% en la facturación, los años posteriores se ha ido repitiendo un ciclo oscilante de subidas y bajadas continuistas. Esto dotaba de seguridad y confianza a los inversores. Y entonces llegó la pandemia.
La resistencia marcada en 2016 señalaba que el volumen generado en 2020 debía haber rondado los 57.000 millones de dólares. El paso del virus, sin embargo, se saldó con una caída del 22% respecto al 2019 y del 27% respecto al 2018. ¿Desastre absoluto? En parte sí y en parte no. Detrás de los 50.100 millones registrados hay drama pero también esperanza en torno a tendencias de futuro.
Ya lo adelantaba el propio Homs antes si quiera de observar el devenir de la recesión. “Esta crisis actual se va a notar en términos de número de transacciones y en volumen (de negocio), pero eso no significa que, cuando pase todo, el valor de las obras de arte baje necesariamente de valor. El mercado iba ligeramente a la baja pero se mostraba sólido”.
Esta resiliencia se percibió con claridad durante los meses del confinamiento. Galerías, ferias, artistas en general, museos; todos se volcaron con mantener la continuidad del sector apoyándose en lo digital.
Surgieron presentaciones en Facebook Live, cursos en Vimeo, comparecencias en Face Time, catálogos en PDF. Babelia señalaba entonces soluciones como las reuniones por Hangouts, la explosión de Zoom, el uso de stories como portfolios o las innovadoras exposiciones de Art Channel.
El amplio abanico de alternativas y fórmulas experimentales fue capaz de captar a hasta el 45% de los coleccionistas de patrimonio elevado en algún momento de la pandemia.
Esta dependencia por lo digital convirtió en ruido lo que hasta entonces había sido solo un rumor. La transformación llegó por la puerta grande al sector, comiéndose una cuarta parte de toda la facturación. Es decir, que en 2020, 12.400 millones de dólares correspondieron a las transacciones cerradas en Internet. Era un 50% más que solo doce meses antes.
“En estos momentos, una buena presencia en la red tiene el poder de situar a las pymes donde sus clientes las buscan”, sostiene Javier Castro, CEO de Bee Digital, en Expansión. “Es más, podría decirse que no estar en Internet conlleva el riesgo de desaparecer”.
No se trata por tanto de talante estratégico, sino de salida de supervivencia; las empresas han iniciado el sendero tecnológico para sobrevivir, y a diferencia de lo ocurrido en otros sectores, les ha funcionado.
Como bien señala UBS ART, hasta un tercio de los coleccionistas apostaron por Instagram para adquirir obras durante el 2020. Esta pulsión del social media estuvo capitaneada, como ya viene siendo costumbre, por la generación millenial. Estos jóvenes —y no tan jóvenes— fueron los que más gastaron, con un promedio de casi 200.000 euros.
“Las plataformas digitales pueden aumentar la transparencia de los precios y ampliar la base de nuevos compradores a diferentes niveles de precios”, explicaba Christl Bovakovic, CEO de la filial europea. “Fortalecer esta comunidad digital a nivel global puede ser esencial para la salud del mercado en el futuro”.
Digital, joven, transparente, flexible, comprometido; todos estos adjetivos que ahora respaldan el futuro del mercado del arte son los que están guiando y pueden orientar a los inversores interesados de hoy y de mañana.
A diferencia de lo que sucede con el oro o el bitcoin, respecto al arte no existe un arquetipo funcional que condicione su papel en las oscilaciones de los mercados. Es decir, que no termina de ser un activo refugio para los grandes patrimonios. Sí lo es desde una perspectiva histórica, pero se tambalea en contraste con las tendencias digitales.
Tampoco es una ruta de FOMO como sí lo son las criptomonedas: invertir en cuadros o esculturas solo ofrece retornos interesantes cuando se condiciona la operativa a plazos muy extensos. Cabría pensar que las obras más famosas son más interesantes desde el punto de vista estratégico, pero en la práctica sus jovianos precios desvisten casi cualquier beneficio.
De esta forma nos aproximamos al mundo del arte sin apostar por maniqueísmos simplistas. ¿Es interesante invertir? Sí, pero siempre teniendo en cuenta las otras variables que rigen las posibilidades de los mercados.
“Si se compra bien, las creaciones de artistas jóvenes pueden generar altos beneficios con el paso de los años si logran triunfar, mientras que las de los consagrados son inversiones más seguras pero también más caras a la hora de adquirirlas”, explica para ilustrar la experta en economía Esther García López.
Esta dualidad, de hecho, es la que explica por qué muchos inversores ajenos al mundo del arte se han lanzado a arriesgar su patrimonio en obras.
Desde Rankia apuntan a la “existencia actual de grandes oportunidades de compra con descuento sobre el precio de mercado que sólo pueden acometerse con inversiones colectivas para acceder a obras de calidad y de reconocido prestigio que de forma individual es más difícil conseguir”.
Para aprovechar esta veta histórica, tanto en referencia a piezas simbólicas como a pinturas más contemporáneas, Puente cifra la cantidad mínima de acceso al mercado en unos 200 euros. Con ese dinero ya se puede empezar a explorar la amplísima horquilla de precios del sector, siempre y cuando se lleve a cabo “una labor previa de búsqueda”.
Eso sí, la seguridad tiene un precio. Invertir en un artista como Sorolla es un acierto garantizado, pero su trabajo tiene una cotización insalvable para muchos inversores. En cambio las pinturas de jóvenes talentos, siendo mucho más asequibles, llevan aparejado un riesgo inherente.
¿Eres conservador? ¿Antepones la rentabilidad a la seguridad? Estas y otras preguntas ayudarán al inversor a establecer ciertas prioridades de búsqueda. Por lo general basta con analizar un poco para saber si un artista es conocido o no, y por tanto si el futuro de su carrera está más o menos asegurado.
En cuanto a la nacionalidad o la cantera, desde Saisho Art no consideran que el país de origen del autor o sus influencias artísticas sean factores determinantes a la hora de estudiar una posible inversión. El ingrediente secreto está más asociado al talento, y ahí no hay modelo de predicción infalible.
“No existe una cantera de un país concreto más potente que el de otro. Si los artistas chinos y norteamericanos son los más vendidos es solo porque son en esos mercados donde más dinero se mueve en la inversión de arte contemporáneo”.
Donde sí cabe una precaución con fundamento es en el tipo de obra. Esta galería recomienda empezar invirtiendo en pintura. “Al ser una disciplina más asentada tiene más trayectoria histórica y mayor número de coleccionistas”. Podría ser cualquier estilo, con preferencia por aquellos de mayor tracción en cada momento.
A un nivel ya más profesional, las grandes carteras que buscan diversificar apostando por el arte son fieles de un supuesto matemático por el que el precio de cada obra es la suma de sus características cualitativas (tamaño, estilo, año de creación, etc) numeradas científicamente. “Es lo que se conoce en econometría como un modelo hedónico extrapolable al arte”, apunta Xavier Olivella, CEO de ArtsGain Investments SGEIC.
“El precio y la reputación del artista son piezas clave para determinar el valor del arte”, continúa. “Para contemplar ambos se utilizan dichas características con métodos de cálculo basados en inteligencia artificial y en la aplicación de redes neuronales para aprender de los datos del big data del mercado del arte”.
Esta tecnología genera un índice “hedónico” que permite el seguimiento temporal y facilita a las gestoras ofrecer valor liquidativo a los inversores. Ahora bien, si tu intención es algo más amateur, no es necesario que te enfangues en algoritmos y softwares de gestión complicada.
Basta con que acudas siempre a “lugares dirigidos por profesionales de prestigio, a los que les avale una trayectoria de éxito y que, por supuesto, conozcan el mercado del arte, ya sean salas de subastas, galerías o anticuarios”, apunta la responsable de comunicación de Ansorena. Ese entorno controlado y profesional te evitará más de un susto.
En cualquier caso siempre es aconsejable contar, por un lado con una póliza de seguro suficientemente garantista, y por otro con un certificado de autenticidad. Esto es, acudir a un tasador experto para que analice la obra en cuestión y expedite un documento que acredite el valor por el que se va a adquirir.
Las posibilidades son prácticamente infinitas y siempre están asociadas a la necesidad acuciada de información. Desde Club de la Inversión proponen otras alternativas igual de válidas como lo son el crowdfunding, los Fondos de Arte (Art Founds) o directamente la compra de acciones de empresas especializadas en el sector.
“Un ejemplo es Sotheby’s, una de las mayores casas de subastas de obras de arte a nivel mundial”, exponen. “Otro podría ser artprice.com, la mayor base de datos del mundo sobre precios de obras de arte”. Existen muchas oportunidades en la bolsa, siempre y cuando se sigan las precauciones clásicas a la hora de actuar en los parqués.
Si no poseemos un buen bróker y no nos importa perder cierta capacidad de diversificación, una tercera vía interesante para empezar a invertir es la plataforma InteractiveBrokers.
Sea cual sea el camino escogido, siempre hay que tener claro que no existe una fórmula mágica para replicar los éxitos que acumula la industria en el mundo de la inversión. Sí, invertir en obras permite aprovecharse de ciertas ventajas impositivas en algunos países (fiscalidad especial respecto al IVA y el Impuesto sobre Sucesiones), y sí, los activos no están sujetos al tipo de cambio entre divisas.
Pero detrás de cada pincelada, de cada material y de cada composición hay un sinfín de intangibles que los modelos matemáticos no son del todo capaces de esquematizar. Invierte solo en obras que te apasionen y con las que desees convivir, “contando con el asesoramiento adecuado mientras ganas conocimiento y criterio propio”.
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Las valoraciones vertidas por nuestros expertos son opiniones de carácter particular y no representan una recomendación de inversión concreta. Para maximizar los beneficios de tu capital consulta con un especialista para que te asesore conforme a tus necesidades.