¿Quién es Elon Musk?: El empresario que innova con ruido


A diferencia de otros CEO de supertecnológicas como Bezos, Cook, Zuckerberg o Pichai, Musk parece una persona que se divierte con lo que hace. Se asemeja más a la idea del emprendedor-rockstar que encarna Richard Branson, el fundador de Virgin, solo que con algunos añadidos milenial, como tuitear memes, hablar mucho de series (como Rick y Morty o Cobra Kai) y haber hecho varios cameos en series y películas, entre ellas Los Vengadores.

Una historia que nos suena

Como casi todas las historias de los grandes popes actuales del mundo tecnológico, todo empieza con una web o un programa rompedor que nace a mediados de los 90 y que alguien compra, por mucho dinero, alrededor del año 2000, año arriba, año abajo.

En el caso de Musk, la compañía rompedora se llamaba Zip2 y era un directorio que combinaba la dirección postal con su localización geográfica, un servicio que estaba destinado al reparto de periódicos.

Elon fundó la empresa en 1995 junto a su hermano Kimbal, mientras compaginaba sus estudios de Física y de Economía por la Universidad de Pensilvania. Musk nació en Pretoria, Sudáfrica, pero se mudó a Canadá con 17 años y poco después, a Estados Unidos. Hoy tiene la nacionalidad de ambos países.

Zip2 resultó tan exitosa, que en 1999 la compró Compaq, el fabricante de ordenadores que más vendía por aquella época y que desapareció en 2013. Compaq pagó a los dos hermanos Musk, además de a otros inversores, la cantidad de 307 millones de dólares. Con el dinero que percibió, Musk fundó su segunda empresa: X.com.

La incógnita resultó ser P…

Pongámonos en situación. A finales del siglo XX, Internet empezaba a poblarse de ecommerce, de medios de comunicación y de algunos bancos, muy pocos. Enviar dinero a través de la red no estaba muy extendido, pero ya se vislumbraban sus posibilidades: más velocidad en las transferencias y menos costes operativos.

Musk vio la oportunidad y en 1999 fundó X.com, una compañía especializada en transferencias electrónicas. Era lo que hoy llamaríamos una fintech. La startup de Musk aterrizó en un mercado con mucho potencial y casi sin competencia. Apenas había compañías que desarrollaban infraestructuras para transferencias y pagos.

Pero quiso la casualidad —probablemente no fuera eso— que una de esas pocas fintech especializadas en proteger pagos electrónicos tuviera las oficinas en el mismo edificio que la empresa de Musk. Esta empresa, que había sido fundada a finales de 1998, se llamaba Confinity.

Como Confinity y X.com se dedicaban a lo mismo (trasferencias electrónicas de dinero) y sus fundadores no dejaban de cruzarse por los pasillos, no pasó mucho tiempo hasta que se decidió fusionar ambas empresas. Así, en marzo del año 2000, ambas compañías se convirtieron en una: X.com, cuyo CEO fue Elon Musk.

El cargo no le duró mucho, pues en septiembre del mismo año fue destituido y se nombró en su lugar a Peter Thiel, alguien a quien rápidamente relacionamos con una fintech muy, muy conocida.

El cambio de CEO no fue el único, y meses después de la reestructuración, X.com pasó a llamarse como el producto estrella de la extinta Confinity, un software que permitía enviar dinero a través de dispositivos PDA. Se eligió como nombre PayPal.

El ascenso de PayPal fue tan fulgurante que en julio de 2002, cuando la empresa solo llevaba unos meses cotizando en bolsa, eBay se interesó por ella. La negociación no fue difícil: eBay puso en la mesa 1.500 millones de dólares, lo que hoy ya es una barbaridad pero entonces lo era mucho más, y Thiel, Musk y compañía dijeron ¡Adelante con la venta!

Musk, que había comprobado en los últimos meses que eso de no ser el CEO no iba con él, decidió invertir parte de sus ganancias con la venta de PayPal en fundar su tercera empresa: Space Exploration Technologies, o, como se conoce hoy en día, SpaceX.

Del oasis en marte a crear lanzaderas espaciales baratas

La idea original no era enviar cohetes al espacio por poco dinero, sino algo muy distinto. El gran proyecto de Musk era crear una especie de oasis en Marte, una suerte de microentorno controlado tecnológicamente donde se pudieran plantar alimentos en el propio suelo marciano.

Básicamente, una fase primaria del proceso denominado terraformación, que consiste en acondicionar un planeta para que sea habitable por los seres humanos.

Musk investigó todo lo necesario para llevar su proyecto a Marte —condiciones del terreno, genética de los cultivos, simulación de clima— salvo, precisamente, lo que costaría trasladar los materiales al planeta rojo, toda vez que ninguna persona ha puesto un pie en Marte todavía.

Cuando entendió que había empezado la casa por el tejado, cambio de idea y aparcó su oasis marciano para centrarse en resolver otra pregunta: “¿cómo podemos hacer que la exploración espacial sea más barata?”. Y se puso a investigar en esa línea.

Esto de idear un proyecto rompedor y tener que pararlo porque una pieza básica no encaja es algo que a Musk le va a acompañar durante toda su carrera. Veremos otro ejemplo igual de representativo más adelante.

El éxito de SpaceX es tan lógico que nadie lo había pensado antes

Musk fundó SpaceX en 2002 con 100 de los 180 millones de dólares que recibió de eBay por la venta de PayPal. El objetivo de Musk era diseñar lanzaderas espaciales más baratas que las utilizadas entonces, un recorte en el gasto que permitiría aumentar el número de misiones espaciales y acortar los plazos para que el ser humano camine por otro planeta distinto a la Tierra.

Para lograrlo, Musk se concentró en una idea: en vez de crear cohetes que quedaran destruidos tras cada misión, lo que siempre se había hecho, él desarrollaría lanzaderas reutilizables, aparatos que, una vez hubieran propulsado lo que tuvieran que propulsar más allá de la atmósfera, regresaran a la Tierra para volver a ser utilizados.

En 2009, siete años después de fundar la compañía y tras varios envíos de satélites al espacio con éxito, SpaceX se convirtió en la primera empresa privada en ser seleccionada por la NASA para transportar carga a la Estación Espacial Internacional.

Todo un hito que rompió con la tradición de que las grandes misiones espaciales solo dependieran de los gobiernos y organismos supranacionales.

Animado por este éxito, y por el reconocimiento casi unánime de la comunidad mundial de astrofísicos, Musk no solo recuperó sus planes de llevar personas a Marte, sino que, animado, empezó a hablar de plazos.

Dijo que las llevaría en 2022, después en 2024, luego en 2030, de donde ya no se mueve, aunque anuncia que para 2050 ya habrá llevado a un millón de personas allí. Esta dudosa clarividencia es otra de las características de este emprendedor.

Primero las baterías, luego el vehículo autónomo

No es un secreto que Musk quiere reducir la dependencia de los combustibles fósiles, y que para ello persigue crear una batería con la mayor capacidad de almacenamiento energético posible, ya sea para usarse vehículos o en los hogares. Puede que ahora esté más centrado en los hogares, pero al principio solo podía pensar en vehículos eléctricos.

Corría el año 2003 cuando Musk descubrió AC Propulsion, una compañía de Silicon Valley que investigaba el desarrollo de un coche eléctrico. T-Zero lo llamaron entonces. El proyecto encandiló a Musk y decidió invertir en la empresa, lo que hizo con absoluta entrega: aportó prácticamente todo el dinero necesario: casi 7 millones de dólares.

En 2004, Musk se convirtió en el presidente de la compañía, a la que bautizaron como Tesla Motors (hoy, Tesla Inc.). Durante años estuvieron diseñando un vehículo eléctrico, siempre secretamente porque entonces la industria automovilística no iba por ahí.

Los primeros años fueron tortuosos. Las ideas funcionaban sobre el papel, pero al llevarlas a la práctica resultaban costosísimas y lastraban una y otra vez la salida de su primer modelo. Así pasaron cuatro años.

En 2008, cuando por fin pudieron poner a la venta su primer coche, bautizado como Tesla Roadster, las ventas no fueron las esperadas y eso, unido a la crisis mundial, terminó por hundir la empresa. La solución fue despedir a su CEO y que Musk reflotara la compañía tirando de su propio bolsillo. Lógicamente, ya sabemos a quién nombraron CEO.

Con Musk a la cabeza, Tesla se encerró en el garaje durante los siguientes tres años, tiempo que aprovecharon los demás fabricantes para investigar sus propios modelos eléctricos. En 2011, Tesla sacó el Model S y con ello inició una carrera con otras marcas por conseguir mejores prestaciones de rendimiento y autonomía energética. Una competición en la que, ahora mismo, no está claro que Tesla esté en cabeza.

Pese a que la compañía de Tesla partía con ventaja en el terreno del coche eléctrico, Musk fue perdiendo interés por la autonomía energética del coche en beneficio de la conducción autónoma. Una línea de investigación que requería saltar a una nueva especialización: la inteligencia artificial. (Con esto llegamos a otra característica del inventor sudafricano: no sabe estarse quieto).

Inteligencia (humana y artificial) y otros proyectos y empresas

Donde sí se puede decir que Tesla brilla más que ninguna otra marca es en su afamado Autopilot, un conjunto de sensores y software que permite que el coche conduzca prácticamente sin supervisión.

Todo esto es gracias a la enorme inversión de Musk en otra de sus obsesiones: la inteligencia artificial, una especialización para cuyo estudio cofundó en 2015, OpenAI, una organización sin ánimo de lucro dedicada a su investigación.

Al año siguiente creó Neuralink, una compañía especializada en inteligencia, pero, en este caso, humana. El propósito de esta empresa es implementar IA en el cerebro humano mediante biotecnología. Pese a lo llamativo de su propuesta, Neuralink es de los proyectos a los que Musk presta menos atención (de momento).

En esta categoría de ideas menos entusiastas entra sin duda Hyperloop, una forma de transporte que consiste en un tubo de vacío a través del cual se desplaza a gran velocidad un compartimento parecido a un vagón de tren.

Fue en 2013 cuando Musk propuso este método para viajar de San Francisco a Los Ángeles en 35 minutos sin despegarse del suelo, un trayecto de 563 kilómetros que hoy puede hacerse en coche en menos de seis horas o de 10 si es en tren.

El interés por el proyecto, semejante al que Richard Branson probó en el desierto de Las Vegas en noviembre de 2020, se desinfló rápidamente, pues si bien el gasto de combustible es mínimo, el coste de instalar un tubo de vacío en la superficie reduce notablemente las ventajas del Hyperloop sobre medios de transporte ya construidos.

¿Interrumpió esto el entusiasmo de Musk por el proyecto? Ya hemos dicho que sí, pero entonces Musk hizo lo que ya vimos cuando pasó del oasis marciano a los cohetes: cambio el enfoque y se preguntó si la solución podría estar en hacer esos túneles bajo tierra.

Pues dicho y hecho, el mismo hombre que sueña con llevar a gente a Marte fundó en 2016 The Boring Company, una compañía especializada en excavaciones.

Inventiva desatada, ventaja y problema a la vez

El punto fuerte de Musk, su inventiva, es también su mayor debilidad, pues sus previsiones a veces encienden el pilotito rojo de Alerta: credibilidad baja. Pasó con los plazos vencidos de sus viajes a Marte, con las prestaciones de sus Tesla o con los calendarios de desarrollo del Hyperloop.

Tampoco es Musk un hombre que se resista a fanfarronear. En verano de 2018, cuando unos niños quedaron atrapados en una cueva en Tailandia, Musk se animó a echar una mano. Propuso un método de rescate basándose en un tubo y unas balsas que trasladaran a los niños a través de ese tubo. Además, creó un minisubmarino que pudiera sacar a los niños en caso de inundación.

Musk movilizó a sus ingenieros de SpaceX, y también a su gabinete de prensa para contarlo, y se puso manos a la obra. En tiempo récord consiguió algo parecido a lo que tenía ideado, pero llegó tarde, o al menos cuando las autoridades tailandesas ya habían empezado el rescate.

Por si fuera poco, resultó que el invento de Musk no valía sobre el terreno. La iniciativa de Musk fue considerada una maniobra de relaciones públicas que no terminó de salir bien. Pero eso es Elon Musk, una mente dispuesta a pensar fuera de la caja: unas veces acierta y otras no, pero siempre sorprende.

No es casualidad que algunos de sus más entusiastas seguidores le apoden Iron Man, en referencia al superhéroe que combina su superheroicidad con la fabricación de gadgets impensables y su condición de empresario de éxito. Que en Los Vengadores, Musk le diera la mano a ese mismo héroe no fue, de nuevo, una casualidad.